Empate en 49% en las encuestas: por qué hay tanta expectativa por las elecciones en Suecia

Hay notoria expectativa por los resultados en Suecia, en donde no deja de crecer un partido de extrema derecha, al que ha tenido que pedirle apoyo el bloque moderado opositor, ya que ambos bloques que se enfrentan están prácticamente empatados.

Suecia vota este domingo para elegir entre dos bloques políticos notablemente disfuncionales a los que las encuestas de intención de voto sitúan prácticamente empatados en 49%. De un lado se encuentra la primera ministra, la socialdemócrata Magdalena Andersson, respaldada por la extrema izquierda, los verdes y -a regañadientes- el ex opositor Partido de Centro. Del otro, los moderados de Ulf Kristersson, que, además de a sus tradicionales aliados cristianodemócratas y liberales, necesitan recurrir también al conflictivo apoyo de Demócratas de Suecia (SD).

Según los sondeos, el antiinmigración SD, una formación a la que sus enemigos no dudan en calificar de racista, continuará creciendo electoralmente, hará el famoso sorpasso a los moderados y se convertirá en el segundo partido de Suecia tras los socialdemócratas.

El auge del SD, dirigido desde 2005 por Jimmie Åkesson, es la clave del confuso panorama parlamentario sueco actual. Tras las elecciones de 2018, los centristas y los liberales, que en teoría respaldaban a Kristersson, se negaron a colaborar con el SD pese a que era el único camino que habría permitido al centroderecha acceder al poder. De ese modo permitieron que Stefan Löfven, predecesor de Andersson al frente de los socialdemócratas, permaneciera como primer ministro.

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Los centristas persisten en su rechazo al SD. De ahí su reticente apoyo a la primera ministra, pero los liberales han vuelto al redil de Kristersson y, junto al líder moderado, aseguran ahora que aceptarán a los antiinmigración como aliados parlamentarios. Eso sí, sin dejar que formen parte de un eventual Gobierno debido a las profundas diferencias que les siguen separando.

A cambio del apoyo, como una especie de agradecimiento, se permitirá que Åkesson coloque asesores del partido en los distintos ministerios. Durante la campaña, Kristersson se ha esforzado en justificar su acercamiento al SD, asegurando que no es tan extremista como se dice, e integrándolo en las propuestas conjuntas del bloque de centroderecha sobre cuestiones como la energía nuclear o la lucha contra la violencia de las bandas de origen extranjero.

Muchos analistas políticos suecos coinciden, sin embargo, en que el sorpasso del SD en las encuestas puede haber sido un resultado involuntario de esta estrategia de blanqueamiento. Desde la izquierda, no obstante, la animadversión hacia el SD sigue intacta. Durante el debate del pasado jueves entre los líderes de los partidos, Åkesson pretendió que Märta Stenevi, portavoz de los verdes, le diese la mano y se comprometiese a dejar de llamarlos nazis. Stenevi se negó.

"No tengo nada en contra de estrechar su mano, pero no para prometer que no llamaré al SD lo que es: una formación con raíces neonazis que promulga políticas racistas", explicó posteriormente. "Es más importante que nunca que permanezcamos firmes y marquemos un límite. Porque el cambio que se ha producido en el centroderecha, que ahora acepta estas propuestas racistas, es enormemente dañino para nuestra sociedad. Por eso es necesario que sigamos llamando a las cosas por su nombre".

Pese a las palabras de Stenevi, lo cierto es que el cambio de postura respecto a los graves problemas que plantea la inmigración afecta también a los socialdemócratas. El giro de Andersson hacia las estrictas posiciones de Mette Frederiksen, su homóloga y correligionaria danesa, es evidente. Si hace ya dos décadas que la vecina Dinamarca se distingue por tener una de las políticas de extranjería más estrictas de Europa, los suecos se dirigen ahora por los mismos derroteros. Una evolución que también explica el crecimiento del SD y la gran paradoja que encierra la Suecia actual.

Por un lado, la historia de éxito del país que se sitúa a la cabeza o cerca de ella en multitud de índices internacionales relativos a la libertad, la igualdad, la sostenibilidad, la tecnología o el espíritu empresarial. Por otro, el estado de bienestar en supuesta decadencia, lastrado por la violencia de las bandas, las sociedades paralelas o las enormes colas en la asistencia sanitaria. Ganen unos o los otros, Suecia dará de qué hablar cuando se abran las urnas.

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