Argentina y la prosperidad
Isabel Bohorquez realiza en est columna un breve recorrido del papel de la educación pública en el historia nacional.
"La educación, por lo tanto, más allá de todos los medios de origen humano, es la gran igualadora de las condiciones de los hombres; la rueda equilibradora de la maquinaria social" (Horace Mann,1948)[1].
Parece una obviedad afirmar la importancia de la educación en la vida de las personas y en el desarrollo de una sociedad. Sin embargo, el proyecto educativo argentino viene afrontando décadas de deterioro en sus reales posibilidades de llevarse a cabo. Los sueños de Belgrano, de Alberdi, de Sarmiento se diluyen en la paradoja de que la educación figura en todas las agendas políticas pero en la realidad, escasamente o nunca se cumplen las condiciones declamadas.
Actualmente, hablamos mucho de educación pero hacemos poco.
Y nos enfrentamos a una crisis educativa que se debe más a nuestros propios incumplimientos así como al declive de un proyecto de país que no logró afianzarse y tener así chances de materialización (entre otros aspectos circulares y paradojales porque la educación juega un papel predominante) que a una deficiencia intrínseca del sistema educativo.
Dice Guadagni (y otros) refiriéndose a las pasadas ilusiones de un futuro de grandeza: "Hace 100 años la Argentina ingresaba al nuevo siglo con grandes ilusiones acerca de su futuro de grandeza y con fundado optimismo sobre sus posibilidades de ser una nación próspera. Es así como el presidente Roca podía afirmar en su mensaje al Congreso de 1903: "Se inicia una era de progreso real y positivo. El país está lleno de confianza en sus propias fuerzas y se entrega con energía al trabajo reproductivo. Encontramos un período histórico en que todos los elementos de vida y prosperidad parecen combinarse para asegurar tiempos felices en la República; ahora podemos mirar el porvenir sin las incertidumbres y las angustias de otras épocas. No hay una sola región del país, por apartada que esté, en la cual no se haya inaugurado, o esté en vías de construcción, una escuela primaria o superior o de enseñanza agrícola, un ferrocarril, un puente, un cuartel..'. Es notable constatar de que de las ocho obras mencionadas, tres eran establecimientos educativos, lo cual evidencia la importancia que entonces se les adjudicaba a la educación pública.
En la primera década del siglo XX el ingreso per cápita argentino era similar al de importantes países europeos como Francia y Alemania, mayor que Italia y España y más del doble que el japonés. (...) Pero hacia 1980 , Paul Samuelson pudo decir con cierta ironía: ?Hay cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón, que no tiene recursos naturales y es bastante difícil explicar cómo pudo crecer y, finalmente la Argentina, que tiene todos los recursos y se perfilaba hacia 1910 como una gran potencia y, sin embargo, no pudo nunca más consolidar su expansión económica'.
Con una perspectiva distinta, pero en esa misma línea, José Ortega y Gasset había expresado, varias décadas antes (...): ?Acaso lo esencial de la vida argentina es ser promesa'. Este panorama de frustración y estancamiento se agudiza a inicios del siglo XXI"[2].
¿Qué pasó? O mejor dicho ¿Qué nos pasó? ¿Cuáles fueron las causas por las que no logramos alcanzar esa igualdad y prosperidad que el optimismo de fines del siglo XIX y principios del XX manifestaban con tanta convicción?
¿En que consistiría hoy un proyecto educativo argentino que exprese el sueño de una sociedad que quiere vivir en pie de igualdad, en paz y con prosperidad?
¿Seremos capaces de construirlo? ¿Tendremos la osadía y la convicción?
Nuestro sistema educativo argentino medido a la luz de las pruebas de evaluación nacionales e internacionales nos arrojan resultados amedrentadores.
Vinculamos esos resultados a la pobreza, a la altísima deserción, a la falta de confianza e interés en la educación como vía de progreso, al aumento del delito y la violencia, a la falta de capacidad de respuesta de las instituciones...
Nos preocupa que nuestros niños y jóvenes no aprendan, que no sepan leer y escribir, que no completen los niveles educativos, que no adquieran los conocimientos y habilidades necesarias para luego insertarse en el mundo del trabajo...
