Una mirada sobre los niños y adolescentes
Desde Italia, Jorge Chade, titular de la Fundación Bologna Mendoza, pone el foco del análisis en los niños y adolescentes propensos a contraer la covid-19.
Los niños y los adolescentes han padecido con menor incidencia la gravedad del impacto directo de la infección del virus SARS-CoVid 19, pero han sido los que mayormente se ha expuesto al impacto indirecto de la pandemia.
Junto a las personas anciana que han sufrido las consecuencias más devastadores del contagio incontrolado, a los operadores de la sanidad y asistenciales y a las personas que se encuentran en situación de fragilidad física e psicológica, los más jóvenes tendrán que afrontar las mayores consecuencias psicosociales a largo termine de la pandemia y de las prolongadas medidas de contención de la infección decretadas para la entera población mundial.
Durante las primeras semanas de restricciones en algunos países y no obstante las informaciones fragmentadas y contradictorias, se observó una gradual adaptación a los nuevos comportamientos a los cuales atenerse y protegerse.
La situación se puso crítica con las prolongaciones de la cuarentena y con la incertidumbre legada a la duración de las medidas de contención y de la transición hacia la normalización de las actividades productivas.
En el segundo mes de cuarentena la gente fue mayormente consciente que no se volvería a la normalidad pre pandemia sea por los profundos cambios que se observaron en las vidas de tantas personas sea por las transformaciones individuales y colectivas che seguirían. La medida más drástica y de más larga duración - el cierre de las escuelas- comportó, un periodo de por lo menos 6 meses o más de alejamiento de alumnos de sus propias aulas permaneciendo exclusivamente en el contexto familiar.
Además, la cuarentena rindió aún más evidente las desigualdades en el acceso de los más jóvenes a las oportunidades de aprendizaje y de socialización.
En general los niños y las niñas tienen notables capacidades de adaptación a los cambios de contexto. Durante el primer periodo de cuarentena, e muchas casas, los mismos niños dieron a sus padres las sugerencias para afrontar modos en los cuales encontrar nuevas estructuras y costumbres para mantenerse en equilibrio.
Algunos pudieron haber manifestado miedo, irritabilidad, escasa iniciativa y pudieron igualmente afrontarlo recibiendo de los adultos informaciones claras y de acuerdo a su edad, reasegurándolos sobre las condiciones de sus propios seres queridos, dando espacios para expresar sus propias emociones.
Los más frágiles que habían ya vivido un trauma, que afrontan algún problema en su desarrollo o alguna condición de discapacidad pueden haber mostrado una regresión, haber manifestado mayor atención o presentado sintomatología de ansia relevante.
Al prolongarse la cuarentena la situación se ha complicado más aún. Mientras que para los más pequeños, las necesidades relacionales pueden satisfacerse temporáneamente por los adultos de referencia, para los adolescentes, que establecen relaciones más complejas con los coetáneos, la deprivación social puede tener efectos a largo andar sobre la salud psicológica.
La adolescencia, además de los cambios biológicos y hormonales de la pubertad, puede ser considerada un periodo sensible para el desarrollo social, parcialmente dependiente de la madurez de aquellas áreas cerebrales implicadas en la percepción y cognición social, afirman Amy Orben, Livia Tomova e Sarah-Jane Blakemore en un artículo que todavía se encuentra en revisión.
Las autoras subrayan como la adolescencia sea un período de alta vulnerabilidad para las dificultades psicológicas, si consideramos que el 75% de los disturbios mentales aparecen antes de los 24 años de edad. Además el ambiente social puede ser un factor de riesgo en caso de bullismo y exclusión, y sea un factor positivo en caso de buenas relaciones. Se puede por lo tanto hipotizar, segùn las investigadoras, que la deprivación social pueda tener un impacto en el desarrollo cerebral y comportamental en la adolescencia, aunque si es necesario estudiar más profundamente estos aspectos.
No obstante, a mitigar los efectos potencialmente negativos de la ausencia de interacciones cara a cara, podrían ser los celulares y las redes sociales digitales que los más jóvenes están utilizando en gran escala justamente para mantenerse conectados a sus pares y a sus propios familiares. Esto es lo que sostienen Orben y Colaboradores, hablando de las evidencias que tenemos disponibles y llamando a la atención al uso diferencial del social media: el uso activo (escribir post, dejar comentarios o enviar mensajes) se transforma en eficaz cuando demuestra que mejora el bienestar y ayuda en el mantenimento de las relaciones, pero también encontramos el uso pasivo ( recorrer repetidamente los post de los demás), incrementando la competición y la envidia, ésto no mejora, sino que trae efectos negativos sobre el bienestar. Necesitamos por lo tanto estudios que nos permitan identificar el impacto a breve y a largo plazo de la deprivación social y que se analicen los efectos diferenciales del compromiso activo o pasivo en las interacciones digitales para comprender mejor los efectos de la pandemia en los adolescentes.