Genoveva Villanueva, entre el amor y la muerte, entre los pobres y los ricos
Una mujer en la historia de Mendoza, parte de una familia "ilustre", que se entregó a la ayuda y contención de personas enfermas y afectadas por las carencias. Gustavo Capone pone el foco en Genoveva Villanueva.
"Muchacha ojos de papel". En tiempos en que San Martín llegaba a Cuyo, nacía en el seno de una tradicional familia mendocina: Genoveva Villanueva Godoy. Fue un 1 de enero de 1814. De ahí en más la historia agregará el nombre de una mujer a la extensa lista de los tantos Villanueva que forjaron la Mendoza moderna.
Así, al lado de Nicolás, Joaquín, Arístides, Elías (gobernadores estos 4), Francisco, Melchor, Luis, Ángel y tantos otros Villanueva, también resaltará ella: "Genoveva. La dama de los yuyos" (Proa Editores, 2012) para Hebe Bussolari de Levene, por su altruismo y dedicación a la homeopatía. Corajuda y apasionada. A la postre será la primera presidenta y fundadora de la "Sociedad de Beneficencia de Mendoza".
En "La ciudad heroica" de Rosario Puebla de Godoy (Búcaro N° 48. "Nuestras Miniaturas" de Clorinda Matto, 1906) excelente composición literaria que describe la vida social y política mendocina de mediados de siglo XIX, Genoveva es presentada como la valiente e intransigente mujer que, ante la humillación partidaria de su tiempo, recibió el acompañamiento de sus vecinos.
Nos dice la historia que el gobernador y fraile Aldao en 1842, la hizo pasear en un burro cojo, atada de manos, con un crespón rojo punzó pegado con brea caliente en su pelo por las calles céntricas de Mendoza como emblema humillante ante los que se rebelaban al poder. Genoveva tuvo el atrevimiento de desafiar a Aldao. Había ido un domingo, sin los atuendos federales a la misa en la Iglesia Mayor. Fue apresada por los mazorqueros al mando del jefe policial, un tal Montero, y montada en el mular. El cortejo recorrió las calles principales de la ciudad, mientras los vecinos cerraban sus puertas y ventanas como una muestra de apoyo. El silencio invadió la escena. La costumbre marcaba que, ante el paso del reo, los ciudadanos debían salir a reprobar con insultos, escupitajos o hasta piedras. Nadie ocupó la calle, ni las veredas, ni emitió un grito. El silencio revolucionario y el coraje de Genoveva le decían al régimen que les quedaba poco tiempo.
A los años ese mechón de pelo de Genoveva y el crespón rojo (guardado por la familia Villanueva como símbolo de la intolerancia de la época) fue donado al Museo del Pasado Cuyano "Dr. Edmundo Correas" (Ciudad de Mendoza) donde se exhibe actualmente.
La "casi" novicia rebelde
Genoveva debía seguir el destino tradicional marcado en muchas familias encumbradas de esa época. Una opción fuerte: ser monja. Rotundamente se opuso. Y si bien ostentaba una profunda vocación cristiana y claro compromiso social, no había nacido para ser novicia. Ella quería ser médica como su hermano Francisco. No la dejaron, pero estuvo muy cerca, y cumplió con creces su sueño de ayudar a los enfermos. Tuvo que partir a Chile a estudiar enfermería. Se formó en el Hospital San Juan de Dios de Santiago, ya que la Universidad Real de San Felipe prohibida la formación académica para las mujeres. Es en Chile donde apreciará los beneficios de la homeopatía, actividad que ejercerá gratuitamente hasta los últimos años de su vida.
Mientras tanto, conocerá a un viajero francés, Carlos Meyer, con quien se casó y al poco tiempo tuvo "la osadía" de separarse mientras estaba radicada en Concepción. Ya era "como mucho" para la época, y para la familia. No quería ser monja; se iba a estudiar a otro país; se separaba de su marido y ahora agregaba otro condimento más a sus múltiples facetas: le gustaba la política y se había convertido en homeópata.
"Vestía casi siempre hábito franciscano y para asistir a reuniones solo agregaba a su toilette un chalón de seda o chales de encaje antiguos. Jamás usó sombreros ni trajes a la moda y en cuanto a las joyas, únicamente ostentaba un anillo de suma sencillez y el reloj de bolsillo" (Conrado Céspedes).
Abanderada de los humildes
Genoveva era una mujer que no se llevaba bien con las formalidades de la época, pero eso no impedía que descuidara la gestión social y el llamado de los más humildes. Fundará la Sociedad de Beneficencia (1857), y a partir de ahí nacerán: el Asilo de Huérfanos, la Escuela de Caridad, la Misión por los Presos y la Escuela Modelo de Señoritas.
Con motivo de la fundación de la Sociedad de Beneficencia, Genoveva sostuvo en su discurso inaugural: "Nosotros, que estamos entre los pobres y los ricos, seremos sus mensajeras y a nuestras manos vendrán las riquezas de éstos para remediar las miserias de aquellos. Nosotros oiremos los ayes del desgraciado, le consolaremos ofreciéndole nuestra intercepción para ante los que puedan aliviarlos y si nada obtenemos le recomendaremos entonces a Dios, cuya misericordia infinita todo lo remedia. Esta va a ser, Señoras, nuestra misión y si ella es dura y penosa es también muy grande y sublime". (Eileen Cavanagh, Los Andes, 8 de mayo de 2013).
