La infancia de nuestros próceres

¿Cómo fueron los primeros años de vida de aquellos personajes que dejaron una huella imborrable en nuestra historia?

Luciana Sabina

Es fascinante pensar cómo las vivencias de la infancia moldean a las personas que, con el tiempo, se convierten en protagonistas de la historia. Desde juegos crueles y actos de rebeldía hasta experiencias traumáticas o encuentros significativos, sus infancias ofrecen un prisma único para comprender mejor las personalidades que definieron nuestro pasado.

Juan Manuel Ortiz de Rozas nació el 30 de marzo de 1793. Desde temprana edad, mostró un carácter fuerte y rebelde, que se traducía en un comportamiento difícil y una crueldad inquietante hacia los animales. Inventaba tormentos para martirizarlos. Según Francisco Ramos Mejía, "sus juegos en esta edad de la vida (...) consistían en quitarle la piel a un perro vivo y hacerlo morir lentamente, sumergir en un barril de alquitrán a un gato y prenderle fuego, o arrancar los ojos a las aves, riendo de satisfacción al verlas estrellarse contra los muros de su casa".

Durante su adolescencia, su carácter violento se extendió a los peones de su entorno, a quienes golpeaba brutalmente o sometía a situaciones humillantes. Su madre intentó corregirlo mediante penitencias, como encerrarlo para que reflexionara, aunque con escaso éxito. Paradójicamente, el único que logró doblegarlo muchos años después fue Urquiza cuya infancia fue muy diferente a la de Rosas.

Urquiza tuvo una experiencia verdaderamente traumática en sus primeros años de vida: a los siete años fue secuestrado por maleantes y liberado tras el pago de un rescate.

Bartolomé Mitre, por su parte, era un niño de constitución delicada y flaco, lo que en su época se percibía como una debilidad. Su padre, buscando fortalecerlo, lo envió a la estancia de Gervasio Rosas, hermano del Restaurador, para aprender trabajos de campo. Según relató Mitre en sus "Memorias", en una ocasión intentaba cruzar un río crecido cuando un jinete le advirtió del peligro y le indicó el vado seguro. Ese jinete resultó ser Juan Manuel de Rosas, quien, tras ayudarlo, envió un mensaje a su hermano recriminándolo por exponer a un niño a semejante riesgo. Gervasio no tardó mucho tiempo en deshacerse del joven Bartolomé, enviándolo de regreso a su familia con una nota que lo definía como "un caballerito que no sirve para nada".

Domingo Faustino Sarmiento también tuvo una infancia marcada por peculiaridades. Más allá de las penurias económicas y el telar de Doña Paula, Sarmiento relató en su ancianidad haber tenido visiones de figuras fantásticas que, aunque aterradoras al principio, se convirtieron en una suerte de compañía habitual. Además, tuvo un temprano encuentro con Facundo Quiroga, primo lejano que le causó una impresión desagradable, un sentimiento que plasmaría años después en su obra "Facundo".

En esa obra, Sarmiento describe la niñez de Quiroga con anécdotas que lo muestran como un niño indomable y rebelde. Según cuenta, a los 11 años, Quiroga desafió la autoridad de su maestro, desencadenando un altercado que lo llevó a refugiarse durante días en una viña. Sin embargo, esta historia es difícil de comprobar, y los detalles de la infancia de Quiroga permanecen rodeados de incertidumbre.

La misma falta de certeza acompaña los primeros años de José de San Martín, de quien se conocen pocos datos verificables, al punto de que algunos cuestionan la versión oficial sobre su origen. De Bernardino Rivadavia, contemporáneo del Libertador, sabemos que perdió a su madre a los ocho años y que, como otros niños de su tiempo, sufrió un sistema educativo severo, basado en castigos físicos y la exposición a ejecuciones públicas.

Estas pinceladas de la niñez de quienes moldearon nuestra historia nos invitan a reflexionar sobre los orígenes de esos hombres que, con sus luces y sombras, dieron forma a lo que hoy llamamos Patria.

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