¿Y si el asunto es que hay mucho racismo?
Muchas veces habremos escuchado, en algún comentario, acusar de tales o cuales actúan de determinada forma "porque lo llevan en el ADN". Ya sea que se trate de "negros de mierda", "tinchos y milipilis", "planeros", "chupacirios", "moishes", "zurdos", "machirulos", "feminazis", "abortistas", "indios", "blanquitos" y hasta de "gordos".
Uno de los análisis no realizados en torno a la violencia en la costa atlántica que costó la vida de Fernándo Báez es la posibilidad de que exista un componente racista. En Memo no hemos publicado un solo video de los casos que salieron a la luz en este verano y sí, un solo análisis en torno al tema: el del médico Gabriel Minuchin, que se elevó por sobre el promedio de los comentarios imperantes, muchos de ellos, impulsivos o en defensa de posiciones de grupos, más allá de sus buenas intenciones.
La idea es ir a lo profundo. Y de estos asuntos se habla en primera persona, ya que nadie posee una representación de alguna verdad única como para esgrimirla. ¿Y si se tratara de racismo? En más de una oportunidad me ha tocado escuchar que se habla, por ejemplo, de compañeros periodistas en una redacción, como si se tratara de ganado y hasta ser calificados de "insectos" por superiores que estaban acostumbrados a categorizar a las personas de acuerdo al "tener" (o no tener), dinerariamente hablando. La "cultura", para una élite, pasa por allí. Y para otra, por todo lo contrario: profesiones de fe por la riqueza y también, votos de pobreza. Allí ya tenemos dos grupos.
Muchas veces habremos escuchado, en algún comentario, acusar de tales o cuales actúan de determinada forma "porque lo llevan en el ADN". Ya sea que se trate de "negros de mierda", "tinchos y milipilis", "planeros", "chupacirios", "moishes", "zurdos", "machirulos", "feminazis", "putos", "machos", "abortistas", "indios", "blanquitos" y hasta de "gordos" (cosa de la que sido calificado, pretendiendo insultar y descalificar, en más de una oportunidad).
Es racismo, al que deben sumarse un montón de otras calificaciones a mano y complementarias como discriminación, xenofobia, entre tantas. Las diferencias, exacerbadas hasta el extremo de que se vuelve insoportable compartir algo con quien no adhiere a lo que yo pienso.
¿Es posible que el empuje motorizador de una golpiza que terminó en asesinato "en manada" haya sido el racismo, más allá de todo lo que está en discusión, ya sea el consumo de alcohol, drogas, el deporte que se practique, los valores o disvalores familiares, sociales o de grupos?
Es difícil -si no triste- hablar de ello en una Argentina en donde si aceptáramos que en los diversos lados de las grietas hay tribus que se encriptan, defienden y atacan, y no una ciudadanía que se acepta en su diversidad, estaríamos a la vez declarando formalmente la vuelta al peor de los pasados.
Es sostenible que en una sociedad haya conflictos: es normal y su crisis fomenta en todo caso la evolución. Pero no lo es que se los promueva por razones que agrupan y consolidan sectores a modo de tribu o sectas, que solo se hablan entre ellos y descalifican -sino consideran que "sobran"- al resto.
Sin embargo, a pesar de lo dificultoso que resulta aceptar que en la sociedad hay un caldo de cultivo racista, hay que por lo menos hablarlo: ¿nos dividimos (con asco, bronca y hasta beligerancia) entre supuestos "superiores" e "inferiores", "ganadores" y "perdedores", "creyentes" y "librepensadores", "americanistas" y "europeistas", a unos sin aceptar a los otros como parte de una mismo cuerpo social?
No es sermón. Es reflexión.
Y para comprender la dimensión del problema argentino del que estamos hablando (con muertes de por medio) los invito a volver a escuchar a Guadalupe Nogués para saber "cómo hablar con otros que piensan distinto":