El fraile Félix Aldao, cuando en Mendoza no había anestesiólogos: Crónica de una operación programada

José Félix Aldao, sacerdote dominico, gobernó Mendoza hasta su muerte. Llegará a la máxima magistratura provincial en 1841. Aquí la historia de su sangrienta vida y su terrible y dolorosa muerte, contada por Gustavo Capone.

José Félix Esquivel y Aldao (1785 - 1845): "El fraile teniente coronel"; "el jefe guerrillero"; "el gobernador federal de Mendoza"; "el caudillo popular"; "el sanguinario"; "el héroe cuyano"; "el loco"; "el degradante borracho"; "el legendario"; "el capaz de las mayores atrocidades"; "el gobernante eficaz"; "el imperdonable apóstata". Son solo algunas de las dicotómicas descripciones sobre Aldao, vertidas por sus incondicionales fanáticos o por sus acérrimos detractores. Otra típica historia de esos "héroes malditos", en medio de un tiempo donde quien a hierro mataba a hierro moría.

"La figura extraña vestida de blanco, semejante a un fantasma", escribirá Sarmiento sobre el fraile muerto hacía 20 días desde su exilio chileno en "Vida del General Fray Félix Aldao. Apuntes biográficos" (1845). Para algunos, una "biografía inmoral" (Celina Manzoni), escrita en caliente y sin suficiente documentación, novelada, tendenciosa y distorsionada. Para otros, la pura verdad revelando la brutal barbarie del sanguinario cura. Amado o aborrecido, un condimento imprescindible para la propagación de todo mito popular.

Notas sueltas en la voluminosa vida de Aldao

Quedarán para otro día los detalles de una vida álgida en tiempos determinantemente marcados por las intestinas luchas civiles argentinas, donde no había término medio, y en muchos casos, nada de moderación.

Para insinuar, solo para insinuar, expondremos una postal de Aldao con algunos hechos relevantes de su vida, sin ninguna pretensión más que establecer un sintético perfil para quienes no lo conocieron.

El famoso fraile había nacido en Mendoza, era hijo de un militar y de una ilustre mendocina, doña María del Carmen Anzorena Nieto y Ponce de León. Se ordenó como sacerdote dominico en el Convento de los Predicadores en 1806 y se doctoró en Chile.

De regreso a Mendoza se incorporó al Ejército Libertador sanmartiniano como capellán en el Regimiento Nº 11 de Infantería. Desde ahí cambiaría su historia para siempre.

Una buena parte del ejército se movilizaba por la cordillera a través del paso de Uspallata, cuando a las sombras del Aconcagua divisaron el puesto "realista" de Guardia Vieja. La guerra cordillerana no daba para titubeos. Fue así, que 150 fusileros y 30 jinetes atacaron el parador español. Entre ellos el capellán Aldao, quien, como "dios manda", empujado por las circunstancias también se lanzó al ataque. La acción valiente fue considerada, y por sugerencia de Gregorio de Las Heras, el mismo general San Martín lo nombró teniente del Regimiento de Granaderos a Caballo. Había sido su bautismo de fuego, "gracias a dios" sin demasiadas penas que lamentar, y con la sensación de haber recibido otro llamado vocacional al que ya no abandonará jamás: esa caliente pasión por guerrear.

Hizo toda la campaña libertadora por Chile y Perú siendo reconocido por su coraje y arrojo. Una cuestión pasional hará que deje el ejército perseguido por la misma curia: se había enamorado de una limeña, Manuela Zárate, pero su condición de cura hacía que no pudiera casarse, por ende, decidió volver a Mendoza.

Regresado a la patria, el país se desenvolvía en encarnizadas pujas internas. Con el correr del tiempo terminará siendo un ferviente federal.

La muerte de Laprida en la batalla mendocina

Hubo otro hecho determinante que signará su vida y forjará en gran parte su leyenda sanguinaria: el asesinato de su hermano Francisco Aldao, cuando éste tras el triunfo federal en "la batalla del Pilar" (22 de setiembre de 1829), cerca de la capilla San Vicente, hoy Godoy Cruz, se arrimó a las vencidas huestes enemigas unitarias para ofrecer un armisticio y como respuesta recibió un balazo en la cabeza.

Así imaginó el arte el desarrollo de la sangrienta Batalla del Pilar.

Así imaginó el arte el desarrollo de la sangrienta Batalla del Pilar.

Enfurecido por la noticia hará fusilar oficiales y soldados unitarios rendidos: el doctor José María Salinas; el mayor Plácido Sosa; José María y Joaquín Villanueva, quien será degollado; Luis Infante; 12 sargentos y cabos, además de 200 soldados rasos. Días después también será fusilado Juan Agustín Moyano.

