Las paradojas del humanismo: derecho a la interrupción voluntaria del embarazo

"¿Cómo sucedió que la mujer fue domesticada y puesta al servicio del varón?", se pregunta en su análisis Emiliana Lilloy este domingo.

Emiliana Lilloy

Cuando hablamos del derecho a la vida es inevitable pensar que en este siglo asistimos a la sexta extinción masiva del planeta, y que paradójicamente, hemos tenido que ponernos a pensar en detenernos si no queremos extinguirnos a nosotras/os mismas/os. Setenta mil (70.000) años de conquistas y evolución nos han puesto en la cima de la cadena alimenticia, permitiéndonos la extinción y sumisión de todos los animales no humanos. Visto lo sucedido, para protegernos (de nosotros/as mismas/os claro está), nos hemos asegurado la subsistencia y calidad de vida articulando lo que se nos ocurrió llamar "los derechos humanos".

Estos derechos o ficciones de nuestra especie que aseveramos inherentes, inalienables y hasta algunas personas les atribuyen el super poder de ser absolutos, son la herramienta simbólica y legal que tiene como base ideológica la sacralización de la vida humana. Nadie, hasta muy recientemente, se planteó que otros animales tuvieran eso que llamamos derechos, y esto último facilitó que los humanos consumiéramos a la fauna gigante y domesticáramos a los animales que nos fueran útiles. Esto es un hecho difícil de rebatir, si pensamos que hoy el 90% de los animales de la tierra son humanos o están domesticados sirviendo para nuestra compañía, producción y alimentación a cualquier costo (para ellos).

Las evidencias antropológicas y arqueológicas nos muestran que este proceso de extinción comenzó hace aproximadamente 12.000 años y es la etapa que llamamos Revolución Agraria. Previo a ella, los humanos se caracterizaban por ser cazadores recolectores y la religión imperante (si es que puede llamarse así) era el animismo: esa idea de que no había una separación esencial entre todos los seres vivos que compartían la naturaleza, y por lo tanto los humanos establecían un diálogo o negociación con todos ellos para convivir y subsistir

¿Cómo fue que esto cambió y dejamos de dialogar para tomar el control de todo?

Sabemos que el homo sapiens se diferencia de otros animales terrestres por su raciocinio y su capacidad de utilizar símbolos para cooperar y convivir. Un producto simbólico de esta época son las religiones monoteístas y los libros sagrados que todas/os conocemos: una ordenación que establece al humano como el centro del universo asignando a todo lo existente "estar a nuestro servicio" para cumplir una meta mayor, la de servir a los Dioses creados en esas escrituras. Incluso sabemos por estos libros, que fue una mujer, Eva, quien fue la última humana en comunicarse con un animal, la serpiente, con sus terribles consecuencias. Entonces pareciera encontrarse aquí, la ruptura simbólica del diálogo y el comienzo de la conquista.

Pero más allá de los dilemas morales o religiosos, inmediatamente nos viene una pregunta de índole práctica: ¿cómo fue que logramos someter a todo el planeta a nuestros pies? Y puestas a pensar, ¿cómo fue que también se logró someter a la población humana racializada a la esclavitud, o incluso, se sometió a más de la mitad de la población mundial a la domesticación y privación de la ficción de "los derechos civiles y políticos", esto es, a las mujeres o animal humana hembra?

Porque la domesticación, es decir, las estrategias desarrolladas por nuestra especie para dominar los cuerpos y las voluntades de otros animales (humanos o no) tuvieron sus diferencias según se trate de uno u otro y sus capacidades. Así, los lobos salvajes pactaron con el humano primitivo la comida y el cobijo a cambio de seguridad, los jabalíes fueron apresados y encerrados para convertirlos en cerdos/as destinadas/os a nuestra alimentación, y así, cada animal fue asignado al destino que hoy conocemos. Lo que sabemos por cierto, que es común a todos ellos, es que se utilizaron mecanismos de dominación física, psicológica y simbólica con el fin de regular la reproducción, libertad ambulatoria y la mano de obra o fuerza de trabajo.

Esto nos lleva a preguntarnos nuevamente, ¿cómo sucedió entonces que la mujer fue domesticada y puesta al servicio del varón?

