El falso degollado

La historiadora Luciana Sabina cuenta la historia de quien fuera padre de dos gobernadore de Mendoza y la insólita razón por la que la orden degegollarlo no pudo ser cumplida.

Luciana Sabina

En septiembre de 1829, los fede­rales a las órdenes del Fraile Aldao, enfrentaron a un grupo de unitarios en Mendoza. El lugar de la contienda se llamaba El Pilar y hoy es el conocido barrio Batalla del Pilar, en el departamento de Godoy Cruz.

Tras interminables horas de lucha los federales vencieron, pero el infierno se desató posteriormente. Caminando entre las filas de hombres que acababa de derrotar, el Aldao encontró el cadáver de uno de sus hermanos envuelto en una frazada. Un dolor punzante lo atravesó y, libre de cualquier límite gracias al alcohol, comen­zó inmediatamente una carnicería, matando con sus propias manos a muchos prisioneros.

Pronto la brutal montonera se ensañó con la ciudad de Mendoza y sus alrededores. Hubo saqueos, violaciones y asesinatos. Entre los muertos se encontraba un muchacho dedicado al periodismo, de apellido Salinas, que días antes había animado al bando unitario a través de la prensa. "La madre de otro joven en­contró los despojos del cuerpo de su hijo colgados frente al Cabildo -actual Museo del Área Fundacional-, donde había sido puesto para escarmiento, junto a otros cadáveres, y tardó en reconocerlo pues le habían despellejado el rostro a cuchillo", nos cuenta Jaime Correas.

Durante días los cuerpos mutilados permanecieron insepul­tos por las calles de la ciudad. Nadie se atrevía a enterrarlos por temor a ser considerado unitario. Todos debían ver a sus familiares sin vida degradarse bajo el sol de septiembre. El silencio solo era interrumpido por los gritos desgarradores de alguna nueva víctima. Mendoza jamás perdonó estos excesos a Félix Aldao.

Uno de los ejecutados fue el doctor Francisco Narciso de Laprida, presidente del Congreso de Tucumán al momento de declararse la independencia, exgobernador de San Juan y colaborador activo de San Martín durante la organización del cruce. Sobre la muerte de Laprida existen dos versiones.

1- Siguiendo a uno de los relatos, fue enterrado hasta el cuello y se pasó con un tropel de caballos sobre su cabeza, una práctica común por entonces. 

2- La otra versión señala que fue rodeado y herido con una lanza por la espalda. Al caer, todos se lanzaron sobre él, degollándolo y descuartizándolo. En "Poema conjetu­ral", Jorge Luis Borges rescata esta última tradición, más afín a su literatura.

Entre los cien oficiales que aquel día mandó a degollar Aldao, estaba José María Villanueva, pero la prominente papada de este hombre -producto del bocio endémico en Mendoza- salvó su vida

Gravemente herido fue hallado en el patio del cuartel por un fraile y terminó oculto en el convento de Santo Domingo. Seis meses más tarde una invasión unitaria le dio la oportuni­dad de reaparecer en público. Villanueva murió poco después en Ciudadela, enfrentando a Facundo Quiroga, pero vivió lo suficiente para engendrar a Arístides y Joaquín, fueron gobernadores de Mendoza.