Razones para la esperanza: ¿Los argentinos saldremos de esta crisis que parece eterna?
Isabel Bohorquez se pregunta en su columna de este domingo algo crucial: "¿Los argentinos saldremos de esta crisis que parece eterna?". Todos podemos responder. Pero antes, leamos su análisis.
Se respira en el aire. La gente habla en cualquier lado y sin tapujos. Todos estamos hartos, agobiados y clamando por un cambio. Ya conocemos la lista de memoria: la inseguridad, la violencia, la inflación, la incertidumbre, la pobreza, el deterioro de la educación, la salud, la justicia, en fin, de la calidad de vida.
Y la pregunta constante es: ¿podremos salir? ¿podremos resolver nuestros problemas que ya son o parecen estructurales en más de un sentido?
Muchas voces delatan pesimismo y fatalismo. Esta es la Argentina de las crisis eternas, somos así y no cambiaremos más. Iremos a peor.
Muchas otras claman por el cambio desde la furia, la frustración, el dolor, el enojo y en más de un corazón anida la ilusión de que alguien venga a salvarnos, Un Alguien que tenga la fuerza y la valentía que nos ha faltado como sociedad, como comunidad, para solucionar nuestros problemas.
Sin pretender desconocer la importancia de los liderazgos y lo que implican en una sociedad quebrada, dividida, entiendo que los líderes no pueden ni deben hacer nuestra tarea existencial, tanto como individuos así como miembros de una comunidad.
Me preocupan las expresiones de adhesión a tal o cual persona con ecos de considerarla poco menos que superhéroes...
Hay una tarea ineludible en lo social, no sólo en lo personal, respecto al propio destino. Somos y seremos siempre el país que nos supimos construir. Y si bien la responsabilidad delegada en los gobernantes es también inexcusable y obligatoria, nuestra pasividad e indiferencia ha sido el principal factor por el cual estamos como estamos. Viendo, en el mejor de los casos, los caos y las tragedias cotidianas por las redes o los medios.
Es un hecho objetivo (por más que se culpe a terceros) que nuestra actual conducción de gobierno es verdaderamente espantosa. Un rey bobo. Un entorno de poder donde prima un nepotismo moderno que sienta a la mesa de las decisiones a hijos y herederos de un botín político cada vez más menguado. Generaciones de sucesores y beneficiados del ejercicio del poder sin mayores talentos ni suficiente empatía con quienes dicen representar y defender. Muchos discursos vacíos mientras la realidad baila sola en la mentira...[1]
En verdad, la clase política se volvió una pérfida burguesía a la que toda la sociedad debe alimentar y sustentar. La más opulenta, ineficiente, nefasta y poco sensata de todas las clases sociales si es que cabe la denominación. La política se volvió un reducto para progresar económica y socialmente, una oportunidad de ascenso y protagonismo, un excelente nicho de negocios ocultos y una cueva de ladrones. Tal es así, que hoy miramos con desconfianza a cualquier político y consideramos la honestidad y la sinceridad como virtudes excepcionales. Así como a la pericia y el talento para hacer bien las cosas.
¿Entonces? ¿Quién podrá salvarnos? ¿Qué belleza salvará al mundo?.
Dice Martini: "(...)la pregunta que Dostoevsky, en su novela El Idiota, pone en los labios del ateo Hipólito al príncipe Myskin. ?¿es verdad príncipe, que usted dijo un día que al mundo lo salvará la belleza?' Señores -gritó fuerte a todos- el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza...Pero cuál belleza salvará al mundo?" [2]
La nuestra. Nuestra capacidad de amarnos a nosotros. Nuestra fuerza y determinación. Nuestra osadía.
Esos gobernantes ineficientes, corrompidos, ridículos y perdidos en sus propias sombras son nuestro reflejo. Ese es nuestro espejo. Están allí porque nosotros lo hemos fomentado, permitido, avalado. Convencidos que nuestra escasa y espasmódica responsabilidad es votar cada cuatro años, que después sufriremos los avatares y nuevamente premiaremos o castigaremos sintiéndonos a salvo en el anonimato de un cuarto oscuro.
