No confundan a Javier Milei con Jair Bolsonaro
Daniel Raisbeck explica cómo la nueva estrella política de Argentina, Javier Milei, tiene marcadas diferencias con Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Si usted lee la prensa mundial, puede tener la impresión de que Javier Milei, el ganador en las elecciones primarias de Argentina el domingo pasado, es una copia de Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil, a quien varios medios de comunicación apodaron "el Trump de los trópicos".
Es cierto que Bolsonaro apoyó a Milei antes de las elecciones. En una entrevista de 2021, Milei dijo que tenía una "afinidad casi natural" tanto con Bolsonaro como con Donald Trump debido a su "clara agenda contra el socialismo y el comunismo". Cuando Milei fue elegido por primera vez para el Congreso de Argentina en noviembre de 2021, El País informó que algunos de sus partidarios llevaban pines y camisetas con el lema "Libertad, Guns, Bolsonaro, Trump" (un juego de palabras con el acrónimo LGBT). Al igual que Bolsonaro y Trump, Milei rompe con el protocolo político establecido -mediante el uso táctico de lenguaje procaz- y hace caso omiso de la corrección política. Sin embargo, más allá de los trucos y las declaraciones generales, las diferencias de Milei con Trump y Bolsonaro son tan significativas como las similitudes.
Por ejemplo, la famosa declaración de Bolsonaro sobre la homosexualidad: "No lucharé contra ella ni la discriminaré, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, les daré una paliza". Pero cuando se le preguntó si la homosexualidad le molestaba, Milei respondió: "En absoluto. Soy un liberal [clásico].... Si decides ser homosexual, ¿en qué afecta eso a mi vida? En nada. ¿A mi libertad? En nada. ¿A mi propiedad? En nada. Por lo tanto, no tengo nada que decir". Cuando se le preguntó sobre la transexualidad, Milei dijo a un periodista: "No tengo ningún problema, siempre que no me hagan pagar la cuenta", un marcado contraste con Bolsonaro, que en su toma de posesión dijo: "Uniremos a las personas, valoraremos la familia, respetaremos las religiones y nuestra tradición judeocristiana, combatiremos la ideología de género y rescataremos nuestros valores".
Pero las diferencias van mucho más allá de las cuestiones sociales. Bolsonaro es un oficial de carrera del ejército que sirvió en el Congreso durante 27 años, durante los cuales a menudo votó en contra de medidas de libre mercado como la privatización de empresas estatales. Admira el régimen militar que, como escribió Marcela Ayres de Reuters, implementó un "modelo industrial dirigido por el Estado" entre 1964 y 1985. El ascenso de Bolsonaro al poder en 2018 coincidió con el surgimiento del movimiento libertario de Brasil, que jugó un papel clave en las masivas protestas contra Dilma Rousseff, la expresidenta socialista que fue destituida en 2016. Sintiendo que los vientos políticos cambiaban, Bolsonaro anunció durante su campaña que, de ser elegido, su ministro de Hacienda sería Paulo Guedes, un economista pro-mercado formado en la Universidad de Chicago y ex-gestor de fondos de cobertura.
Aunque Guedes era una fuerza del bien, Bolsonaro seguía aferrado a sus instintos estatistas. Meses antes de las elecciones de 2022, dio a conocer un paquete de 7.600 millones de dólares de "gasto social" que, como informó Reuters, modificaba la constitución "para eludir el tope de gasto del país y aumentar las prestaciones sociales". El derroche financiado por los contribuyentes no consiguió la reelección del ex presidente.
Milei es diferente. No es un político de carrera, pues entró en la legislatura por primera vez hace menos de dos años. Milei es un economista de formación con sólidos conocimientos de los principios de la Escuela Austriaca. Es el producto intelectual de la rica tradición argentina de pensamiento liberal clásico. Su mentor es el también economista Alberto Benegas Lynch (h), cuyo padre fundó el Centro de Estudios para la Libertad en los años 50 y acogió en Buenos Aires a Ludwig von Mises, entre otros distinguidos académicos.