"También ella (Genoveva) costeó de su propio bolsillo las obras destinadas a construir el templo de San Francisco después del terremoto de 1861 (precisamente ella fue rescatada entre los escombros con varias fracturas) y donó a los Jesuitas toda la manzana sobre calle San Martín y Colón donde después se construyó el templo y el colegio". (E. Cavagnagh).
Las balas, el amor y la muerte
Los coletazos del triunfo presidencial de Avellaneda (1874) llegaron a Mendoza. Revolucionarios y contrarrevolucionarios hicieron de la provincia un relevante escenario bélico. Francisco Civit, gobernador, fue depuesto momentáneamente por las tropas de Mitre al mando de Arredondo. Civit apoyaba a Avellaneda, rival político de Mitre. Las históricas batallas de Santa Rosa (29 de octubre y 7 de diciembre), ordenarán en gran medida la situación nacional y provincial. Decenas de muertos y heridos como resultado de la contienda que terminaría con las guerras civiles argentinas. Y hasta allí llegó Genoveva a dar una mano.
Ese hecho armado y político fue una bisagra en la vida de Genoveva. Conocerá en esas circunstancias al cura italiano Francisco Lencioni. El párroco de la capilla de Rivadavia, que al igual que Genoveva oficiará de médico homeópata por los departamentos de Junín, Rivadavia, Santa Rosa y La Paz. Entre ambos llevarán adelante además parte de la campaña contra la epidemia de cólera en el este mendocino (1886), creando el lazareto de La Reducción en Rivadavia y sentando las bases del hospital de la zona.
Hasta ese momento se los vio juntos, luego el destino surcará otros caminos.
Crónica de dos muertes anunciadas
Dijeron las crónicas que Genoveva se había vuelto "loca". Morirá el 22 de mayo de 1890. Tres años antes fue encerrada en su casa bajo el argumento que había perdido sus facultades mentales. Paralelamente, vaya paradoja, en Rivadavia, moría asesinado el cura Lencioni. Jamás se descubrió el culpable. Había sido expulsado de la iglesia católica en 1887, el mismo año cuando empezó el cautiverio de Genoveva. Lencioni era otro rebelde. Se había peleado con sus pares y con las autoridades políticas. Fue asesinado un mes y medio después de la muerte de ella. Nunca lo dejaron visitar a Genoveva.
Datos y relato
"Rivadavia, 8 de julio de 1890
Señor Juez de Paz de Rivadavia
D. Exequiel Martín
Habiendo sido asesinado en la noche del 6 de julio del corriente el Presbítero Francisco Lencioni, y no conociendo parientes que puedan atender sus intereses, pido a Usted quiera proceder a inventariar las existencias del finado. Sírvase dar cuenta a esta Subdelegación una vez que haya terminado su cometido.
Firmado: Subdelegado Municipal Modesto Gaviola"
La respuesta no se hizo esperar
"Rivadavia, 10 de julio de 1890
Señor Subdelegado Municipal de Rivadavia
D. Modesto Gaviola
Adjunto a Usted las averiguaciones primeras, datos y sumarios de los individuos detenidos como testigos. Son ellos los vecinos Ajenor Cano y Rogel Michel, moradores de la calle "Chañar", lindante con la casa de Francisco Lencioni.
Acompaño además una lista de ropas encontradas. Un reloj de bolsillo grabado con iniciales "F L" y año "1874". Botellas y cajones con hierbas medicinales. Una imagen grande de Jesús Cristo. Un Rosario. Botellas con alcohol de remedio, revistas de médico y libros de religión. Vainas y cuchillos. En un tarro la suma de 17 pesos. Llama la atención un libro de medicina "L' Officine - Rêpertoire Gêneral de Pharmacie Pratique de François Laurent Marie Dorvault" donde se encuentra la anónima dedicatoria: "No pudo detenerme ni Atila, pero me ha paralizado un pensamiento".
Firmado: Juez de Paz de Rivadavia - D. Exequiel Martín
Estos son documentos recopilados por el historiador Ramón Gutiérrez Gallardo y publicados por Rayner Gusberti en "Rivadavia, Antecedentes para una historia" (1986).
Versiones llenaron el imaginario popular sobre las causas de la muerte de Lencioni y del encierro de Genoveva. En esencia, las misteriosas muertes siempre abren el paso a la inmortalidad. Se convierten en leyenda.
Conjeturas. ¿Quién será el Atila nombrado en la dedicatoria que no pudo doblegarla? Probablemente Aldao.
¿Quién será la persona que sintió que se había paralizado su pensamiento por alguna connotación afectiva y le regaló ese libro a Lencioni? Probablemente ella, Genoveva.
Un final histórico, digno de una novela. Hacia el 451, Atila rey de los Hunos, llegó a las puertas de París. El pánico cubrió la sociedad, hasta que una mujer escapándose de la cárcel (apresada por ser leprosa) pudo convencer a todos de organizar la resistencia. Logró su cometido y pudieron controlar al invasor. La heroína que emprendió la resistencia fue quien luego sería Santa Genoveva de París.