El que se salvará de "chiripa" en esa batalla será el joven teniente Domingo Faustino Sarmiento, quien nunca olvidará la situación de pánico vivida y lo plasmará en la biografía del fraile (ya mencionada) 25 años después.

De la batalla también participó Narciso Laprida, aquel presidente del congreso independentista tucumano de 1816. Intentó escapar. Fue interceptado. Una lanza atravesó su pecho. Dos versiones agigantarán el cruel mito de la muerte de Laprida y la voracidad despiadada de Aldao.

Para algunos, el unitario Laprida fue enterrado vivo con la cabeza afuera de la tierra y pisoteado por una tropilla de caballos hasta reventar su cráneo. Para otros, tras una serie de lanzazos en el piso fue masacrado por la montonera hasta prácticamente descuartizarlo. El cadáver del sanjuanino también surcó dos posturas. La primera postura es que fue enviado al cabildo de Mendoza, terminará siendo reconocido por el juez Gregorio Ortiz, quien lo escondió en un calabozo y se lo terminaron comiendo los perros. La otra versión fue simplemente que su cuerpo no apareció nunca.

Aldao, gobernador hasta la muerte

Gobernará Mendoza hasta su muerte. Llegará a la máxima magistratura provincial en 1841. "Mucha agua había ya pasado bajo el puente", basta pensar que han transcurrido más de 12 años de aquella Batalla del Pilar.

"Viva Rosas; viva la santa federación. Mueran los salvajes unitarios", grito de guerra que siempre se escuchará en el campamento de Aldao. Decenas de batallas atestiguarán su época: Oncativo, Ciudadela, La Tablada, Angaco (la batalla más sangrienta de toda la guerra fratricida), Rodeo del Medio, peleas contra los indios. Triunfos y derrotas, cárceles, fugas, destierros, persecuciones, cubrirán su derrotero.

Juan Manuel de Rosas.

Juan Manuel de Rosas.

Mientras tanto, continuará con su pasión por los caballos en su predio de "La Chimba" (cerca al cementerio de Ciudad de Mendoza), allá donde se abría el canal Tajamar, camino a San Miguel (hoy Las Heras). Riñas de gallos, naipes, guitarras, "caña", sus 12 hijos y más de una mujer. "La soledad fue sombra cada noche. / Perdone, Confesor, a la Dolores, / a la Manuela, a la Romana Luna / ellas nombran mis faltas, no sus yerros". Escribirá Antonio Camponnetto en la poesía "Campanas de Tierra y Cielo" dedicada a Aldao.

Estimuló obras de riego, construcción de canales, apertura de calles y los centros productivos se extendieron hacia el sur generando nuevos asentamientos poblacionales. Mientras tanto, la oposición lo trató de despótico y lo acusó de borracho y hereje.

Por un decreto gubernamental declaró "dementes" a todos los unitarios y nombró tutores para que los cuidasen. Acto seguido: le confiscó los bienes. En el fondo, sin dobleces, ese será "el loco" Aldao.

La extirpación del "cuerno" de Aldao

El estado de situación de la medicina provincial allá por 1845 era pobre. Lo habíamos manifestado en notas anteriores, Mendoza solo contaba desde la época colonial con el "Hospital San Antonio", que "quedó al cuidado de la Orden Hospitalaria de los Betlemitas. Estos se habían trasladado desde Lima para cumplir esa misión. Tuvo un pabellón para españoles y otro para mestizos. La práctica de la cirugía se reducía a la curación de heridas, reducción de fracturas, extirpación de tumores externos, cauterizaciones, sutura de heridas y apertura de abscesos. La analgesia se lograba con la embriaguez alcohólica y el opio, pero resultaban poco eficaces para mitigar el dolor durante las operaciones". (Historia de la cirugía en Mendoza Doctor Eduardo Cassone. Revista Médica Universitaria, Volumen 1, Número 1, diciembre 2005).

El fray Aldao fue caracterizado como "un duro". Su tenacidad y sus cruentas prácticas contra sus adversarios en defensa de sus ideales federales fueron históricas. Y también cuenta la leyenda, que su mal humor era una constante. Pero si algo no pudo soportar fue la burla de sus rivales cuando lo ridiculizaban diciendo que tenía un "cuerno" en su frente. "El cachudo de Aldao", decían los pasquines de la oposición.

El fraile y militar tenía un organismo bastante "baqueteado". Balazos recibidos, cortes de lanza y cuchillos, caídas de caballos, gastritis crónica, cirrosis, sífilis y además tenía un evidente tumor protuberante que terminó siendo diagnosticado como un "lobanillo", y que cada día crecía más.

