Qué le pasó a Darwin en Mendoza, algo que lo acompañó hasta sus últimos días
Darwin en Mendoza: Langostas, un bosque petrificado y su relación con un bicho que lo siguió hasta su muerte. Gustavo Capone recoge el paso del científico inglés por estas tierras.
Hace unos años tuve el gusto de escribir un libro: "Las mil y una plagas. El karma mendocino, entre la ciencia y la leyenda" donde recorríamos hechos y momentos históricos en los que la naturaleza se empeñaba en hacernos sufrir. Desde centenarios tiempos nativos hasta los vigentes adversarios catastróficos con que todo Mendoza, social y productiva, tuvo siempre que lidiar.
Aquel trabajo auspiciado por el Iscamen pretendía extender el concepto de plaga, de peste o de catástrofe, y estaba lejos de circunscribir el hecho traumático hacia algo inminentemente agronómico, biológico, geológico, climático o técnico, sino que buscábamos tratarlo en paralelo como un fenómeno que quedaba flotando en la atmósfera social, más allá y después del paso de aquella manga de langosta, de ese bicho del cesto, del devastador granizo o del temido terremoto.
Hacíamos eje expresamente en vivencias, experiencias, leyendas y mitos sobre esas plagas y catástrofes que golpearon Mendoza desde un lejano ayer hasta la actualidad. Por ende, las historias de vida se sucedían, y ahí aparecían las mujeres y hombres de Mendoza enfrentando un combate que por mucho tiempo pareció claramente desproporcionado. Bregando con rudimentarios medios empíricos. Munido de un voluntarismo muchas veces estéril. Con la fe puesta, en vaya uno a saber, cuál ritual. Con la plegaria o la invocación a través de un santo protector o recurriendo al conjuro o "gualicho" de la bruja del lugar. Con consejos centenarios trasladados por generaciones. Haciendo cruces de sal, clavando cuchillos en la tierra, tirando cenizas por las hileras, atando cintas a los parrales, haciendo ruidos con gritos y tambores. O también con la ayuda de expertos profesionales. Con novedosos sistemas de riego y de coberturas de mallas, previniendo en las barreras sanitarias, revisando radares, invirtiendo en innovaciones tecnológicas o químicas.
En el fondo, muchas veces con más ganas que resultados, pero siempre con el firme objetivo de vencer al invasor: un bicho, una tormenta o una maldición.
Y junto a ese vecino y productor mendocino aparecían en el libro hechos relevantes que comprendían desde las pestes bíblicas de Egipto hasta los contemporáneos tiempo de vendimia, pasando por los incas, los chamanes huarpes, San Martín, Belgrano, Sarmiento, San Roque, La Carrodilla, Gustavo André, Civit, "el gaucho" Lencinas, el cura Lencioni, Villanueva, Cipolleti, Pouget, Thays, las escuelas, los hospitales, los enfermeros, los juglares, etc. Todos con el testimonio de su época, protagonizando ellos un combate contra esos flagelos.
Con el nombre que la peste requiera; en criollo, llamándolos "el pulgón", "la cochinilla", "la mosca", "el gusano", "la polilla", "la hormiguita negra", "la arañita roja", "la mancha" o como la filoxera, la carpocapsa, la lobesia botrana, en caso "de los estudiados". Contra el zonda, la helada, la piedra, el aluvión, la sequía, el incendio, el alud o el temblor.
"Muchas veces luchando solo. Mirando al cielo. Desamparado y no sabiendo que hacer, pero con la cruel certeza que no será la última vez", decía en el libro.
Pero hay sucesos que los visitantes circunstanciales a Mendoza también percibieron e inmortalizaron en sus notas. En esta situación puntual, me parece importante compartir el testimonio de un personaje foráneo de altísimo renombre internacional a través de su paso por la provincia: Charles Darwin (1809 - 1882), que para muchos es prácticamente ignorada.
Esta será otra nota poco conocida y difundida en nuestra tierra, pues incorporó a la historia mendocina la trascendente experiencia de Darwin, que a posteriori volcará en sus mundialmente conocidos trabajos la notoria vivencia de Mendoza. Por ejemplo, el avance arrasador de una manga de langosta, árboles de 230 millones de años en la cordillera y la picadura de una vinchuca que le deparará contraer el "Mal de Chagas - Mazza".
Para concluir con el introductorio y habitual encuadre contextual del tema, comparto (textual) un breve fragmento de aquel capítulo dedicado a Darwin en "Las Mil y una plaga. El karma mendocino".
