Leé un capítulo de "El planisferio invertido", de Gerchunoff: la presentación en Mendoza
El economista e historiador Pablo Gerchunoff presentó en Maipú el libro "El planisferio invertido". Aquí, podés leer el capítulo introductorio y repasar cómo fue la presentación.
El economista, historiador y autor Pablo Gerchunoff presentó en Mendoza su libro "Raúl Alfonsín. El planisferio invertido". El intendente de Godoy Cruz,Tadeo García Zalazar, ofició de anfitrión como presidente de la UCR y destacó "la importancia de la obra en el actual contexto político argentino, que adquiere también una relevancia para nuestro frente a nivel nacional (Juntos por el Cambio)".
Además, el presidente del radicalismo mendocino adelantó que analiza "la gestión, accionar político y conducta como dirigente político argentino de una gran presencia" del líder radical y primer presidente de la etapa democrática iniciada en 1983.
El diálogo tuvo como guía las preguntas de Jaime Correas, periodista y ex director general de Escuelas, y la titular de la Juventud provincial Juana Allende. A partir de allí, se desprendieron conceptos claves de la construcción del libro, el porqué de la vigencia de Alfonsín, su vida, obra, visión política y legado. Igualmente, su gestión después de la dictadura militar con todo lo que eso implicaba y el futuro posible para Argentina.
El escritor reflexionó acerca de la presencia y la actualidad que tiene la figura del ex presidente, aún casi 39 años después del inicio de su gestión y de los problemas económicos con los que tuvo que lidiar en ese entonces. Siguiendo ese hilo, enfatizó: "Recuperamos a Alfonsín en dos aspectos fundamentales, como líder ético y porque fue un arquitecto de las instituciones". Y remarcó que "tiene vigencia porque es un liderazgo ético potente y, a veces me da impresión, de que lo es cada día más y en un momento donde nos preguntamos si no hay cierto agrietamiento en ese sentido".
Por último, analizó que "la experiencia en materia económica estuvo muy signada por el hecho de que la heredó de una dictadura no solo sangrienta, sino fallida en materia económica. Quebrada, endeudada y al momento de llegar Alfonsín al Gobierno, con un 360% de inflación anual".
Respecto a la esencia del libro, Gerchunoff lo calificó de "ensayo biográfico", porque "toma puntos críticos de la vida de Alfonsín, trata de anudarlos y de escribir el sentido de una vida de un hombre público". De hecho, explicó que para lograr su cometido "tenía que alejarme todo lo que pudiera del afecto personal que tengo por él, porque si me dejaba ganar por eso no lo hubiera podido escribir". "Quería bajarlo del pedestal en el que estaba y convertirlo en un ser humano con sus virtudes, aciertos y errores y eso me hizo sufrir muchísimo", evaluó.
Por otro lado, Gerchunoff señaló "dos momentos que construyen el sentido de la vida de Alfonsín en la Nación". Primero, indicó "a la arquitectura de la democracia en un momento de incertidumbre, él no sabía el día que llegó a la Quinta de Olivos si iba a durar diez días, un mes, seis, uno o dos años. Y nadie lo sabía. En eso hay un reconocimiento multipartidario, multi - ideológico, de consenso". El segundo, en tanto, "es la Reforma constitucional de 1994", a través de la firma del Pacto de Olivos con el entonces presidente Carlos Menem.
El historiador dijo que fue una "modernización" porque gracias a eso se "obtuvo la segunda vuelta electoral, la ampliación de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, el tercer senador (para la minoría), entre otras cosas". Una reforma que, según el autor, gracias a la "astucia institucional de Alfonsín", "construyó dos presidencias (De la Rúa y Macri) y le dio al sistema político un nivel de competitividad que no tenía". El Alfonsín escritor y lector Al mismo tiempo, Gerchunoff elogió el costado intelectual del Alfonsín y opinó que "leyó y escribió como ningún otro hombre político en la historia argentina de la democracia de masas, desde 1916 en adelante.
Solo compitiendo con Arturo Frondizi". Asimismo, recapituló que fue autor de numerosos libros y artículos "con una hermosa prosa" y con el objetivo de "convencer, persuadir y, como hacemos muchos escritores, para convencernos a nosotros mismos".
