Juan Bautista Alberdi, el abogado patrio
Cada 29 de agosto se celebra el Día del Abogado, en homenaje a Juan Bautista Alberdi, al cumplirse una aniversario de su nacimiento.
"Fundose el pueblo de Tucumán a las orillas del Sali (...) El espacio abandonado sucesivamente de las aguas, se ha cubierto de la más fecunda y grata vegetación, de manera, que puesto uno sobre las orillas de la elevación en que está el pueblo, ve abierto bajo sus pies un vasto y azulado océano de bosques y prados que se dilata hacia el oriente hasta perderse de vista. Este cuadro que se abre a la vista oriental de Tucumán, de un carácter risueño y gracioso contrasta admirablemente con la parte occidental que, por el contrario, presenta un aspecto grandioso y sublime".
Así describe Juan Bautista Alberdi al pueblo que lo vio nacer un 29 de agosto de 1810.
Rodeado de carencias, la tragedia lo atravesó de manera prematura.
"Mi madre -escribió alguna vez- había cesado de existir, con ocasión y por causa de mi nacimiento. Puedo así decir, como Rousseau, que mi nacimiento fue mi primera desgracia".
Esta tristeza lo acompaña a lo largo de su vida y la recoge en un poema:
"Tú viste arder las hachas funerales
del veraneo ataúd que fue mi cuna;
tú me viste enjuagar con mis pañales
las gotas de dolor una por una.
Pensando en mí dormiste entre los Santos.
Tú miraste a mi madre macilenta
rompiéndose el cristal de los encantos
que faltan a mi vida descontenta"
A pesar de tanta desdicha, las sonrisas también supieron estar presentes y las aventuras no faltaron. Entre éstas últimas se cuenta una muy particular: conoció a Manuel Belgrano, ya que éste fraternizó con su padre en tiempos Independencia.
Juan Bautista recordó:
"El campo de las glorias de mi patria es también el de las delicias de mi infancia. Ambos éramos niños: la patria argentina tenía mis propios años. Yo me acuerdo de las veces que jugueteando entre el pasto y las flores veía los ejercicios disciplinares del ejército. Me parece que veo aún al general Belgrano cortejado de su plana mayor, recorrer las filas; me parece que oigo las músicas y el bullicio de las tropas y la estrepitosa concurrencia que alegraba esos campos (...) más de una vez jugué con los cañoncitos que servían a los estudios académicos de sus oficiales en el tapiz del salón de su casa de campo en la Ciudadela".
Cuando Julio Argentino Roca salvó a un amigo en Mendoza
Sólo hubo trazos de dicha durante aquella niñez: la muerte le arrebató también a su padre y con, sólo, diez años quedó al cuidado de dos hermanos.
Siendo un adolescente delgado y pálido, dejó su provincia natal para estudiar en Buenos Aires. Desde entonces, los libros fueron un refugio y la música, el desahogo.
No se limitó a interpretar, además escribió un gran número de melodías y reflexiones al respecto. Señaló, por ejemplo, que la "música, tal como sale de las manos del compositor, no es más que una tabla rasa: la buena o mala ejecución hace de ella alguna cosa o nada".
Para el prócer cada melodía era una victoria y encarnaba libertades, como la cadenciosa síntesis de lo que buscó procurar a través del Derecho.
Alberdi fue resiliente y un verdadero abanderado de la meritocracia. Desde una frágil y desamparada infancia, trascendió generaciones y llegó a perfilar la base constitucional de nuestra Nación.
La vida lo llevaría por el mundo aunque con la mirada siempre puesta en Argentina. A través de sus textos el lector tropieza con la nostalgia del desarraigo, de aquél que no desea regresar pero que termina haciéndolo todo el tiempo.
Compartió banderas con los hombres más prominentes de su generación, Vélez Sarsfield, Sarmiento, Mitre, Echeverría, etc. La defensa acérrima al general Urquiza lo colocó en la vereda de enfrente de muchos.
Protagonizó una existencia llena de contradicciones, como la de todos aquellos que conmueven estructuras. Intentó morir en su patria regresando hacia 1880. Pero los ataques políticos que recibió de manera constante lo hicieron retirarse nuevamente, ponderando la Paz ante la patria.
Falleció en París el jueves 19 de junio de 1884 a las 11.30. La noticia llegó esa noche a Buenos Aires por un telegrama al presidente Julio Argentino Roca.