Sobre los giles indignados
"La democracia ancha y profunda se construye en sociedad, con los giles y los no giles, pero nunca sin ellos", escribe Carlos Varela Álvarez.
En el argot carcelero los presos llaman giles a los de afuera, los que no son del palo, es decir sobre los que van a ir. Esta semana en buena parte del país, miles de giles, salieron a las calles de manera sorpresiva, al menos para la clase política que festejaba un nuevo aniversario patrio.
El inventario de reclamos era variado; desde la anticuarentena, la liberación de Báez, la situación económica, la expropiación de Vicentin, la cuestión social, la salud mental, etc.
Algunas escenas de violencia se vieron y hasta se la tomaron con un móvil del canal C5N de otro recién liberado Cristóbal López. Es posible que no tengamos coincidencia con muchos o algunos de los tantos reclamos que hacían los giles. Pero sí una cosa queda clara al menos para mí: estaban indignados.
Desde hace tiempo durante la pandemia se advierten movimientos o políticas del gobierno nacional que nada tienen que ver con las promesas electorales o con las palabras que se transmiten. Todas las liberaciones de los políticos que se han ido produciendo, más allá de la calidad de procesos a los que fueron sometidos algunos, no pueden pasar inadvertidas como las de Boudou estando condenado o en este caso de Lázaro Báez. ¿Qué quieren que piensen tanto los giles como los presos comunes?
La rabia los une.
Para ingresar a la administración pública se les requiere a los giles el famoso certificado de buena conducta, pero resulta que estamos llenos de funcionarios nacionales acusados, procesados, siendo la lista conocida y larga. Todos ellos toman decisiones importantes sobre nuestras vidas y el certificado no se les exige. Tan brutal que ver cómo la Corte Suprema de Justicia de la Nación durante décadas no ha tomado el caso del condenado Carlos Menem para dejar o no el fallo firme, así que ahí lo andan llevando para que vote en el Senado y hasta lo reeligen, sin que nadie se haga cargo de ello.
Los giles reclaman por sus negocios cerrados, su salud mental, por lo que no pueden pagar, por su pérdida de condición social pero el efecto más importante que hay tener en cuenta es que han perdido la confianza en las instituciones.
Un seminario organizado por Harvard sobre Chile en el día de ayer, en el pude participar, decía que de todas las encuestas actuales realizadas, demuestran que sólo el 5% de su población confía en el Gobierno y que el 15% en alguna institución. Es decir el 80% es agnóstico institucionalmente y eso parece irreversible. Se les fue el amor, la fe y la confianza.
¿Alguien puede adivinar lo que viene? ¿Dónde irán? ¿Qué harán?
El Gobierno de los Fernández o escucha a los giles indignados más allá de los radicalizados o de algunos planteos exagerados, porque lo que están haciendo desde el poder se nota y se sabe. La democracia ancha y profunda se construye en sociedad, con los giles y los no giles, pero nunca sin ellos.