Lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo de Javier Milei
Qué implica el fenómeno de Javier Milei, que tuvo su demostración en Mendoza con fuerza durante el acto realizado en el Parque O'Higgins.
Hay una "mileimanía". No solamente lo apoyan personas que coinciden con sus ideas económicas o sus posiciones políticas o místicas, sino fundamentalmente es el recipiente que contiene al caudal de todos los que están hartos con todos los otros. Es más que lo que representó el FIT en su momento: un voto bronca que generó que desde Chacras de Coria o el barrio Dalvian votaran al trotkismo. El caso de Milei es distinto. Es bueno y es malo. Es lindo y es feo. Y esas contradicciones lo transforman en un producto político que irrumpe en el mercado de la oferta democrática existente, y no preciamente desde una primera marca partidaria.
Es bueno que Milei haga reflexionar sobre temas de Economía en forma masiva. Algunos simplemente compran el discurso hecho y lo repiten, cual loros. Pero muchos no. Sobre todo, los jóvenes, que se interesan por indagar más allá de los contenidos con los que todos fuimos formateados en la escuela o en la universidad: agregue aquí cada uno su consideración sobre los saberes recibidos al respecto y los resultados que ofrece el país al respecto.
Es malo que lo haga montado sobre un discurso violento y que es el combustible que lo moviliza a gran velocidad dentro de las opciones políticas para 2023. Está demostrado que cuando Milei se muestra conciliador, baja en la consideración. Asciende cuando cataliza con su propia verba la bronca de miles, cientos de miles, sino de millones. Si bien se entienden los motivos de su violencia verbal, nadie en su entorno puede garantizar -montados sobre el triunfalismo- que no pueda generar una multiplicación desde sus seguidores. Lo que se muestra como un estilo u opinión, puede ser asimilado por una tropa sobreestimulada como "una orden a ejecutar". Y es extraña su apelación al misticismo religioso, que puede ser la pata surrealista de su campaña: la apelación a factores por fuera de la realidad que no se esperaba de un economista tan concreto.
Lo lindo del fenómeno es darse cuenta que la política está viva, que se transforma, que no es un ecosistema muerto y que se nutre -en esta evolución que se verifica con el caso Milei- de ideas, que podrán compartirse o no, pero que no se trata de una propuesta electoral que surge de una maquinaria construida solo para "ganar y después veremos". No es una nueva opción de repartir cosas para recibir votos, precisamente. Y se produce dentro del sistema democrático. En este último tópico, es necesario pensar dos veces antes de otorgarle el monopolio del autoritarismo, sobre todo, fuerzas políticas que basan su éxito (electoral, jamás de gestión) en el verticalismo a ultranza y el culto al líder único.
Lo feo puede estar representado porque se le están trepando, cual caballo de Troya, fracasados, chantas, oportunistas de diversa índole que jamás pudieron tener éxito por sí solos y que solo alcanzaron lugares en el poder mediante acuerdos con otros que sí eran exhibibles. Hay mucho parásito que vive de la sangre del otro y que muta de cuerpo cuanto el anterior parece decaer. No siempre aciertan en su elección, pero no mueren jamás en el intento: son eternos chupasangres, en democracia o en dictadura, les da igual. Pero huele la sangre prometedora y se le prenden automáticamente.
En los alrededores del Milei real, en el equipo propio, se muestran más como el gatito Chatrán que como el "León que ruge", aunque sin ingenuidades. Se dejan usar por las viejas estructuras y, cuando les dicen que aquí, en Mendoza, se han montado sobre una casta de dinosaurios, solo sonríen y salen en defensa de esa fauna extinta: "No, están equivocados, los dinosaurios son más jóvenes que estos".