"Finalizaba un caluroso marzo. Pero si bien el calendario se empecinaba en recordar que el famoso otoño de Mendoza ya había comenzado, el calor abrazador cubría el centro de la geografía provincial, mostrando una postal que se empeñaba en remembrar el reciente verano concluido. Era un 27 de marzo de 1835. En principio, día nada especial, de un extenso viaje que comenzó en diciembre de 1831 a bordo del bergantín HSM Beagle, de la Marina Real Británica, desde el puerto colonial inglés de Devonport (Tasmania - Australia), y que por ese marzo cuyano, de casi 40º de temperatura, la expedición transitaba por el desierto lujanino de Mendoza sobre el lomo de una mula proveniente de Valparaíso.
El protagonista, nada más y nada menos, que el autor de "El origen de las especies" (1859): Charles Darwin, quien tras pasar la cordillera por el Paso del Portillo realizó revolucionarios estudios geológicos en la provincia hacia 1835. Sus huellas viven aún hoy en Puente del Inca, Las Cuevas y Paramillos, reflejadas cabalmente en su histórico diario "Viajes de un naturalista alrededor del mundo" y, posteriormente, en otra de sus obras principales: "El viaje del Beagle: observaciones geológicas en Sudamérica", y en las cartas que Darwin escribiera años después a su mentor, el profesor John Stevens Henslow de la Universidad de Cambridge.
"La geología de esta región es muy curiosa. La cadena de Uspallata está separada de la cordillera principal por un largo llano, estrecho, depresión semejante a las que he observado en Chile; pero esta depresión es más elevada, porque se halla a 6.000 metros sobre el nivel del mar. Esta cadena, en relación a la Cordillera, ocupa casi la misma posición geográfica que la gigantesca cadena del Portillo, pero tiene un origen muy diferente. Se compone de diversas especies de lavas submarinas, alternando con gres volcánica y otros depósitos sedimentarios notables; el total se parece mucho a algunas de las capas terciarias de la costa del Pacífico. Esta semejanza me hizo pensar que debería hallar maderas petrificadas, características de estas formaciones; y pronto adquirí la prueba de que no me había equivocado. En la parte central de la cadena, a una altura de 7.000 pies, observé en una vertiente algunas columnas tan blancas como la nieve. Eran árboles petrificados; once se hallaban convertidos en sílice y otros treinta o cuarenta en espato calizo groseramente cristalizado. (...) Me encontraba en un lugar en que en otro tiempo un grupo de árboles hermosos había extendido sus ramas sobre las costas del Atlántico cuando este océano hoy está a 700 millas de distancia (1.226 kilómetros), y llegaba hasta bañar el pie de los Andes". Darwin estaba describiendo lo que hoy conocemos como el primer bosque fósil de América del Sur (a más de 1.000 kilómetros del Atlántico, desde donde se extendía en aquel período Triásico). También conocido como el bosque de araucarias petrificadas de Paramillos o "el bosque de Darwin".
Lo cierto es que el creador de la Teoría de la Evolución, no solo se convirtió en el gestor de los primeros estudios geológicos de Mendoza, sino que también, en su extenso diario "Viajes" se ocupó especialmente de relatar otros varios curiosos sucesos acaecidos en los "pagos" mendocinos.
Darwin, la nube de langosta en la "república de Mendoza" y siempre algo de San Martín
Escribirá Darwin: "(...) tras dos días de molesto viajar, reconfortó el ánimo, la vista de lejanas hileras de álamos y sauces que crecían en torno del pueblo y río Luján. A poco llegar aquí, observamos al sur una nube de bordes irregulares y color negro con matices pardorrojizos. Al principio creímos que era humo de una gran hoguera encendida en las llanuras; pero pronto nos cercioramos que era una inmensa bandada de langostas. Volaban hacia el norte, y a favor de una ligera brisa. Pasaron por encima de nosotros con una velocidad de 10 a 15 millas por hora. El grueso de ellas llenaba el cielo desde la altura de ocho a veinte pies sobre el suelo hasta la de dos o tres mil. El ruido que hacían al volar era como el de los carros y caballos que corren al combate, o más bien, diría yo, como el de un viento fuerte al pasar por las jarcias de un navío. El cielo, visto a través de las avanzadas de un formidable ejército, apareció sombreado por una media tinta oscura; pero en el centro quedaba del todo velado, aunque de cuando en cuando se descubrían unas visibles franjas. Cuando se posaron en tierra eran más numerosas que las hojas de hierba y la superficie cambio su color verde por uno rojizo. Posado el enjambre, los individuos huyeron de un lado a otro en todas direcciones. La plaga de langosta no es rara en este país; ya en la presente estación habían llegado al sur varias bandadas pequeñas, salidas al parecer, como en otras partes del mundo, de los desiertos donde desovan y se desarrollan. Los pobres labriegos intentaron en vano rechazar la invasión con hogueras, ruido, agitando ramas. Esta especie de langosta es muy análoga, y tal vez idéntica, al famoso Grillus Migratorius del Oriente". (Darwin, Charles: "Viajes de un naturalista alrededor del mundo". La primera edición del libro es británica y data de 1839. La cita extraída corresponde a la edición española de Editorial La España Moderna. Madrid. 1899. Tomo II. Capítulo V).