Fuego amigo contra la película "Argentina, 1985"
Finalmente, el economista consideró que ve "una situación extraordinariamente difícil en Argentina". De la misma manera, comentó que "cuando los economistas decimos que hay que modificar los precios relativos para acercarnos a un plan de estabilización, lo que estamos diciendo es que hay que ajustar las tarifas públicas, depreciar la moneda y tener un tipo de cambio real más competitivo". Sin embargo, puntualizó que "lo hacemos en un momento donde atravesamos la experiencia de un gobierno peronista que no pudo recuperar los salarios reales. Esto no pasó nunca y es lo que algunos llaman populismo sin billetera", dijo. Entonces, en esa "travesía del desierto" es fundamental tener "la sensibilidad política para construir el programa de la coalición que casi seguramente va gobernar".
Abajo, un capítulo completo del libro de Gerchuboff presentado en Mendoza y, al final, la fotogalería de la presentación.
El planisferio invertido
La muerte previsible estimula los homenajes tempranos a los hombres públicos cuando se intuye que la muerte los va a embellecer. A veces, esos homenajes son actos de astucia, como el de Cristina Kirchner en la Casa Rosada para con aquel Raúl Alfonsín que ya amenazaba con convertirse en prócer. No convenía estar peleado con un prócer. "Los homenajes hay que hacerlos en vida", dijo descarnadamente la presidenta al moribundo, vestida con un traje rosa primaveral que contrastaba con la vestimenta oscura del caudillo del 83. Era el primer día de octubre de 2008 y en primera fila estaba sentado Néstor Kirchner, al que la muerte sorprendería dos años y nueve días después. Al poco tiempo, ya no como una astucia, se celebró en el Luna Park el acto del 30 de octubre de 2008, organizado por la UCR, que convocó a unas quince mil personas y al que Alfonsín ya no pudo concurrir, pero al que envió un mensaje grabado en el que se percibía la voz fatigada. Fue un acto nostálgico y paradójico: "Somos la vida", cantaban los jóvenes. Las visitas que permanentemente recibía Alfonsín en el quinto piso de Santa Fe 1678 eran homenajes no confesados. Pretendían ser también inyecciones de optimismo. Se tomaba el té, se discurría sobre la actualidad política y sobre temas menores, menores para un hombre que había sido toda su vida y todavía era en esos días pura política. Pero sustantivamente eran despedidas. Alfonsín, la cara cada día más color cera, los ojos más apagados, los rastros de tratamientos agresivos e inevitables, les decía a casi todos lo mismo: "De cáncer al pulmón no me voy a morir". Tenía un cáncer de pulmón terminal, con metástasis óseas, y el deterioro había avanzado durante el verano. A Federico Polak, su vocero, se lo había dicho casi en un grito el día de 2007 en el que le dieron el diagnóstico: "¡Tengo cáncer, Polak! No sé para qué tanto médico y tanto análisis cada quince días. ¡Tengo cáncer!". Esa comprensible protesta contra el destino y contra la medicina se repetiría recurrentemente, aunque la familia trataba de ocultarle lo sombrío del pronóstico. Era la rebeldía de un luchador frente a un enemigo que esta vez -por primera vez- no le daba chances de pelea.
Desde diciembre de 2008, el octavo piso del edificio, el hogar de los Alfonsín en Buenos Aires, se había convertido en un sanatorio. Por María Lorenza y por Raúl. María Lorenza tenía una enfermedad neurológica desde las épocas de la presidencia y estaba casi ciega. Necesitaba atención permanente. Raúl estaba agonizando. La vejez es cruel, y la vejez enferma es más cruel. Raúl estaba físicamente cerca de María Lorenza como casi nunca antes. Pero ya no le iba a pedir perdón por las largas épocas de abandono. Más de una vez lo había hecho antes, pero ya no, ya no había tiempo. Enfermeras y médicos poblaban el departamento. Los hijos y los nietos también. Raúl estaba sedado con morfina, dormido buena parte del tiempo. En la mañana del 31 de marzo, ya se sabía que era el final. Lo habían dicho los médicos del Hospital Italiano. Monseñor Justo Laguna, su amigo, el obispo de Morón, le daría los santos óleos. No su primo hermano entrañable de la rama materna, monseñor José María Arancedo, que también estaba allí y que celebraría la misa de cuerpo presente en las escalinatas del Congreso dos días más tarde. Se notaba en el aire porteño que el verano estaba terminando. De a poco, el quinto piso se fue transformando en una sala de espera, a la espera de la muerte. Allí estaban los amigos y los militantes más cercanos. La vigilia se extendía a la calle. Alfonsín murió a las ocho y media de la noche. Ricardo Alfonsín, el único de sus seis hijos dedicado a la política, bajó al quinto piso y dio la noticia. Luego se dirigió a Margarita Ronco y le dijo: "¿Querés subir?". Margarita subió. Nadie más subió. Unos minutos después, se hizo el anuncio oficial en la puerta de calle. Era la hora de los noticieros televisivos. José Ignacio López, que había sido su portavoz presidencial, decía, en paralelo al comunicado de los médicos, que Alfonsín había muerto en la fe inculcada por su madre.
