A 20 años del motín vendimial: el relato del funcionario que negoció con los presos
Veinte años atrás, en la cárcel de Boulogne Sur Mer se desarrollaba una violenta toma de rehenes. Alejandro Salomón, quien era subsecretario de Seguridad, fue el encargado de negociar con los amotinados. Cómo eran las reuniones con los cabecillas, por qué estuvo a punto de quedar secuestrado y las sospechas contra los guardiacárceles, en una nota a fondo con Memo.
Podría haber sido uno de los rehenes, pero terminó siendo el principal negociador con los presos. Se trata de Alejandro Salomón, quien en el año 2000 era subsecretario de Seguridad de Mendoza y durante tres días estaría en contacto permanente con los cabecillas del motín vendimial. Hoy, a 20 años de aquella toma de rehenes en la cárcel de Boulogne Sur Mer, recuerda en una entrevista con Memo los detalles de aquel episodio que generó que la Vía Blanca, el Carrusel, la elección de la alvearense Carina Guerrero como reina nacional y la visita del entonces presidente Fernando de la Rúa pasaran a un segundo plano.
Según recuerda Salomón, él estaba invitado al festival folklórico que se organizó en el interior del penal y en el que comenzó el motín, cuando tomaron de rehenes a artistas, niños, familiares de los presos y guardiacárceles. "Ese viernes me junté con un grupito de funcionarios del ministerio que me esperaba para tomar algo porque al otro día era mi cumpleaños y desistí de ir al festival", explicó, ni bien comenzó el relato sobre lo acontecido entre el viernes 3 y el domingo 5 de marzo de 2000.
Además de contar detalles de las negociaciones que tuvo con los cabecillas del motín, que incluyó reuniones fuera de los límites de la penitenciaría, planteó las sospechas sobre la connivencia de un grupo de agentes penitenciarios: "Hay cosas difícil de explicar: el lugar donde se hizo el espectáculo, el hecho de que se haya llevado civiles y niños e invitado a funcionarios, dejarlo todo en manos de penitenciarios muy jovencitos con poca experiencia... Son cosas que te hacen presumir de que algún nivel de connivencia existió".
Sobre este punto, recordó algunos argumentos del malestar de los penitenciarios, entre los que había guardias vinculados con la dictadura. "Alejandro Espeche (director de la cárcel en aquel momento) era una persona muy relacionada al tema de los derechos humanos y con un pensamiento abolicionista del Sistema Penal. Él tenía una afinidad con los presos y cuando había un problema entre un interno y un penitenciario, él inclinaba la balanza para el lado del interno. Entonces, los penitenciarios no le tenía mucho cariño", destacó.
Repasá la entrevista completa (podés verla en los videos superiores)
-¿Cómo se enteró de la toma de rehenes?
-Era un día viernes. El motín empieza con un festival folklórico que se hacía adentro de la cárcel y yo estaba invitado, al igual que otros funcionarios. Yo tenía la intención de ir, pero hubo un problema con una persona a la que tuve que atender, me quedé como hasta las cuatro de la tarde tratando de solucionar ese problema, después me junté con un grupito de funcionarios del ministerio que me esperaba para tomar algo porque al otro día era mi cumpleaños y desistí de ir al festival. Después me llamó Alejandro Espeche, quien era director de la cárcel, y me dijo que había un problemita y si podía mandarle personal policial. Le dije "Alejandro, decime más o menos la magnitud del problema porque hoy es la Vía Blanca". Y me dijo que tenía 26 rehenes, más o menos.
-No era un problemita.
-No, era un problemón. Corté y me entró la llamada del comando y me dijeron lo mismo, que había un problemita. Les dije que era un problemón y ordené desplazar los móviles policiales al perímetro de la cárcel. Corté con el comando y lo llamé al comisario general Barrera, que estaba a cargo de la seguridad de la Vía Blanca. Le dije que levante todo el personal de la Vía Blanca y que se traslade a la penitenciaría porque había un motín. Barrera me dijo que no podía porque estaba con la Vía Blanca, entonces le dije que la deje, y la Vía Blanca se quedó prácticamente sin seguridad.
-¿En qué momento se comunicó la novedad al gobernador Roberto Iglesias?
-Después de hablar con Barrera le di la novedad al ministro Orquín y él le avisa al gobernador. Yo agarré el auto y me fui a la penitenciaría y me quedé ahí hasta el día domingo.
-¿Con qué se encontró al llegar a la cárcel?