La primera consulta sobre ese "cacho" fue con el doctor Cayetano Garviso, un viejo médico español ya retirado del ejército. El galeno opinó que se trataba de un quiste que contenía "miel o suero con leche cortada o materia sebácea" y que lo curaría con una punción por bisturí.

Parece que el gobernador no quedó muy conforme y entonces le escribió a Juan Manuel de Rosas. "(...) en Mendoza hay tres a cuatro médicos, pero todos con excepción de uno, son salvajes unitarios en quienes no puedo confiar, y el único federal es el más ignorante"; solicitándole por favor le enviara urgente un cirujano "que algo supiera".

En este ínterin y ante las seguridades que ofrecía Garviso, el fraile Aldao aceptó realizarse la operación. El doctor cobraría honorarios de 1.000 pesos fuertes. Cuando Garviso punzó el tumor con el bisturí, en vez de sebo comenzó a manar sangre. Si bien pudo cortar la hemorragia, a los pocos días el tumor estaba peor.

Entonces Garviso, lejos de sentirse amilanado, fue por otra oportunidad. Volvió a convencer a Aldao que una nueva operación sería la definitiva. En esta ocasión estaría asistido por otro médico español de apellido Martínez y el padre betlemita Santa María. Los antecedentes de Santa María decían: "que estaba casi sordo, hablaba muy poco, pero había sido habilitado como cirujano por el gobierno mendocino por su acción caritativa en el Hospital San Antonio". Una garantía.

"La operación duró casi una hora. Solo pudieron extraer parte del tumor, cauterizar la restante y las caries que mostraba el hueso coronal (frontal) también fueron cauterizados, coser los colgajos y poner un apósito. Por supuesto, toda ello, sin la menor anestesia" (Cassone). A puro alcohol controlando la infección, mordiendo un palo para contrarrestar la tensión y tomándose litros de aguardiente como atenuante del dolor.

Una pena que por ese entonces Horace Wells, el dentista que por primera vez usó el óxido nitroso durante 1844 en sus pacientes del Hospital de Massachusetts (EEUU) como paliativo anestésico no atendiera también en Mendoza. Hubiera evitado dos dramas: calmar el dolor de Aldao y probablemente no se hubiera suicidado cuando al no poder explicar lo que había inventado, sumergido en una crisis psicótica, se quitó la vida.

Lo cierto fue que Rosas enviará a Mendoza al doctor Miguel Rivera (casado con Mercedes Rosas, hermana del mismo Juan Manuel). Era considerado una eminencia. Graduado en Buenos Aires y especializado en Paris.

Cuando Aldao fue revisado por Rivera el tumor se había extendido cubriéndole la nariz, el ojo derecho y casi toda la frente, mientras una gran infección abarcaba la zona. Decidiendo entonces el cirujano hacer una nueva operación.

En paralelo el doctor Garviso huyó a Chile por temor a las represalias ante la ira despertada en el fraile. (con 2.000 pesos fuertes; lógico, lo operó dos veces).

El mural que recuerda la Batalla del Pilar, en el barrio con ese nombre, en Godoy Cruz.

El mural que recuerda la Batalla del Pilar, en el barrio con ese nombre, en Godoy Cruz.

Mientras tanto Aldao seguía enfrascado en los virulentos conflictos entre federales y unitarios que acosaban la provincia, pero aceptó ser operado "siempre y cuando la intervención no durase más de dos minutos" porque no podría soportar más dolor y bajo la promesa que la intervención no cubriría el ojo izquierdo.

Rivera en pocos minutos realizó la cirugía "cortando el tumor con las porciones de hueso que estaban adheridas. La hemorragia era tan abundante que no podía perder instantes en examinar". La operación dejó un hueco enorme sobre la cara del fraile, quien se desmayó en varias oportunidades durante la intervención, siendo reanimado con colonia de alhelí y sorbos de aguardiente.

Lamentablemente para Aldao el tumor se reprodujo rápidamente. Una infección bacteriana en poco tiempo terminó con una manifiesta deshidratación y una marcada desnutrición. Imaginando su final le escribirá a Rosas: "(...) despedirme del amigo más tierno, más querido en mi corazón, y si los méritos de Jesucristo me llevan a la mansión celestial, desde allí no cesaré un momento de rogar a Dios Nuestro Señor por la conservación del Padre de la Patria Argentina y del más consecuente amigo".

El fraile, militar, caudillo y gobernador falleció en enero de 1845. "Me muero, Confesor, que me sepulten / con el hábito aquel que yo llevara, / cantor del Coro de Santo Domingo. / Refugium peccatorum, no me dejes. / Me muero, Confesor, viva la patria". Así terminaba aquella poesía. Así terminó la vida de Aldao

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