En el segundo sexo de Simón de Beauvoir plantea que fueron dos situaciones fácticas las que pusieron en desventaja al sexo femenino respecto del masculino: una mayor aprehensión física por parte de ellos para intervenir la materia (mayor fuerza) y la incesante sujeción a la especie de la mujer, esto es, los constantes embarazos que la sometían a la naturaleza y la crianza sin descanso. Plantea también, que, con el desarrollo tecnológico actual la fuerza ya no es un elemento desequilibrante, y que, con el conocimiento sobre los procesos productivos humanos y diseño de métodos anticonceptivos, la maternidad obligatoria tampoco sería un condicionante.

Pero dicho esto, cabe preguntarse también, ¿quién tuvo y tiene el control de esos métodos, cuándo se justifica ideológicamente usarlos, y sobre qué cuerpos van a llevarse a cabo? Porque puesta la mujer según la ideología imperante al servicio del varón y la procreación, surge claro quién es el que ha gobernado estos procesos a través de ficciones legales, símbolos e ideologías, y también, sobre quién han recaído los mismos. Nótese, que el desarrollo de investigaciones y métodos anticonceptivos se han aplicado sobre los complejos procesos y cuerpos femeninos (humanas de segunda categoría si se quiere) y no sobre quien se encuentra en la cima de la cadena y no debe modificarse, alterarse o someterse. Lo contrario sería como pensar en cubrir al humano de protecciones para salir a la calle en vez de ponerle un collar al perro. Esto porque sabemos que en nuestro planeta hay jerarquías y hay que respetarlas.

Hoy debatimos en Argentina el derecho a elegir sobre la reproducción o no por parte de las mujeres o personas gestantes. Una de las tantas imposiciones que se han manifestado sobre la voluntad y cuerpos para su domesticación en las sociedades patriarcales en las que vivimos hace siglos. Difícil es tomar esta perspectiva para las mujeres (la de la imposición), porque nuestra domesticación es y ha sido mucho más compleja que la de otros animales, e ideada no sólo con condicionamientos físicos, sino también ideológicos y simbólicos que nos inculcan incluso a nosotras mismas esa sacralidad absoluta. Sacralidad que como nos muestra la historia humana y de la tierra, es utilizada y moldeada según la conveniencia de los valores que sirvan a nuestra cultura y ordenamiento social.

Por eso hoy una gran cantidad de mujeres pedimos al Estado argentino dejar de ser un instrumento de procreación, para pasar a ser animales humanos libres. Pedimos decidir sobre nuestros cuerpos y sobre nuestro destino, sin ser culpabilizadas por una sociedad humana en desarrollo que por sí tiene muchas grietas e injusticias sociales que deben ser salvadas. Mientras eso suceda, queremos liberarnos de esta domesticación milenaria que nos oprime y obliga a vivir nuestras vidas como animales controlados simbólicamente y sometidas a normas establecidas por la mitad de la especie.

El acuerdo no es fácil y los debates en el Congreso y las redes nos muestran esta ruptura. Tanto las posturas "pro vida" como las "pro derechos" pertenecen a esta nueva ideología de sacralización de los derechos humanos y paradójicamente, de la sacralización de lo que consideran la vida humana a cualquier costo (incluso de otra vida, la de las mujeres) El debate es justo y es bueno saber que todas las opiniones son bien intencionadas. Más aún, si comprendemos que la contradicción en nuestras mentes y emociones se agrava al entender que ambas posturas desde nuestras distintas visiones, creencias y valores, tienen un sustento moral y ético.

Es claro que las cosas están cambiando hacia una sociedad de iguales y como todo cambio provoca dolor, incomprensión y rivalidades. Pero tarde o temprano daremos los pasos, diseñando nuevos acuerdos simbólicos o pactos que entendamos más justos. Quizás nos toque un humanismo que nos proteja, pero que encuentre su equilibrio. Porque sabemos en nuestro interior que aquí no hay buenas personas o malas, y mucho menos tenemos que plantearnos como enemigos/as. Se trata de nuevos acuerdos, porque evidentemente las mujeres no somos lobas: estamos dispuestas a romper ese pacto que implica el techo y la subsistencia a cambio de la reproducción y la crianza, para generar uno nuevo, entre iguales, eligiendo libremente cómo habitar este mundo. Un acuerdo en donde tanto la paternidad como la maternidad sea deseada y a nadie le sea impuesto arbitrariamente un destino.



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