-Era un panorama muy confuso. No estaba claro cuánta gente había de rehén. No se sabía. Espeche me decía 26, otros me decían que había menos, otros que había menores, otros que estaba el grupo folklórico... Sabíamos que había rehenes, pero no sabíamos cuántos porque no hubo un buen control del ingreso de las personas que fueron al festival. Lo primero que hicimos fue constituir el GRIS (Grupo de Resoluciones de Incidentes con Secuestro), cuyo jefe operativo era el comisario Lito Rivas, en quien yo me apoyé mucho. En ese momento decidimos sacar a todo el personal penitenciario de la cárcel, hicimos un perímetro y a partir de allí empezamos a buscar un mecanismo de comunicación con los líderes del motín. Les entregábamos celulares de funcionarios para establecer una comunicación y nos los devolvían molidos, hasta que establecimos el primer diálogo. Lo que planteamos allí fue que no había posibilidades de seguir dialogando si no liberaban a todos los menores de edad, cosa que se cumplió.
-¿Cuándo se dieron cuenta de quiénes eran los cabecillas del motín?
-Nosotros teníamos un diálogo telefónico y le planteamos que era complicado hablar por teléfono. Yo les di mi palabra para que algunos de ellos pudieran salir de la cárcel y volver a entrar. Me vieron como un civil y le dieron valor a mi palabra, motivo por el que empezó otra dinámica. Nos juntábamos en la dirección del penal y ahí empezamos a conocer a los interlocutores.
-¿Cómo eran esos diálogos?
-Eran duros, eran muy duros, porque ellos vinieron a plantear desde un principio que querían trafics, chalecos antibalas, pistolas 9 milímetros, algunas ametralladoras... querían un armamento bastante importante para fugarse. A partir de ahí les pedíamos tiempo y que hubiese un gesto de buena voluntad, liberando rehenes, y nosotros les dábamos algunos beneficios: les largábamos la luz, les largábamos una hora el agua, sabíamos que fumaban y entonces fumábamos mucho adelante de ellos e intercambiábamos cigarrillos. Todo para mejorar la relación y poder conseguir lo que nosotros buscábamos: que nos entregaran rehenes.
-Estaba De la Rúa en Mendoza, ¿hubo alguna comunicación con él o su entorno?
-El gobernador y el ministro Leopoldo Orquín se manejaban directamente con el presidente y yo tenía contacto con el secretario de Seguridad de la Nación. En un momento, gracias a este diálogo, conseguí que me mandaran a Gendarmería, que llegó el sábado a la mañana. Y Gendarmería provocó en la psicología de los presos la idea de que la cosa estaba muy complicada. A los gendarmes le tenían mucho temor. Usamos esa presión psicológica para tratar de ablandarlos.
-¿La comunicación con el gobernador era a través del ministro?
-Yo me comunicaba permanentemente con el ministro, con Orquín. Yo estaba en la penitenciaría, en lo que sería la oficina del director, y en la Casa de Gobierno había una sala de situación donde estaba el gobernador, el ministro, el subsecretario de Justicia, gente del Poder Judicial y los miembros de la Bicameral de Seguridad de aquella época.
-¿Tenía garantías de que los rehenes estaban bien?
-No, no teníamos garantías. Era confiar en que nos decían la verdad, que estaban vivos, pero garantías no teníamos.
-¿Cómo fueron las negociaciones durante ese fin de semana?
-El tema iba bien porque venían liberando rehenes, hasta el sábado a la noche. Ahí parece que hubo un problema entre los presos. El gobernador me había implorado que no hubiese muertos, yo tampoco los quería, ni el ministro. En un momento hicimos una proyección de que si entrábamos con la fuerza policial habría no menos de 50 muertos entre privados de la libertad, penitenciarios y civiles.
-¿Qué pasó el sábado?
-Ellos (por los presos) querían ir a la Legislatura para exponer la situación a la Bicameral de Seguridad, pero no era viable porque estaba el Carrusel y terminamos yendo al museo Cornelio Moyano, del Parque, y se empezó a acordar. En ese momento estaba el "chileno" (Humberto Fraile) como negociador, con quien veníamos hablando. Yo no sé si él era el líder, me parece que no. Saco esa conclusión porque hasta el día sábado el negociador era él, pero algo pasó adentro de la cárcel y al otro día apareció el "pelado" (Miguel Ángel) Barloa como negociador, quien vino con una posición más dura. Ese sábado, cuando llevaron la propuesta adentro de la cárcel, no hubo acuerdo y se radicalizaron nuevamente, prendiendo fuego gran parte del penal y el día domingo aparece Barloa como un nuevo interlocutor.
-¿Qué pasó el domingo?
-Nosotros le dijimos que no a sus peticiones y que queríamos que liberen a todos los penitenciarios. Allí es donde uno se la empieza a jugar, porque creíamos que a los familiares que estaban de rehenes no les iban a hacer daño, pero sí a los penitenciarios. Entonces los liberaron y se hizo una negociación.
-¿Por qué finalmente cedieron los amotinados?
