Un obispo mendocino dio la homilía en el Te Deum patrio de la Iglesia Nacional Argentina de Roma
Monseñor Sergio Buenanueva, exobispo auxiliar de Mendoza y actual obispo de San Francisco, Córdoba, tuvo a su cargo en la mañana de Italia las palabras en la misa por el 25 de mayo en la Iglesia Nacional Argentina de Roma.
El exobispo auxiliar de Mendoza, Sergio Buenanueva, actual obispo de San Francisco, Córdoba, tuvo a su cargo en la mañana de Italia las palabras en la misa por el 25 de mayo en la Iglesia Nacional Argentina de Roma.
Del oficio religioso participaron el cardenal Leonardo Sandri, oficiando el acto religioso, y la presencia del ceremoniero del Papa, Guillermo Karcher, la embajadora ante la Santa Sede, María Fernanda Silva, entre otras autoridades y personalidades argentinas que celebraron religiosamente el día patrio.
La Iglesia Nacional Argentina de Roma fue fundada por el sacerdote argentino José León Gallardo en el 1910 y declarada Iglesia Nacional en el 1915, consagrada el 1 de noviembre de 1930.
- Por más de sesenta años fue confiada a los Padres Mercedarios de la Provincia Mercedaria Argentina. En el 1998 retoma la gestión la Conferencia Episcopal Argentina. Es Iglesia Cardenalicia del orden de los presbíteros.
El padre José León Gallardo adquirió con fondos propios el terreno donde el 9 de julio de ese mismo año coloca la piedra fundamental del nuevo templo dedicado a la Virgen Santísima, Nuestra Señora de los Dolores: 1910 era el año del primer centenario de la Revolución de Mayo.
En el 1913 es inaugurado el Oratorio donde comienzan a celebrarse provisionalmente los sagrados misterios.
El 18 de junio de 1915, a pedido del Episcopado Argentino, Benedicto XV concede que el templo sea Iglesia Nacional.
El 9 de junio de 1924 se inaugura parcialmente el templo pero en el 11 de noviembre de ese año muere prematuramente monseñor Gallardo. A causa de su deceso, acaecido en Génova, las obras se paralizan. Su heredero Ángel Gallardo, hermano del sacerdote, decide en 1929 dar continuidad a la obra cediendo la propiedad a la Arquidiócesis de Buenos Aires, en calidad de representante del conjunto de los obispos argentinos. El 24 de junio de 1929 la administración y la atención pastoral la asume por la Orden de la Merced. Religiosos de esa Orden dan continuidad al proyecto y el 1 de noviembre de 1930 se dedica el templo con el rito de consagración de iglesias.
El 11 de noviembre de 1964 los restos de monseñor Gallardo son trasladados desde Génova a Roma para ser sepultados a los pies de la Virgen de Luján.
El 7 de junio de 1967 el Papa Pablo VI anexa al número de los títulos cardenalicios el Templo de la Beata Virgen María Dolorosa con la constitución apostólica Sunt Hic Romae.
En orden cronológico han ostentado este título del orden de los presbíteros:
- - Cardenal Nicolás Fasolino: del 26 junio de 1967 al 13 de agosto de 1969.
- - Cardenal Raúl Francisco Primatesta del 5 de marzo de 1973 al 1° mayo de 2006.
- - Cardenal Estanislao Esteban Karlic del 24 de noviembre de 2007.
Desde el 27 de febrero de 1989 la Conferencia Episcopal Argentina retomó la gestión de la Iglesia.
Su arquitectura
El proyecto de todo el complejo arquitectónico es del ingeniero Giuseppe Astorri y refleja con cierto eclecticismo, las líneas de las basílicas constantinianas. Evoca las cercanas basílicas de Santa Inés y de San Lorenzo.
La fachada del templo se alza sobre un porticado con tres arcos que apoyan sobre dos columnas jónicas en granito negro de Biella, con un remate de coloridos mosaicos.
El interior del templo cuenta con tres naves, separadas por filas de ocho columnas jónicas talladas en mármol. Éstas sostienen los arcos que delinean la nave central y por encima se continúan en otras tantas columnas corintias que delimitan el matroneo, con una balaustra rica de policromía marmórea.
La nave central se cierra con un techo sostenido por cabreadas de madera. En todas las naves el techo está revestido de paneles de madera policromada con formas geométricas uniformes en la nave central y variadas en las naves laterales.
El piso y las paredes están revestidas de ricos y variados mármoles. Entre las formas geométricas del pavimento del pasillo central se destaca la incrustación del escudo nacional argentino.
El presbiterio está delimitado por una hermosa balaustra de mármol trabajado en cada paño de modo diverso. Lo cierran puertas de bronce artísticamente elaboradas.
