La hija de Lavalle

"Dolores Lavalle Correas no fue solo la hija de un héroe, sino una mujer que dejó su propia marca en la historia argentina", cuenta en esta nota la historiadora Luciana Sabina, @kalipolis.

Luciana Sabina

En 1816, el joven granadero Juan Galo Lavalle llegó a Mendoza para incorporarse al Ejército Libertador. En aquella ciudad conoció a Dolores Correas, una dulce joven perteneciente a la oligarquía local. Se enamoraron de inmediato, pero el destino los separó: para Lavalle, era tiempo de entregarse a la causa de la patria.

Las cumbres le abrieron paso para destacar en Chacabuco y ser ascendido a capitán. Luego vendrían Maipú y otras batallas, acumulando numerosas condecoraciones. Ya experimentado, formó parte de las operaciones en Perú. Tras el alejamiento de San Martín, Lavalle fue uno de los jefes argentinos que continuó la lucha por la independencia americana. En Riobamba cargó contra los realistas y los venció por completo, asegurando su lugar en la historia.

Sin embargo, su relación con Simón Bolívar estuvo marcada por desencuentros y, harto de sus diferencias, pidió alejarse en 1824. Regresó entonces a Mendoza convertido en coronel, donde aún lo esperaba Dolores. Ocho años después de su primer encuentro, finalmente se casaron y partieron hacia Buenos Aires para iniciar una nueva etapa juntos.

La vida de Dolores no fue fácil. Lavalle antepuso su devoción a la Patria, alejándose durante años y dejándose seducir por los encantos de otras mujeres en los campamentos de guerra. Pese a ello, formaron una familia y tuvieron cuatro hijos: Hortensia, Augusto, Juan y Dolores, descritos por Mariquita Sánchez como "cuatro bellos ángeles". La historia recuerda una escena conmovedora: el día en que Lavalle se marchó para siempre, su pequeña hija Dolores lo abrazó suplicándole que no lo hiciera. Él la calmó prometiéndole traerle un caballo, una promesa que jamás pudo cumplir.

Tras la muerte de Lavalle y la caída de Rosas, la familia Lavalle Correas regresó al país. La menor de los hijos, Dolores, nacida el 27 de mayo de 1831, se casó con su primo Joaquín Lavalle, aunque no tuvo descendencia. En cambio, dejó una huella imborrable en la sociedad argentina a través de su incansable labor social y filantrópica.

En 1871 se convirtió en miembro de la Sociedad de Beneficencia, y cuatro años después fue nombrada Inspectora del Asilo de Huérfanos. Su relevancia social quedó patente en 1876, cuando participó en la inauguración del ferrocarril a Tucumán junto al presidente Nicolás Avellaneda y Domingo Faustino Sarmiento. En esa ocasión, Sarmiento la destacó con estas palabras: "¡Señoras matronas de Tucumán! ¡Os prevengo que entre vosotros se encuentra el único vástago del ilustre mártir, el héroe de las leyendas de la Independencia: doña Dolores Lavalle, presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires!".

La hija de Lavalle

Dolores creía en la educación como motor del progreso, y pese a su posición privilegiada, luchó por el acceso al conocimiento de las mujeres de menores recursos. Fundó una escuela profesional de mujeres, donde implantó un programa pedagógico basado en los modelos de Suiza y Alemania. Allí se enseñaban oficios como la joyería, brindando oportunidades a quienes más lo necesitaban. La institución aún existe y, desde 1908, lleva su nombre.

Colaboró estrechamente con Cecilia Grierson, la primera médica argentina, participando juntas en el subcomité femenino de la Cruz Roja Nacional y el Consejo Nacional de Mujeres, institución que trabajaba por la educación y los derechos femeninos. Su lema era claro: "Todo por amor, nada por la fuerza".

Simultáneamente, Misia Lavalle -como la llamaban- tomó bajo su protección el consultorio oftalmológico "Hijas de María", base del futuro Hospital Santa Lucía. También fundó el Asilo del Buen Pastor y contribuyó a la creación del Hospital de Niños Gutiérrez y la Casa Cuna.

En 1913, Buenos Aires la homenajeó con una gala en el Teatro Colón. Poco después, se dio el gusto de escribir en "Caras y Caretas", desplegando una prosa envidiable. Doce años más tarde, la misma revista lamentó su muerte con palabras cargadas de épica: "Reliquia venerada de los pasados tiempos, la señora Lavalle de Lavalle fue, al mismo tiempo, núcleo brillantísimo de una vida social que encontraba en el culto de las glorias de los antepasados estímulo invencible para no desconfiar del porvenir".

Dolores Lavalle Correas no fue solo la hija de un héroe, sino una mujer que dejó su propia marca en la historia argentina. Su vida es un testimonio del poder de la educación, la filantropía y el compromiso social, inspirando a generaciones futuras con su ejemplo de entrega y servicio.

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