La inédita sensación de vivir la vida sin sobresaltos
Una reflexión que trae contrastes entre la vida de un asalariado en Argentina y en España, que podría compararse con la de muchos otros países. Un argentino de visita en Europa y el descubrimiento de una estafa como modo de vida en su país: la amargura de la inestabilidad.
Un tuit del usuario Mr Cluni afirmó, por estos días: "Vivir en Argentina es jugar una final con penales todos los días". Es citable aquí, porque resume en términos sencillos y entendibles una sensación que se puede percibir con mucha mayor claridad cuando se está lejos por un tiempo, de lo que pasa en la tierra en que uno nació, trabaja, vive y cría a sus hijos (aunque algunos hayan decidido irse, justamente hartos del frenesí de esa "final" de Mundial en bucle).
A la distancia, el país se percibe como envuelto en un sistema de estafas constantes y puede vivirse desde lejos y con gran envidia la increíble situación de no sentirse culpable por vivir sin sobresaltos.
No se trata de idealizar lo externo y demonizar lo propio, sino que al tomar un puñado de situaciones de la vida diaria, por ejemplo, en España, que está en crisis económica -pero jamás como las nuestras- el contraste deja en evidencia cómo en Argentina vivimos engatusados todo el tiempo y en una montaña rusa de sucesos políticos, sociales, económicos inentendibles.
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Valorando los múltiples factores vigentes todavía que hacen que continuemos arraigados en la que es nuestra tierra, y resistirnos a huir como han tenido que hacerlo millones de personas de otros países cuyos gobiernos les notificaron cruelmente que estaban "de más" allí, el repaso de un mes de estadía en España deja flotando cosas como que con un salario promedio que puede triplicar al de los asalariados formales argentinos, comprar ropa nueva cuesta dos o tres veces menos, hacer la compra básica en el supermercado sale prácticamente igual o apenas un poco más. Y algo inédito, que mi generación no conoció: si te gusta algo, unas zapatillas o unos calzoncillos, los ves, parás y los llevás de contado, porque tenés esa plata en el bolsillo.
Cuando les he intentado explicar lo novedoso del hecho a los españoles, han compartido miradas que fueron desde el espanto a la ternura.
"Nadie pregunta aquí el precio de un medicamento en la farmacia: si lo necesitas, lo llevas; y punto", me dijo -de buen modo, aunque sorprendida- una farmacéutica después de buscar comparaciones de costos (y comprobar que valían un tercio de lo que en mi país, aun con descuento por la cobertura social).
Si querés comprar el celular nuevo, cuesta en euros la mitad que en Argentina y accedés hasta en 36 cuotas, sin deberle nada al Gobierno por tal posibilidad. Más comprobaciones particulares, que indican o un abuso de las intermediaciones argentinas o una excesiva recarga por impuestos: si sos músico, los instrumentos están a mitad de precio en dólares o euros en primeras marcas, sin imitaciones ni truchadas.
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Las "rebajas" de temporada en los comercios es real y no una estrategia de marketing en donde te bajan 10% el precio de una cosa y te aumentan el 70% en todo el resto, esa estafa que todavía toleramos y algunos, hasta aceptan como "lo que hay".
Y la calidad de vida: la gente puede a diario hacer una estación en un bar y comer algo mientras se dejan allí las preocupaciones del trabajo.
Los alquileres son más caros y hay muchas cosas que también lo son. Pero la vida básica para el trabajador formal podría ser, simplemente, considerada un lujo para cualquier argentino.
Solo con andar un poco aparecen estas comparaciones, que posiblemente los resignados o militantes del pobrismo dirán que son odiosas y hasta delirarán con acusaciones de "antipatria", cual zombies, con el cerebro lavado por las siempre vigentes usinas de conformismo y justificación de que todo siga igual o vaya a peor.
La vida en un país como el visitado no es la que prometen para el "Reino de los Cielos", pero atención: nada obliga a esperar la muerte para poder satisfacer las necesidades, es incomprobable.
Por supuesto que no es lo mismo vivir lejos del lugar en el que nacimos y tenemos arraigados los afectos. Nadie está proponiendo un éxodo en masa (aunque se produzca poco a poco, solo). Tampoco hay por qué normalizar el no poder salir de Argentina o imponer cepos a los que quieren, para lo que sea, irse, volver o quedarse afuera. Pero es absolutamente válido reclamar aquellas condiciones para ser vividas en Argentina: estabilidad con la posibilidad de transitar por las calles sin patearse la cara, arrastrada por tristeza y desilución.
Emigrantes: mentir para seguir viviendo
¿Por qué no se puede vivir tranquilos (en las varias acepciones del término) en el país propio? Al consultarlo con españoles y argentinos, ambos sacan rimero a relucir el chauvinismo siempre a mano y exageran, hasta casi justificar los males o ventajas que les ocurren a unos y otros, naturalizando situaciones que no habría por qué considerar normales. Pero a poco de insistir y exhibir los contrastes, surge el momento de lucidez que permite la duda, la apertura mental, la posibilidad de comparar y aspirar a más.
Ese "más" del que hablamos es solamente poder vivir sin sobresaltos, como se dijo al inicio de esta reflexión. Nadie habla de pretender hacerse ricos o tener lo que no se tiene: hablamos de disfrutar de la vida diaria, con sus altibajos, pero sin amanecer ante un abismo cada día.
Más comparaciones, para ver si comprendemos el contraste: en Argentina nos hemos acostumbrado a que nuestro devenir es cuestión de suerte, de si se apuesta bien o mal, una especie de lotería de la vida. En realidad, vivir en un marco de estabilidad económica, con cierta previsión que impida la angustia constante o la amargura al transitar por calles, la incertidumbre con los más viejos y los más jóvenes, debería ser el estándar.
Pero los argentinos nos hemos acostumbrados a que somos y seremos estafados, ya que los estafadores siguen siendo premiados al dárseles la libertad de seguir manejando la realidad tal cuál está.
¿Algún día vivimos mejor en el pasado? ¿Hubo una Argentina sin vértigo constante en la vida de los asalariados? Tendrían que responderlo los mayores de nuestras familias. Mientras tanto, podemos hacer algo para sacarnos de encima este presente y aspirar a vivir bien, tranquilos y con ganas de quedarnos en donde nacimos.