Los lazaretos de Mendoza

Los leprosarios o casas de cuarentena en la historia de Mendoza, a donde enviaban para control a los inmigrantes, antes de habilitarlos para vivir en la Ciudad. Lo cuenta la historiadora Luciana Sabina, @kalipolis.

Luciana Sabina

Durante siglos, la humanidad se organizó para aislar a quienes padecían enfermedades contagiosas. En la Edad Media surgieron los leprosarios o lazaretos, hospitales rudimentarios cuya función principal era el aislamiento de los enfermos de lepra. Tomaron su nombre de San Lázaro, quien según la tradición sufrió dicha enfermedad, y con el tiempo comenzaron a recibir a víctimas de otras epidemias como la peste negra o el cólera.

El fin primordial de estos espacios no era asistir al enfermo, sino apartarlo del resto de la población. Por ello, funcionaban como verdaderas cárceles custodiadas por policías o militares, y muchas veces se cercaban con muros, lo que dio origen al término "cordón sanitario". En muchos casos, los enfermos eran abandonados a su suerte sin atención médica adecuada, dependiendo de la caridad de religiosos o comunidades que les llevaban alimento. Mendoza no fue la excepción y, durante gran parte del siglo XIX, se crearon numerosos lazaretos.

En 1884, una epidemia de viruela afectó gravemente a la provincia. Como respuesta, desde el municipio de la Capital se prohibió transitar por las calles a los enfermos, bajo amenaza de ser conducidos al lazareto. Aunque esta disposición bastó para que muchos permanecieran en sus hogares, las autoridades realizaban detenciones en casos sospechosos. A menudo, los enfermos eran llevados contra su voluntad, sin importar su situación familiar o económica, lo que generaba un clima de temor en la población. Las condiciones dentro de los lazaretos eran precarias, con instalaciones mínimas y una atención sanitaria muy deficiente. Muchos enfermos morían sin siquiera recibir un diagnóstico preciso.

Los lazaretos también se utilizaron como espacios de cuarentena preventiva. En 1886, el diario Los Andes informó que se instalaría un lazareto en las inmediaciones de El Borbollón, destinado a los inmigrantes que arribaban a la ciudad. Otro se estableció en una casa del barrio de El Plumerillo, en Las Heras, donde se aislaba a todos los recién llegados. La ubicación de estos establecimientos en Las Heras demostraba el control que la Ciudad de Mendoza ejercía sobre ese departamento. Mientras tanto, Luján de Cuyo intentó instaurar uno en Chacras de Coria a fines del siglo XIX, aunque sin éxito.

En tiempos de epidemia, la cantidad de lazaretos se multiplicaba y algunos funcionaban como campamentos improvisados. A medida que creía la paranoia, los médicos intentaban llevar tranquilidad a la población. Sin embargo, no siempre lograban calmar los temores colectivos, lo que llevaba a medidas extremas como el aislamiento de barrios enteros o la evacuación forzosa de poblaciones consideradas en riesgo. En diciembre de 1886, un reconocido galeno informó a la prensa que en el lazareto había ocho internados: dos soldados, dos mujeres ancianas (una en estado de ebriedad y con una herida en la cabeza), dos mujeres jóvenes, un hombre mayor y un loco. Las ancianas fallecieron, una por fiebre tifoidea y la otra a consecuencia de su estado de embriaguez. De las mujeres jóvenes, una también murió de fiebre tifoidea, mientras que la otra logró recuperarse. El anciano también falleció, pero sin síntomas de cólera, y el "loco" fue dado de alta.

El tratamiento a los enfermos en los lazaretos solía ser brutal. En muchos casos, las autoridades los dejaban aislados sin posibilidad de recibir visitas o de comunicarse con sus familiares. Quienes lograban salir con vida solían quedar estigmatizados socialmente y les resultaba difícil reintegrarse a la comunidad. El miedo al contagio hacía que fueran rechazados por sus vecinos e incluso por sus propias familias.

Con los avances de la medicina, los lazaretos fueron desapareciendo a lo largo del siglo XX. La creación de vacunas, los nuevos conocimientos sobre epidemiología y la mejora de los sistemas de salud permitieron que el aislamiento forzoso dejara de ser la solución predominante. Hoy en día, estos lugares son solo un mal recuerdo de una época en la que el aislamiento era la principal estrategia contra las enfermedades contagiosas. Sin embargo, la memoria de los lazaretos sigue presente en la historia de Mendoza, recordando un tiempo en que el temor a la enfermedad llevó a medidas extremas de segregación y aislamiento, algo que como generación vivimos durante el COVID.

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