-Porque vieron que ya no podían escaparse y no les quedaban muchas alternativas. Si mataban a un rehén el problema para ellos iba a ser gravísimo porque iban a ser los responsables del homicidio. Cualquier muerte adentro del penal sería su responsabilidad. Y con la posibilidad de fuga desaparecida, el domingo se empezaron a manejar otras alternativas de negociación, como mejoras en la situación carcelaria, en visitas, mejoras para la gente procesada sin condena durante muchos años. Y otro aspecto era la seguridad de ellos, porque temíamos lo que les podían hacer sus propios compañeros que habían quedado tres días sin comida. Se habló entonces con Patricia Bulrich, que era directora nacional del Sistema Penitenciario Federal, y nos habilitó la posibilidad de trasladarlos a todos al penal de Ezeiza. Esa misma noche del domingo los sacamos de la cárcel, los llevamos a contraventores y un par de días después los trasladamos a Ezeiza. Después los distribuyeron en distintas cárceles del país.
-¿Sospecha de connivencia de los cabecillas del motín con los agentes penitenciarios?
-De eso no hay pruebas, pero a lo que vos te referís yo le voy a poner todas las letras, total ya han pasado 20 años. Alejandro Espeche (director de la cárcel en aquel momento) era una persona muy vinculada al tema de los derechos humanos y con un pensamiento abolicionista del Sistema Penal. Esto no significa hablar mal del Alejandro, pero pensamos distinto. Él tenía una afinidad con los presos y cuando había un problema entre un interno y un penitenciario, él inclinaba la balanza para el lado del interno. Entonces, los penitenciarios no le tenía mucho cariño. Se dio el cambio del gobierno y muchos tuvieron la expectativa de que cambiarían todas las autoridades, pero muchos funcionarios siguieron trabajando los primeros meses con la gestión de Orquín, como Daniel Carniello, Alejandro Poquet y Espeche, entre otros. Yo creo que no fue bien recibido esto por los penitenciarios, sobre todo la continuidad de Espeche como director de la cárcel. Son indicios o presunciones que hacen suponer que el motín se hizo con un aval o la vista gorda de personal penitenciario. Hay cosas difícil de explicar: el lugar de la cárcel donde se hizo el espectáculo, el hecho de que se haya llevado civiles, niños e invitado a funcionarios, dejarlo todo en manos de penitenciarios muy jovencitos, con poca experiencia. Son cosas que te hacen presumir de que algún nivel de connivencia existió.
-¿Hay otro argumento, que no sea connivencia penitenciaria, para explicar los posteriores asesinatos de la mayoría de los cabecillas del motín?
-Puede ser que cuando volvieron a la cárcel, se la cobraron los propios presos porque fue terrible lo que vivieron (en 2006, los presos Diego Ferranti Lucero y Gerardo Gómez González, cabecillas del motín, fueron traídos nuevamente a Mendoza para declarar en el juicio y ni bien ingresaron a Boulogne Sur Mer, los asesinaron). Había mucha bronca de los propios presos porque habían quemado el penal y hubo presos que se quedaron sin comida ni agua durante tres días. Y después se prohibieron las visitas, aumentaron las horas de encierro, cosas que perjudicaron a los internos y los llevaron a enojarse con quienes manejaron el motín. Tampoco descarto que se la cobraron los penitenciarios que vieron a uno de sus compañeros como rehén muy maltratado. Todas son presunciones, después de 20 años.
-¿Ha pensado cómo hubiese sido el motín si usted decidía ir a ese acto en el que comenzó la toma de rehenes?
-No me lo quiero ni imaginar, pero hubiese sido mucho más grave. Ahí tomé conciencia de varias cosas. Yo entonces tenía 38 años y no dimensionaba el cargo que tenía. No te das cuenta de lo simbólico del cargo siendo tan joven. Ese peso hubiese jugado un rol muy distinto estando yo como rehén.
-¿Qué imágenes del motín le quedaron grabadas en la memoria?
-Sabíamos que no podíamos entrar a la cárcel pidiendo permiso, había que hacerlo con el grupo de Infantería. Los familiares de los internos, con razón, estaban muy preocupados por eso y tenían miedo de que reprimieran desaforadamente a los presos, si bien habíamos sacado ya a los cabecillas. Entonces, yo me comprometí en que no habría maltrato, pero como soy desconfiado entré junto con el grupo de Infantería y otros dos funcionarios: Javier Passera y Mario Campos (hoy, funcionarios de la Ciudad de Mendoza). Los tres queríamos controlar que no hubiese excesos de la Policía. Esa entrada, con el chaleco y corriendo con Infantería, es una imagen que tengo muy patente. También tengo muy patente la imagen del día lunes, cuando teníamos que entrar al hospital de la cárcel que se había prendido fuego y derrumbado. Allí había un subsuelo en el que quedaban los internados. Teníamos que entrar y no sabíamos si íbamos a encontrar a un muerto. Entrar en ese sótano donde podría haber quedado alguien internado y que haya muerto durante el incendio era para mí terrible, pero gracias a Dios no había nadie. También me impactó la imagen del pabellón de la gente con SIDA, discriminada por los propios internos que no los liberaron y que los dejaron tres días privados de agua, comida y remedios. Esas son las imágenes más fuertes del motín.