En éste ámbito se encuentran los ambones adornados con mosaicos de estilo cosmatesco. Al centro el altar de ónix dorado se encuentra bajo un ciborio; las columnas que lo sostienen son de granito rojo de Tandil rematadas con capiteles de bronce en las que están representados los cuatro evangelistas. Los rectángulos de mármol, que lo cierran y sostienen el techo, son separados por graciosas pequeñas columnas también de mármol con incrustaciones según el estilo cosmatesco.
El arte sacro
Los mosaicos que embellecen el templo son obra de Giambattista Conti. El mosaico del frontispicio fue realizado 1914. El cuadro boceto de dicha obra resulta del 1912. De estilo bizantino, con claro reclamo a los cánones iconográficos paleocristianos.
El gran mosaico del ábside es también obra de Conti y realización de Marco Tullio Monticelli.
Otros mosaicos destacan, por ejemplo el Sagrado Corazón (del 1960) con una clara inspiración en el Crucificado de Velázquez. El más reciente es del de Nuestra Señora de la Merced, obra de la Escuela Italiana de Mosaico de Montepunlciano.
El templo cuenta también con intervenciones notables de Duilio Cambellotti, el tabernáculo y el ambón de la Epístola. A ello se agregan dos pequeños cuadros en bajo relievo que representan San Pedro Nolasco y San Ramón Nonato.
La capilla lateral, entrando a la derecha, en la capilla lateral de La Merced, se encuentran las estatuas de San Antonio, Santa Rita, San José y San José Gabriel del Rosario Brochero (Patrono del Clero Argentino).
En la nave lateral izquierda, cerca del confesionario, se encuentra un Crucificado y una estatua de Nuestra Señora de los Dolores.
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Las fotos de este 25 de mayo de 2023 en la Iglesia Nacional Argentina de Roma
La homilía de monseñor Buenanueva en Roma
Misa por la Patria
A las puertas de Pentecostés. esta es nuestra súplica: "Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz."
Y, en este 25 de mayo, desde este rincón romano teñido de celeste y blanco, imploramos el soplo del Espíritu para la Patria y la Patria grande de América.
Los argentinos y argentinas necesitamos ese aliento vivificante para el alma generosa de nuestra Argentina, tan amada y soñada como pensada y sufrida; para la Argentina que se visibiliza de tantas formas, pero también para aquella "Argentina secreta" que evocaba Mons. Vicente Zaspe en días difíciles, la que trabaja, sueña y empuja en silencio la vida.
¿Brisa suave o viento impetuoso? El Espíritu es libre, dejemos que Él decida. Nosotros perseveremos en la plegaria: "Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos."
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"Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste." (Jn 17, 21).
Jesús suplica al Padre para sus discípulos el mismo grado de comunión que viven las Personas divinas. Ese es su "sueño" para la familia de sus discípulos: la Iglesia. Una Iglesia siempre en agonía por la unidad, pero también acicateada por un mundo con hambre de esperanza.
Inspirándonos en esta oración del Señor, nos animamos a implorar para nuestro pueblo argentino una renovada experiencia de convivencia.
Sabemos que no podemos trazar una línea directa entre la unidad que Jesús suplica para sus discípulos y la realidad compleja de la sociedad secular. La sana laicidad, que conjuga autonomía y cooperación entre Iglesia y comunidad política, es un principio de civilización que, como católicos, tenemos que cuidar.
Es garantía de libertad para todos: para los ciudadanos libres y la sociedad plural, para la comunidad política (estado y gobierno) y para la misma comunidad eclesial.
Los ciudadanos tenemos siempre el desafío de buscar el bien común con inteligencia y responsabilidad, a través del ejercicio paciente y arduo de las virtudes de la prudencia y la fortaleza, la justicia y la templanza. A los cristianos, la fe no nos ahorra ese esfuerzo, ni lo sustituye ni invalida; sino que lo inspira, purifica y anima.
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La comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo está en el centro de nuestra confesión de fe bautismal. Ella es también un modelo inspirador para la construcción del orden social más justo posible, aquí y ahora, siempre desafiante y nunca acabado del todo.
Es la unidad que surge de la comunión, no de mortificar las diferencias, anulando la pluralidad; sino la unión que nace de la integración de personas libres que se reconocen tan diversas como semejantes, iguales en dignidad y llamadas a la fraternidad, la convivencia y la amistad social.
El papa Francisco, con el Evangelio en el corazón y en los labios, le da un precioso nombre: FRATERNIDAD, una patria de hermanos y hermanas en un mundo de hermanos y hermanas.