Actualmente tenemos muchas herramientas tecnológicas y sociales para organizarnos, participar, plebiscitar las medidas injustas, mostrar la oposición y no estar esperando que lo haga solamente un puñado de representantes que no han logrado más que un pálido desempeño. El equilibrio sano y deseado de un gobierno que se regula en base a una oposición que le discute las decisiones, representando a todos los sectores, no ha tenido suficiente peso ya que en todos las agrupaciones tenemos decenas de personajes perpetuados, sucedidos por sus linajes, encaramados a sus puestos y nada disponibles a un reemplazo porque cuidan más sus bancas que los intereses del país. Y nunca faltan los que canjean sus criterios y convicciones según les convenga para su carrera personal.
Ya es tiempo de cambiar.
Pedirle a los auto-inmortalizados que se vayan a su casa...o a trabajar, que no dejen a su parentela ni a sus socios ocupando los mismos cargos a menos que tuvieran la excepcional capacidad necesaria y tan buscada. La experiencia, si la hubiera atesorable, puede ser aprovechada desde una generosa asistencia, cual consejo de sabios. Y a los que se los elige por el voto popular exigirles que cumplan sus mandatos en los cargos y condiciones para los que fueron electos y que no usen los votos de la gente como un trampolín...o un aguantadero.
Ya es tiempo de dejar de mirarnos en las diferencias y cuidar de nuestra casa grande porque en definitiva lo que hace posible la existencia, no son los logros individuales sino una sociedad que admita la vida en común pacifica y armoniosamente. Y de hecho, hoy estamos todos tocando fondo debido a que nos sentimos en peligro, sin rumbo y eso no tiene que ver con lo singular sino con lo colectivo.
El valor de lo colectivo, de lo que tenemos en común se ha vuelto notorio, palpable. Y esa, justamente, es la puerta que hay que abrir.
Descubrir la fuerza y la coherencia de lo que podemos lograr en la unión, en la fraternidad, en los valores compartidos, en cuidarnos entre nosotros y responder en plural.
Exigirnos y encontrarnos en lo que nos importa juntos. En los barrios, en los pueblos, en las plazas (que no deben ser solamente de los piqueteros organizados y asalariados como tales), en las redes, en la mirada de reconocimiento a los vecinos, en las reacciones de auxilio, en que no nos dé lo mismo si al otro le ocurre algo, en interesarnos por nuestro entorno, por lo que sucede, sin flojera y sin excusas de que no tenemos tiempo o sentimos mucho cansancio.
Yo siento que ya ha comenzado, que el tiempo de lo mancomunado, de la superación del individualismo ha dado sus primeras señales
La realidad la construimos nosotros. Somos sus hacedores, sus co-creadores. El horizonte necesita de nuestro compromiso hoy. Salir de la inercia y de la nebulosa. Entender la queja como una herramienta muy poderosa y no como una letanía depresiva y lastimosa. Pedir, requerir, incluso perentoriamente.
Comprometernos, hacer cosas por pequeñas que sean que avalen un cambio, confiar en que será posible, esperar que sucedan cosas buenas e ir en la búsqueda de circunstancias favorables. El ánimo importa. La creencia cuenta.
Volvámonos una sociedad más justa, más ética, más solidaria, más observante de los principios de vida que nos permitirá una vida en común pacífica y próspera.
Digamos un no rotundo al delito. A la miseria, a la injusticia. No culpemos a la pobreza de los negocios sucios de gente que vive en la abundancia y desde allí negocia, comete crímenes, incluso asesina.
Volvámonos más fuertes, más valientes, más dispuestos a esforzarnos para recuperar la convivencia y la concordia social.
¿Por quiénes tanto desvelo? ¿Para qué tanta energía?
Por nosotros mismos, por nuestros hijos, por nuestros amigos, por nuestros amores, nuestras familias, lo nuestro, por el hoy, este presente invaluable que nos arroja a ser quienes debemos ser...ese imperativo osado de volvernos mejores.
Ésas son las razones para la esperanza.
LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.
[1] León Gieco, La colina de la vida. 1980
[2] Carlo Martini. ¿Qué belleza salvará al mundo? Trejo Ediciones, Córdoba, 2000, pp. 10. Cita a F. Dostoevsky, L'idiota. P III, cap V, 1998, pp. 645.