Solange

Isabel Bohorquez le pone palabras a las sensaciones y significados que implica la muerte de Solange, la joven que murió sin poder ver a su papá.

Isabel Bohorquez

Hoy me entero que falleció Solange, la joven enferma de cáncer que estaba internada en Alta Gracia, y que su padre y tía no pudieron acompañarla y despedirla porque les impidieron llegar hasta donde estaba internada en nombre de una medida absurda y excesiva como resultado del control sanitario que tiene agujeritos por todos lados.

¿Qué nos pasa?

Hoy escribo sin sutilezas, con dolor, rabia, profunda tristeza. Lloro con amargura.

Me duele Blas desde que agonizó y murió apenas a la vuelta de mi casa. Me duele Blas desde ese día, cada día. No lo olvido. Está en mi corazón.

Yo perdí (perdimos) mi hija de cáncer hace ya 24 años. Tenia 10 años mi princesa, mi amor eterno, y ella partió en medio de nuestra desolación y congoja pero yo me mantuve aferrada a esa manito todo el tiempo.

Ni un instante me alejé, como un perro fiel echada a sus pies. Custodié su declive, su agonía, su estado en coma de 36 días en los que nunca dormí más que a su lado, sentada en el piso, con mi oído cerca de su boca respirando agitada. Tenía terror de que muriese mientras yo dormía y por eso defendí cada día, cada hora de la ineludible muerte que venía a buscarla.

Mi papá, que me conocía de memoria, entraba a mi casa, caminando silenciosamente a eso de las 4/5 de la mañana y nos hacía la guardia, entonces yo me atrevía a cerrar los ojos allí mismo, sentada en el suelo, sobre un almohadón y con la cabeza pegada a su boca para escucharla respirar. Así pasé 36 noches, vigilando que la muerte no nos arrebatara nuestra niña. Absurda y quijotesca travesía la mía. La nuestra, la de toda la familia que luchó y amparó a nuestra Florcita.

Pero estuve allí. Sabiendo de mi impotencia y de mi fragilidad.

Estuve allí, tomando su mano y sintiendo cada suspiro.

Estuve allí y falleció a nuestro lado.

Nosotros, abrazando y besando a nuestra princesita amada.

¿Qué nos pasa?

¿Qué pasa en nuestro país?

¿Por qué no dejan llegar a un padre para que se despida de su hija?

¿En verdad podemos admitir que nos pasen estas cosas?

¿Nuestra cobardía e indiferencia llega tan lejos? ¿Con tal de no contagiarnos de algún virus que como cualquier otro nos tocará algún día, somos capaces de tanta indigna deshumanización?

Yo no quiero eso.

No admito que arrebaten hijos a sus madres y padres. A sus familias.

No admito que un padre o una tía no puedan despedirse de su hija, de su ser amado.

Me duele demasiado.

Me toca de lleno en mi corazón que apenas soporta sus propios recuerdos dolorosos.

Argentina, levántate y anda.

Basta ya.

Señores abogados, juristas, entendidos en derechos constitucionales, levanten la voz.

Han accedido a estudiar en un país que generosamente les brindó su educación sostenida con el esfuerzo de todos.

Hoy levanten la voz.

Basta de dolor injusto.

Basta de excusas infames.

LA AUTORA. Isabel Bohorquez. Doctora en Ciencias de la Educación, exrectora de la Universidad de Córdoba, es asesora del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Córdoba.

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