Lo concreto y cierto fue que, en sus memorias del viaje, Darwin comentó además sin ningún tipo de retaceo la sorpresa de tamaño fenómeno en Mendoza.
Llamará la atención la sorpresa de Darwin ante las langostas de la "república de Mendoza" sobre todo para quien conviviría en Las Galápagos con lagartos gigantescos, tortugas que medían más de un metro y pesan hasta 400 kilos, cangrejos descomunales, gavilanes asombrosamente mansos que se dejaban derribar de un árbol con una caña de bambú y palomas amistosas que se posaban mansamente sobre sus hombros.
Y así quedó Darwin; asombrado ante la plaga de langostas. Pero sorprendido además de la belleza de la geografía de la "república de Mendoza" (tal su denominación en algunos escritos).
Esos "bichos" ya antes habían asombrado hasta al propio San Martín, veinte años antes que Darwin, cuando el General confesó a sus amigos que una batalla que no pudo ganar en Cuyo fue la lucha contra la langosta. Pido disculpas por la digresión, pero me parece oportuno resaltar al gobernante San Martín, de quien Darwin había escuchado mucho hablar, y no solo en Mendoza.
Lo concreto fue que San Martín, ahondando la digresión, había multiplicado las zonas sembradas buscando conseguir recursos para el ejército. Así crecieron cientos de huertas y chacras de donde proveía la producción de hortalizas y maíz para la alimentación de las tropas. Estas nuevas plantaciones fueron el complemento justo a la frutihorticultura y vitivinicultura mendocina. Obviamente que existían riesgos. Pero prevenido de lo peligroso y dañino que resultaba cada llegada de "una manga de langosta" dispuso un sistema defensivo consistente en la construcción de un alto "mangrullo" desde donde un vigía percibía "al horizonte" la llegada de la "nube maldita". Mientras que en tierra firme un grupo de paisanos, munidos de ramas de chañares y tambores, contrarrestaría el vuelo rasante. En tanto, montones de alfalfa seca dispuestos preventivamente, ubicados estratégicamente en rincones de las chacras, emanarían el humo suficiente para controlar el ataque. La defensa se complementaba con la construcción de grandes tableros, haciendo las veces de escudos de madera, que cubrirían en alguna medida los bordes de los cultivos. Otro punto defensivo estratégico sería el campanario de la iglesia mayor, donde un sereno permanentemente vigilaba el comportamiento social, pero además tenía la misión de avisar con el replicar de las campanas, la llegada de la maldita plaga y aumentar el ruido como ayuda ante el posible avance maligno a la ciudad.
Pero volviendo a Darwin, reiteramos que las sorpresas en Mendoza y en su tránsito cordillerano no se agotarán con esa nube de langostas que cubrió en cielo.
Cuando pase el temblor
El historiador británico de la Universidad Nacional de Singapur John Van Wyhe, fundador del sitio Darwin Online, afirmó en una entrevista con la BBC que el hecho de que Charles Darwin haya presenciado un terremoto de magnitud 8,2 en Chile lo ayudó a desarrollar la teoría de la evolución de las especies. "El día 20 de enero de 1835, según el Servicio Geológico de Estados Unidos, US Geological Survey, un terremoto de magnitud 8,2 afectó la región chilena causando la muerte a 500 personas, principalmente en la zona de Concepción, quedando ésta destruida en segundos". Van Wyhe explicaba que, en el momento del terremoto, Darwin se encontraba cerca de Valdivia, ubicada a 322 kilómetros del epicentro y desde ahí se dirigió a la zona de Concepción.
