El bueno, el feo y el malo: las características menos conocidas de grandes personajes argentinos
Las cartas y memorias ofrecen una descripción mucho más rica que la que puede ofrece una pintura o foto.
Las memorias y cartas son una fuente inagotable de buenos momentos para los que disfrutamos de la historia. Entre otras cuestiones, podemos observar -a través de los ojos de quién escribe- las características más humanas de los grandes nombres nacionales.
Vicente Fidel López, hijo de unos de los autores del Himno Nacional, conoció a Bernardino Rivadavia siendo él un niño. La forma en que lo describe años más tarde es más que llamativa:
"Grotesco y muy feo (...) tenía tanta gravedad en la expresión, que no sólo inspiraba respeto, sino cariño. Aunque su trato era siempre solemne y serio, a términos de no escapársele jamás una gracia, una punta hiriente o de estilo vulgar, era sin embargo atrayente y animado por el placer con que comunicaba sus ideas. (...) Rivadavia conocía tanto su importancia que no tenía la más mínima percepción de que su figura fuera ridícula; y se exhibía con entera confianza, convencido de que poseía la admiración y las simpatías de su partido (...) su cabeza se erguía con arrogancia en medio de una espalda demasiado ancha para su estatura. Hasta aquí todo era aceptable; pero los brazos eran tan pequeños que parecían de otro cuerpo; y allí no más, a mínima distancia del pecho, sobresalía un abultado vientre, que producía el efecto material de una esfera sostenida por dos palillos, nada correctos ni derechos siquiera. Tenía los ojos redondos y abiertos al ras de las cejas (...) los labios gruesos y tendidos hacia afuera con cierto gesto de orgullo, pero benevolente y protector al mismo tiempo".
Aparentemente don Bernardino estaba lejos de ser considerado atractivo, con San Martín la cuestión era totalmente diferente. La inglesa María Graham lo conoció en Chile y dejó este testimonio:
"Sus ojos son obscuros y bellos, inquietos, y expresan mil cosas (...) su bella figura, sus aires de superioridad y esa suavidad de modales a que debe principalmente la autoridad que durante tanto tiempo ha ejercido, le procuran muy positivas ventajas. Comprende el inglés y habla mediocremente el francés, y no conozco otra persona con quien pueda pasarse más agradablemente una media hora".
Por otra parte, sabemos gracias al viajante inglés Roberto Proctor, quién frecuentó a San Martín en nuestra provincia en 1824, que "parecía muy apegado a Mendoza, como los habitantes lo eran a él; y sin duda como este lugar fue el punto donde comenzó su brillante carrera, érale el más querido. Por la tarde, con frecuencia venía a nuestras reuniones y nos divertía mucho con una cantidad de anécdotas interesantes que tenía manera fácil de narrar, animada por su rostro fuertemente expresivo".
Sabemos que, a pesar de tanto amor por Mendoza, San Martín terminó sus días en Europa. De aquella época tenemos datos gracias a las visitas que recibió. Destaca especialmente la de Florencio Balcarce, hermano del marido de Merceditas. Sin duda, sus palabras nos permiten ver al Gran Capitán durante el ocaso de su vida:
"Tengo el placer de ver la familia un día sí y otro no. Iría todas las semanas si los buques de vapor estuvieran del todo establecidos. El general goza a más no poder de esa vida solitaria y tranquila que tanto ambiciona. Un día lo encuentro haciendo las veces de armero y limpiando las pistolas y escopetas que tiene; otro día es carpintero y siempre pasa así sus ratos en ocupaciones que lo distraen de otros pensamientos y lo hacen gozar de buena salud. Mercedes se pasa la vida lidiando con las dos chiquitas que están cada vez más traviesas. Pepa, sobre todo, anda por todas partes levantando una pierna para hacer lo que llama volantín; todavía no habla más que algunas palabras sueltas; pero entiende muy bien el español y el francés. Merceditas [nieta mayor de San Martín] está en la grande empresa de volver a aprender el a b c que tenía olvidado; pero el general siempre repite la observación de que no la ha visto un segundo quieta".
Por esa época, Charles Darwin estaba de visita en nuestro país y dejó descripciones sobre Juan Manuel de Rosas. Según el inglés Rosas era "un hombre de extraordinario carácter, que ejerce la más profunda influencia sobre sus compañeros; influencia que sin duda pondrá al servicio de su país para asegurar su prosperidad y su dicha (...). Dirige admirablemente sus inmensas propiedades y cultiva mucho más trigo que todos los restantes propietarios del país".
No es la única definición que tenemos sobre el Restaurador. Vicente Fidel López lo describió así: "Se fingía modesto y recatado en las escasas visitas que hacía a la capital. Pero allá en los campos era tan brutal en los juegos hípicos que no se contentaba sino haciendo víctimas (...). Alto, hercúleo, de semblante rubio, de ojos azules y de hermosa figura, tenía no sé qué que avasalla bárbaros. (...) era el que a su vez traía y clasificaba a los habitantes de aquella campaña como si fuesen ganados mansos de su rodeo".
Cómo vemos, la riqueza de estas descripciones escapa a lo que puede trasmitirnos una pintura o foto. Nos lleva a las profundidades humanas de aquellos a los que generalmente vemos convertidos en bronce. Camino apasionante que seguiremos recorriendo.