Un sabueso, un barco, un marino y dos topónimos argentinos

El doctor Enrique Da Viá se sumerge en la historia y ofrece un relato maravilloso de dos nombres de lugares emblemáticos argentinos.

Eduardo Da Viá

Esta rara conjunción comenzó allá en Inglaterra, cuando el 27 de diciembre de 1831, zarpara del puerto de Dovenport, Plymouth, el bergantín Beagle con la misión dispuesta por el Real Almirantazgo Británico, de explorar las costas de América del Sur confeccionando mapas con detalladas descripciones de los accidentes costeros desde Bahía en Brasil hasta Tierra del Fuego en Argentina, para luego rodear el extremo más austral del mundo y repetir la tarea por la costa oeste hasta Guayaquil.

Era una misión cartográfica en realidad, absolutamente pacífica, a tal punto que de los 10 cañones con que estaba provista la nave originalmente, se le desmontaron 6 para quedar solo 4 a los efectos defensivos de ser necesarios.

Desde Guayaquil deberían virar al oeste y dirigirse de regreso a Inglaterra, realizando así una circunvalación similar a la proeza de Magallanes llevada a cabo en 1519, vale decir tres siglos antes.

Dada la misión estrictamente científica de la misión, no era de extrañar que un intrépido jovencito, ávido de conocimiento, poseedor de una mente brillante y con importante acervo científico a pesar de su corta edad, a la sazón sólo 22 años, solicitara al Capitán Fitz Roy ser incluido en la tripulación, a lo que el veterano marino accediera con gusto; se trataba nada menos que de Charles Darwin, geólogo, explorador, escritor de viajes, etólogo, entomólogo, botánico, carcinólogo, apicultor, naturalista, filósofo, escritor y biólogo.

A pesar de su juventud era ya conocido en los círculos científicos por lo que el capitán Roy no vaciló en aceptarlo y además le asigno el segundo de los dos camarotes con que contaba la austera embarcación, siendo uno para el propio Roy y el otro para Darwin y un guardiamarina.

Lo cierto es que los 74 miembros de la tripulación carecían de todo tipo de comodidades.

La armada británica contaba con 5 navíos de nombre Beagle, debido a que la escultura del perrito, raza muy apreciada por los ingleses, oficiaba de mascarón de proa como puede observarse en este modelo, réplica de la embarcación, destruida muchos años antes:

El Beagle, era un sabueso muy apreciado en Inglaterra por sus excepcionales condiciones olfativas, lo que lo transformó en un perro muy útil para la detección de presas de cacería.

En realidad la raza existe desde hace miles de años, pero fue durante el reinado de Victoria en el S. XVII que adquirió notoriedad. Es además una excelente mascota. Su nombre Beagle, de etimología discutida parecería proceder del inglés medio con el significado de boca o garganta abierta, dada la potencia del ladrido en comparación con su pequeño tamaño.

Llegada la expedición al extremo sud Argentino, Robert Fitz Roy envió al oficial de navegación teniente M. Murray a inspeccionar la parte norte de la bahía Nassau. Este oficial descubrió un estrecho paso, el que luego fue bautizado en su honor por el propio Roy como canal de Murray, que desembocaba en un canal recto, de aproximadamente dos millas o más de ancho, que se extendía de este a oeste hasta donde alcanzaba la vista. A ese canal se lo denominó Beagle en recuerdo del nombre del barco que lo atravesó por primera vez; es por ello que la denominación correcta es Canal del Beagle.

El canal era por lógica muy conocido por los onas, nativos que lo denominaban Onashaga y que significa simplemente canal de los onas

En cuanto al complejo macizo Fitz Roy, denominado así por el perito Francisco Pascasio Moreno en 1877 y en homenaje al famoso marino, tiene en realidad un nombre nativo: Chaltén, un término de la lengua aonikenk con la que los antiguos Tehuelches nombraban a esta montaña que consideraban sagrada. Su significado es montaña humeante, pues ésa es la impresión que da cuando las nubes se encolumnan con el viento en su cima.

El descubrimiento del Fitz Roy por los europeos probablemente se remonta a 1782, cuando Antonio de Biedma y Narváez alcanzó el lago Viedma, ubicado al sudeste.

Intertanto, el genial Darwin descubría multitud de insectos, plantas y fósiles desconocidos por lo europeos.

Como indelebles huellas del paso del Beagle por territorio argentino, quedaron dos topónimos que nos enorgullecen: Canal del Beagle y Monte Fitz Roy.

El monte Fitz Roy.

El monte Fitz Roy.

A modo de adenda de este escrito no puedo menos que mencionar con tristeza y hasta, por qué no decirlo, con disgusto por no habernos enseñado jamás en ninguno de los niveles educativos, estos detalles mencionados acerca de las características geográficas de la porción más austral de nuestro país, zona de muy difícil exploración y fuente permanente de discusión de sus límites.

Simultáneamente con la hazaña británica de descubrir y aclarar esa intrincada geografía después de un agotador viaje de 8000 millas, nosotros, los dueños de esos territorios, estábamos firmando el Pacto Federal, un tratado suscrito en la ciudad argentina de Santa Fe el 4 de enero de 1831 por las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, integrantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el que se constituyó una alianza ofensiva y defensiva entre esas provincias federales para hacer frente a la Liga Unitaria formada poco antes.

Es decir nos estábamos peleando entre nos y estableciendo la grieta que hoy socava como nunca a la sociedad argentina, sin tener la menor idea de la titánica y por demás exitosa misión británica de índole científica; pero claro, eso ocurría allá lejos en ese agreste triángulo territorial carente de importancia, cuando la realidad es que cada centímetro cuadrado de nuestra extensa nación vale lo mismo se ubique donde se ubique.

Cuando tuve la oportunidad de aprender geografía argentina corría el año 1955 y de nuevo nos estábamos peleando entre nos, fue la famosa Revolución Libertadora que acabó con otro presidente constitucional.

Por algo estamos como estamos.



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