"Yo estaba en tierra firme descansando en un césped. (El terremoto) vino de repente y duró dos minutos (aunque pareció mucho más). El sismo era muy notable; a mí y a mi sirviente nos pareció que la ondulación venía del este (...) Un terremoto como este destruye las asociaciones más antiguas, todo aquello que es sólido", describió Darwin en su diario. "Es lo más terrible, y sin embargo el espectáculo más interesante que jamás haya presenciado", finalizó sobre el tema tras encontrar la ciudad en ruinas, días antes de emprender su camino a Mendoza.
Mendoza y una marca para siempre
Pero la gran sorpresa también reflejada en sus escritos fue un suceso casual que hizo que su paso por Mendoza estuviera siempre presente. Inadvertido al principio, pero generando una situación que lo acompañará hasta su muerte.
"(...) Un ataque, numeroso y sanguinario de las grandes chinches negras de ‘la pampa', perteneciente al género Benchuca, una especie de Reduvius". Hasta acá, cita textual de Darwin. Y aclaremos que lo que él llama "benchuca", es vinchuca. Lo escribe así, presumimos, tras haber escuchado el término a los paisanos del lugar y preguntar cómo le llamaban.
Mientras en párrafos siguientes continuará expresando: "Difícilmente hay cosa más desagradable que sentir correr por el cuerpo estos insectos blandos y sin alas, de cerca de una pulgada de largos. Antes de efectuar la succión son muy delgados, pero después se redondean y llenan de sangre, y en ese estado se los aplasta con facilidad".
A lo que agregaríamos que muchos biógrafos y médicos de la vida del naturalista inglés, sostuvieron que padeció la crónica enfermedad producida por el "tripanosoma crucis", lo que a la postre sería el temible "Mal de Chagas - Mazza", contraído precisamente en su corto paso por tierras mendocinas.
"La picadura no fue una picadura más; es la punta de un ovillo que invita al diagnóstico médico para explicar al menos en parte los enormes padecimientos del paciente. (....) La vinchuca se alimenta toda su vida de sangre, por lo cual una vinchuca adulta ha succionado la sangre de tantos animales que seguramente está infectada y resulta así ser el transportador o vector del parásito, diseminando la enfermedad. (....) Por lo tanto, la vinchuca que picó a Darwin estaba seguramente infectada y lo contagió" (Doctor Daniel López Rosetti. "Historias Clínicas II". Buenos Aires. Planeta. 2014)
"Es una enfermedad silenciosa, que pasa por un período asintomático (puede ser muy largo, incluso, 10, 20 o hasta 30 años), tardando en manifestarse"; concluirá Rosetti.
En 1837, casi un año después de volver a Inglaterra, Darwin comenzó a sufrir una forma intermitente de síntomas pocos comunes, haciendo que quedara incapacitado por casi el resto de su vida. Varios intentos de examinar los restos de Darwin enterrados en la Abadía de Westminster, usando la tecnología moderna de PCR (reacción en cadena de la polimerasa) con el objetivo amplificar un fragmento de ADN para virus o bacterias, han sido negados por la dirección del museo.
Made in Mendoza
Como siempre decimos, Mendoza no pasa nunca inadvertida. Darwin la promovió mundialmente en sus notas; sí hasta como "república" la nombró. Tristemente, la conocida y criolla vinchuca cuyana no reparó en pergaminos y lo trató como un vecino más.
El 12 de febrero (ayer) se cumplieron 213 años de su natalicio. Debemos reconocer que le hizo un gran favor a la provincia. Fue un calificado y pionero agente de difusión.
Pero además Darwin no solo fue un naturalista reconocido internacionalmente y uno de los científicos más influyentes de la humanidad. Era además médico; estudio literatura en Cambridge; estuvo en un seminario anglicano; siguió las ideas políticas del materialismo radical inglés y como buen cosmopolita sabía muchísimo de historia, lo que hace suponer que perfectamente conocía por dónde caminaba. Sabía de Mendoza, la situación interna del país y hasta apreciaba la gesta sanmartiniana.
Su padre se opuso rotundamente en principio al viaje que realizó, aduciendo que era una pérdida de tiempo. Bueno; su familia también se había opuesto a que se casase con su prima (Emma Wedgwood) con la cual vivirá hasta su muerte y tuvo 10 hijos.
Conclusión: debemos seguir como Darwin lo que el corazón ordene en base a nuestras responsables convicciones, pero también debemos aprender de Darwin que murió (probablemente por aquella picadura de vinchuca mendocina) pero con la honestidad intelectual de terminar reconociendo que su teoría debía ser rediscutida y ampliada, pues hasta a él en sus últimos años le ofrecía dudas. Y eso también es una buena enseñanza.
Mendoza lo vio pasar y sus huellas no deberían ser olvidadas.