Al día siguiente fue el velatorio en el Congreso de la Nación. La muerte es el hecho más misterioso de la vida, un misterio privado e intransferible, pero el velorio y el entierro del 2 de abril en el cementerio de la Recoleta fue también un misterio, aunque más fácil de develar. El muerto ocupó por unas horas, con una enorme y paradójica vitalidad, un vacío político. Néstor y Cristina Kirchner pasaban por el peor momento desde que el 25 de mayo de 2003 Néstor asumiera la presidencia, y de hecho caerían derrotados poco después, en las elecciones intermedias de fines de junio. Derrotados -la palabra maldita para el kirchnerismo- en la provincia de Buenos Aires, en la Ciudad de Buenos Aires, en Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, en todo el centro del país, y hasta en Santa Cruz. Una derrota no tan contundente como sorpresiva. En algunos casos, como el de la provincia de Buenos Aires, a manos de políticos desconocidos hasta hacía poco tiempo. Pero a principios de abril, las exequias de Alfonsín fueron la herramienta que, más allá de los radicales y sus banderas rojas y blancas, usó buena parte de la sociedad porteña para expresar de manera oblicua su descontento con el gobierno, haciendo filas de cinco horas para ingresar al Salón de los Pasos Perdidos, y al día siguiente apiñándose sobre la avenida Callao, para acompañar la cureña con el féretro. En el día y la noche del 1° de abril, solo se escuchó el murmullo de la multitud. Pero en el desfile del día 2 de abril desde el Palacio del Congreso hasta el cementerio, se escuchó el grito casi olvidado: "¡Alfonsín! ¡Alfonsín! ¡Raúl, querido, el pueblo está contigo!". No era solo una despedida. Era también una difusa identificación política con el hombre que desde veinte años antes había perdido los favores electorales de buena parte de quienes ahora lo vivaban. ¿Tenía ese grito el mismo sentido político que en 1983? ¿Contenía la misma voluntad restaurada o significaba ahora otra cosa? Veremos si estas páginas ayudan a contestar esas preguntas.
Mientras Julio María Sanguinetti -el expresidente uruguayo por el Partido Colorado- y Antonio Cafiero -el amigo y competidor peronista, cinco años mayor que Alfonsín- hacían llorar a los propios radicales con sus discursos en la Recoleta, en la puerta del panteón donde yacen los muertos de la Revolución de 1890, el departamento del octavo piso permanecía semivacío. María Lorenza no estaba en condiciones de ir al entierro de su marido. Ni siquiera de comprender que su esposo había muerto: "¿Volvió Raúl?", preguntó ese día y los siguientes. Se había quedado con una escasa compañía. Las oficinas del quinto piso estaban completamente vacías, solo pobladas por el silencio más completo -apenas perturbado por los ruidos habituales de la calle- y por los objetos inanimados. Los libros de la biblioteca, los sillones del living, los papeles algo desordenados sobre la mesa de Margarita, el escritorio, los diplomas y las fotos del despacho que raramente usaba Alfonsín. Si la lente de una cámara imaginaria hubiera tenido capacidad de conmoverse recorriendo esos objetos, se habría detenido frente al planisferio invertido que estaba en el despacho, colgado en la parte derecha de la pared que da al oeste, junto a una foto familiar y a otra en la que un joven Alfonsín compartía una comida con Balbín e Illia. El planisferio invertido: el norte está en el sur, el sur está en el norte, Argentina en el centro del mundo. Era el símbolo de la pasión política, de la voluntad política que Alfonsín ya no podría ejercer: la realidad puede cambiarse, puede darse vuelta; el peronismo puede perder; la plaza de Mayo puede ser vista desde el Cabildo, y no desde la Casa Rosada; la Capital Federal podría mudarse; el sistema político, mutar por obra de esa voluntad; la democracia, curar y educar. Así fueron las cosas. Muchas veces la voluntad falló, o se equivocó, pero nunca cedió, precisamente porque estaba guiada por la pasión. Hasta ese 31 de marzo de 2009, cuando murió el hombre del que ahora vamos a hablar.
La presentación de "El planisferio invertido" de Gerchunoff, en fotos