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Hace cuarenta años, los argentinos salíamos de la noche oscura de la violencia política, cuyo ápice fue el terrorismo de estado. Y lo hicimos, porque logramos madurar como pueblo y sociedad, con el enorme sufrimiento de muchos, un consenso en torno a algunas grandes verdades compartidas: ante todo, la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, y la plena vigencia de sus derechos y deberes; pero, también, la elección de la democracia como sistema en el que prima el estado de derecho, la participación ciudadana y la legitimidad de la pluralidad de opciones políticas.
Esos consensos expresaban un sueño común, el que venimos alentando desde el inicio de nuestro camino como pueblo libre. En la Oración por la Patria le hemos puesto palabras de anhelo y de ruego: ¡Queremos ser Nación!
Y hemos logrado mantener ese sueño y esos consensos a lo largo de estos años, superando crisis agudas y momentos de verdadera zozobra. Es un logro del entero pueblo argentino: la democracia es el modo de encauzar los conflictos que forman parte de la vida ciudadana. Su institucionalidad siempre es frágil, perfectible y necesitada de hombres y mujeres -no solo de dirigentes- con vigor moral para sostenerla. Hace cuarenta años elegimos ese camino como pueblo.
La Constitución, ley fundamental de la Nación que tan lúcidamente promovió el beato obispo Mamerto Esquiú, plasma por escrito ese sueño y esos consensos. Ella es un punto fundamental de convergencia de mentes, voluntades y corazones.
La Argentina de hoy es mucho más diversa y plural que hace cuarenta años. O, tal vez, hoy somos más conscientes de que no podemos perseguir un sueño común, dejando de lado personas, grupos o tradiciones culturales, religiosas y espirituales que han contribuido, de hecho y de derecho, al progreso del país.
En el núcleo ético de la democracia está la aceptación sin reservas de esta legítima pluralidad de miradas y perspectivas que conviven en el espacio común de la Nación.
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La Facultad de Teología de la UCA acaba de publicar, recogiendo un pedido del Episcopado, los dos primeros volúmenes de la obra colectiva: "La Verdad los hará libres". Un tercero viene en camino.
Es una obra formidable. Merece una lectura atenta. Los obispos queremos tomar de ella impulso para seguir buceando en nuestra historia reciente con humildad y genuino profetismo.
Significa un logrado esfuerzo para revisar nuestra historia reciente, especialmente los años oscuros de la violencia política: cómo vivieron, sintieron y actuaron los diversos sujetos que componen la Iglesia en Argentina, con qué ideas, pasiones y decisiones. Y de una comunidad de creyentes inserta y partícipe de una sociedad atravesada también por enormes tensiones, conflictos e intereses.
Permite asomarnos al sufrimiento de tantos hermanos y hermanas nuestros que fueron víctimas de aquel espiral de violencia. Como obra científica no juzga, sino que expone los hechos, pero no queda (ni deja) indiferente frente a tanto dolor, cuyas heridas siguen abiertas en cada familia que llora a una víctima o sigue queriendo saber la suerte de sus seres queridos desaparecidos.
Es un paso decisivo de "memoria penitencial" del catolicismo argentino, y que permitirá a las nuevas generaciones de pastores, laicos y consagrados vivir más evangélicamente el servicio al bien común que brota de nuestra fe cristiana.
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Así como hemos sostenido en el tiempo la institucionalidad democrática, hemos de reconocer también que tenemos pendiente nuestra deuda más dolorosa: la pobreza que afecta especialmente a tantos niños, adolescentes y jóvenes argentinos. Es decir: el futuro, ya ahora, nos planta cara y nos desafía con agudos interrogantes:
¿Qué decisiones tomaremos? ¿En qué dirección vamos a caminar? ¿De qué instrumentos echaremos mano? ¿Qué clase de dirigentes políticos, sociales, económicos y espirituales queremos ser? ¿Qué estilo de convivencia vamos a promover los ciudadanos?
La fe cristiana no tiene "respuestas enlatadas" para estas preguntas. Eso sí, nos ofrece la fuerza purificadora de la Pascua de Jesucristo actuada por el Espíritu para no dejarnos ganar por la mediocridad, el sectarismo o la estrechez de miras.
El Espíritu abre la mente y enciende los corazones para que miremos lejos y en profundidad, mortifiquemos nuestra concupiscencia y nos decidamos por el bien grande de todos, especialmente de las nuevas generaciones de argentinos y argentinas que están creciendo.
Por eso, desde aquí, donde el sucesor de Pedro confiesa la fe en Jesucristo con acento argentino y melodía porteña, invoquemos juntos el don del Espíritu de Jesucristo para cada uno de nosotros.
Y que la Virgencita de Luján, vestida de celeste y blanco, nos vuelva a ilusionar con la Patria de hermanos y el bien común.
Amén.