Desde entonces, Argentina ha desarrollado lo que probablemente sea la red más sofisticada de think tanks de libre mercado de América Latina. En este sentido, su influencia podría haber parecido insignificante hasta el domingo pasado, cuando, en su discurso de victoria, Milei citó a Benegas Lynch (h) para explicar al país los principios básicos de su filosofía rectora:
"El liberalismo [clásico] es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en la defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Cuyas instituciones son la propiedad privada, los mercados libres de intervención estatal, la competencia en términos de libre entrada [a] y salida [de los mercados], la división del trabajo y la cooperación social, en la que sólo es posible tener éxito sirviendo al prójimo con bienes de mejor calidad o a mejor precio, y donde los resultados son evidentes, pues los países libres son ocho veces más ricos que los oprimidos".
Semejante disertación no podría encontrarse en un mitin de Bolsonaro. Esto por sí solo sugiere que el fenómeno Milei debe entenderse a la luz de la propia historia de Argentina, no en términos de la política contemporánea de un país vecino.
Como escribí para Reason en 2020, Argentina se convirtió en uno de los países más ricos del mundo a finales del siglo XIX porque siguió los preceptos de Juan Bautista Alberdi, el polímata liberal clásico cuyos escritos informaron la elaboración de la Constitución del país de 1853. Habiendo escapado del régimen de Juan Manuel de Rosas, un tirano particularmente brutal, Alberdi se opuso al militarismo y abogó por "la libre inmigración, la libertad comercial, los ferrocarriles y la industria desenfrenada". En términos generales, éste fue el modelo que una serie de gobiernos electos pusieron en marcha entre 1880 y 1916, periodo que coincide aproximadamente con la edad de oro de Argentina como potencia exportadora. Buenos Aires empezó a rivalizar comercialmente con Nueva York y estéticamente con París.
¿Qué ha cambiado desde entonces? Una vez que los liberales se volcaron al nacionalismo económico -el Presidente Hipólito Yrigoyen (1916-1922, 1928-1930) limitó la capacidad de las empresas extranjeras para explotar los ferrocarriles y fundó la primera compañía petrolera estatal del mundo en 1922- allanaron el camino al hombre fuerte corporativista Juan Domingo Perón, cuyo movimiento ha dominado la política argentina con escasas interrupciones desde la década de 1940. La era peronista ha sido la del declive nacional. La cuestión ahora es si está a punto de comenzar una nueva era.
Benegas Lynch (h) -que es un feroz crítico de Trump- considera a Milei un heredero ideológico de Alberdi y le atribuye el mérito de haber reintroducido las ideas liberales clásicas en la política tras 80 años de ausencia. El propio Milei se refiere constantemente a Alberdi y dice que se esfuerza por reivindicar su legado. El domingo, dijo a sus partidarios que, si Argentina redescubre su tradición de libertad, puede volver a ser una potencia mundial dentro de unas décadas. ¿Es esto comparable, por ejemplo, al nacionalismo MAGA de Trump? Sólo si se ignoran los métodos que Milei ha dicho que planea emplear.
Las principales propuestas de Milei incluyen una apertura comercial unilateral para la Argentina altamente proteccionista, deshacerse del banco central, y deshacerse de la moneda nacional mediante la dolarización de la economía, muy lejos del nacionalismo económico de Trump. De hecho, nacionalistas tanto de izquierda como de derecha se oponen a Milei por su intención de dolarizar. Sin embargo, como mi colega Gabriela Calderón y yo argumentamos en un reciente estudio del Instituto Cato, la dolarización es la política adecuada para controlar los niveles de inflación anual de tres dígitos que sufren ahora los argentinos. Milei es el único político destacado que lo reconoce.
¿Pasaría el programa político de Milei todas las pruebas de pureza libertaria? No si se tienen en cuenta, por ejemplo, las promesas no financiadas de sus propuestas políticas, como cerrar ministerios sin despedir a ningún empleado público. Milei también dice que se opone a liberalizar las leyes sobre drogas porque los adictos hacen uso del sistema público de salud, creando así una externalidad a costa de los contribuyentes. A mí me parece una forma inteligente de atraer a los votantes más conservadores sin perder la buena fe libertaria. Desde el punto de vista electoral, la apuesta ha dado resultado hasta ahora.
Una nación antaño próspera se ha convertido en un país empobrecido, inflacionista, con fuga de cerebros y deudor de sus acreedores internacionales. Para los exasperados votantes, apostar por el único candidato que entiende las ideas de la libertad puede ser la apuesta más segura.
EL AUTOR. Daniel Raisbeck es un analista de políticas públicas para América Latina en el Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Instituto Cato.Este artículo fue publicado originalmente en Reason (Estados Unidos).