Preocupaciones legítimas que nos tienen que impulsar a buscar soluciones efectivas.
Dice Gregorio Weinberg: "(...) cuando las ideas llegan a un callejón sin salida -porque tampoco es casual que las crisis de los sistemas educativos coincida con las crisis de ?los modelos de desarrollo'-, las ideas en vez de propagarse se agotan (...)"[3]
Aquí estamos. Dando patadas en el aire con políticas pedagógicas que intentan demagógicamente frenar la fuga de alumnado o paliar los escasos y deficientes resultados pero no atinan a resolver las cuestiones de fondo. Parece que se nos agotaron las ideas y que esta crisis educativa coincide con una crisis del modelo de desarrollo argentino como afirma Weinberg.
¿Por dónde empezaría a generar nuevas ideas que den respuesta a nuestros desafíos hoy?
Recuperando el optimismo de los padres de la gesta latinoamericana, penetrando en el sentido profundo de esa certeza que concibió la educación pública como pilar fundamental del progreso, de la libertad y la dignidad humanas basadas en la igualdad como ciudadanos.
Abrazando la idea de prosperidad y a partir de allí emparentar un modelo educativo que la posibilite.
Pensando y planeando el país que queremos y nos merecemos en vez de amortiguar constantemente crisis y conflictos.
Teniendo un proyecto de país que no esté supeditado a los vaivenes de los gobernantes de turno.
¿Estamos muy lejos de esa chance? Nunca tan lejos como estaremos si seguimos aquí, en medio de nuestras disputas y de nuestras míseras ideas.
A Sarmiento no le debe haber resultado nada sencillo y sin embargo...
Dice Jorge Luis Borges en su prólogo a Recuerdos de provincia: "Negador del pobre pasado y del ensangrentado presente, Sarmiento es el paradójico apóstol del porvenir. Cree, como Emerson, que en el centro del hombre está su destino; cree, como Emerson, que la evidencia de que se cumplirá ese destino es la esperanza ilógica. Sustancia de las cosas que se esperan, demostración de cosas no vistas, definió San Pablo la fe... En un incompatible mundo heteróclito de provincianos, de orientales y de porteños, Sarmiento es el primer argentino, el hombre sin limitaciones locales. Sobre las pobres tierras despedazadas quiere fundar la patria. Le escribe, en 1867, a Juan Carlos Gómez: "Montevideo es una miseria, Buenos Aires una aldea, la República Argentina una estancia. Los Estados del Plata reunidos, son un casco de potencia de primer orden, un pedazo del mundo, un frente de la raza enfrenada en América, la tela para grandes cosas".[4]
Será cuestión de reconocernos capaces de grandes cosas y llevarlas a cabo...
Cierro con un pasaje de Julio Crespo en su texto Las maestras de Sarmiento: "Una anécdota reciente del gran maestro de América -reciente pero suya- renueva esas esperanzas. Era necesario cambiar su deteriorado féretro. Se hizo, y cuando un familiar quiso retribuir la tarea de los operarios de la Recoleta con una propina, el capataz la rechazó diciendo: "No, por éste no cobramos. Éste nos enseñó a leer"[1]
[1] Julio Crespo, Las maestras de Sarmiento, Grupo Abierto Libros, Buenos Aires, 2007, pp. 21.
[1] Horace Mann, Duodécimo informe anual a la Legislatura de Massachutsetts, citado en Julio Crespo, Las maestras de Sarmiento, Grupo Abierto Comunicaciones, Buenos Aires, 2007, pp.19.
[2] Alieto Aldo Guadagni, Miguel A. Cuervo, Dante Sica, En busca de la escuela perdida. Educación, Crecimiento y Exclusión Social en la Argentina del siglo XXI, Siglo XXI Ediciones, Buenos Aires, Argentina, 2002, pp. 11-12.
[3] Gregorio Weinberg, Modelos educativos en la historia de América Latina. AZ Editora, Buenos Aires, 1995, pp.16.
[4] Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de Provincia. Prólogo y notas de J. L. Borges. Buenos Aires, Emecé Editores, Colección El Navío, 1944.