Esto no, esto tampoco
"Es la hora de los grandes gestos", demanda la autora de esta columna, Isabel Bohorquez. ¿Lo sabrán, lo aceptarán? Buen disparador para un debate serio, bajando las banderas.
"Rivales: El loro y el mono se acusaban mutuamente, con desprecio, de imitar al hombre"[1] (Jodorowsky)
Dice Edgar Morin: "¿Qué es la empatía? En el fondo, es un proceso de proyección y de identificación. Me proyecto sobre otro y lo identifico conmigo. Entonces es cuando siento que yo soy tú, y en cierto modo el otro se abre porque deja de ser un objeto sometido a la explicación"[2]
¿Qué está pasando por estos días frente a las puertas del Congreso y en el interior de su recinto? Parece que lo contrario a la empatía.
He seguido por horas y horas, lo más atentamente que he podido, las sesiones maratónicas y he escuchado las alocuciones que desarrollaron muchos de los miembros congresistas, con aflicción y frustración de mi parte.
La llamada Ley de Bases ha obtenido media sanción en general y continuará siendo debatida para su definición en particular.
Más allá de cualquier postura a favor o en contra de esta ley, frente a la cual considero que en su entramado tiene aspectos que deben ser discernidos y acordados, creo que este momento histórico requiere de una conciencia intelectual y ética por parte de nuestros representantes en el Congreso, que debe ser un hito en nuestra sociedad.
Es la hora de los grandes gestos.
Hoy son nuestros congresistas quienes deben ser el espejo de la sociedad más que de sus agrupaciones políticas de origen.
En nada nos aporta ni nos sirve (en el sentido más noble del término servicio) que, quienes nos representan, sigan insistiendo en la contienda verbal más que en la discusión y reflexión sobre cada uno y todos los puntos a ser tratados en la Ley de Bases.
Hay mucho por hacer, cambiar, mejorar, revisar y volver a plantear.
Hay tanto por proteger, mirar desde un lugar renovado, pensando en el presente y en el futuro de nuestro país...
Tanto por volver a repasar para que podamos -realmente- ser la nación próspera y pujante que siempre hemos podido ser...
Las horas se fueron sucediendo y la discusión tuvo momentos espasmódicos, apareciendo algunos planteos concretos y vuelta de nuevo con los reproches y las frases de bandera: la Patria no se vende, la Patria está en peligro, las acusaciones recíprocas, las sospechas puestas en las intenciones de los otros, los reclamos sobre injurias y ofensas...que sinceramente, deberían dejarse de lado para entrar con precisión y rigor en el análisis del articulado de la Ley y debatir con fundamentos y conocimiento de causa.
Algo es muy claro para los que somos gente de a pie: no nos interesan las ofensas mutuas que se hagan los diputados, no son relevantes. Lo importante es que trabajen juntos en pro de un bien común.
Caso contrario, deberían volverse a su casa. No son imprescindibles ni están coronados para tener, en algunos casos, tamaña soberbia.
Necesitamos que se discutan los temas en concreto y no necesitamos que nos den cátedra de republicanismo y de ejercicio de la democracia por los micrófonos.
Necesitamos que abandonen ese estilo admonitorio, vigilante de las formas y de los principios que siempre parecen estar en riesgo de ser conculcados y que se pongan en el papel que jamás debieran abandonar: son nuestra voz para luchar por lo que es de interés común a todos.
En los debates por comisiones se pudieron escuchar voces diferentes que enriquecieron la discusión, la clarificaron, la dotaron de perspectivas interesadas en las cuestiones en sí, más que en el ejercicio del juego de la política a la que nos tienen sometidos en un esquema que se dice democrático pero que olvida su sentido último y primordial.
Necesitamos que estén a la altura de las circunstancias.
Nuestro país clama por un cambio, un ordenamiento, una definición transparente y honesta del Estado que no apele al clientelismo y a los negocios que favorecen a unos pocos (también involucrados en hacer carrera política para asegurar sus propias riquezas y conveniencias) y empobrecen a la mayoría.
No necesitamos que se luzcan con discursos que son fáciles de proclamar cuando se habita una burbuja.
Los escucho hablar en nombre de la sociedad y me digo a mí misma...no me siento representada en muchas de esas palabras, no me encuentro en esos reflejos, no me identifico con banderas que ahorcan y que ponen de rodillas a una nación que no tiene más motivos para su miseria que su propia moral.
Esto no, miembros del Congreso. Esto no.
Mientras tanto, afuera, en la calle pasaron cosas que nos dañan como sociedad.
Veo las imágenes y me digo: ¿qué nos sucede?
Las viejas y repetidas estrategias de tomar la calle con violencia, de reclamar a los gritos y embanderados en nombre de un Pueblo que no elige ese camino, de ponerse en el lugar de ser quienes repudian todo aquello que no encaje con su inclinación ideológica y por lo tanto se constituye en un pensamiento adverso, en un enemigo próximo, en alguien a quien despreciar.
¿Hasta cuándo en nuestro país va a haber sectores que encuentran en que agredir y victimizarse puede ser una salida colectiva?
¿Hasta cuándo en nuestro país, invocar los fantasmas de la dictadura y del atropello va a ser un caballito de batalla ideológico para justificar desde allí, los propios actos de intolerancia?
Recuerdo las toneladas de piedra al Congreso...recuerdo los paros insostenibles por otra razón que no fuera la puja política..., recuerdo los interminables piquetes que han dañado la vida cotidiana de tanta gente..., recuerdo cómo se mancillaron las fotos en memoria de los muertos por COVID...
Recuerdo cómo la vida democrática en Argentina hace décadas pende del mismo hilo: según quienes gobiernen se permite la gobernabilidad.
Y a todo eso, creo que una buena porción de la sociedad argentina le ha dicho basta.
Basta de patoterismo indemne tras ideales que debieran ser per se, pacíficos, tolerantes, basados en el diálogo; basta de actitudes grandilocuentes que sólo nos han conducido a más pobreza y decadencia social; basta de versos, de excusas y de espejitos de colores.
No se trata de no manifestarse, ni se trata de silenciarnos entre nosotros.
Lo mejor que nos puede pasar es ser capaces de escucharnos porque los problemas existen y no son conceptuales, habitan en nuestros hogares, en nuestros barrios, en nuestra vida cotidiana. No es una cuestión de modelo a raja tabla, es una cuestión de cómo hace ese laburante que vende fruta y verdura en un garaje o ése que tiene un kiosco y ya lo asaltaron veinte veces, o nuestros chicos que aprenden poco o que no terminan la escuela, etc., etc., nos debemos esas respuestas y para construirlas nos tenemos que encontrar en algún punto.
Ir a vociferar y a amenazar con carteles y consignas que solamente representan a algunos, aprovechando toda ocasión para meter un palo, no es el camino que elige la mayoría del Pueblo argentino.
Envueltos en banderas y con gestos feroces, están los de siempre, los que no cejaron en su intento de llevar a este país a la ruina y casi, casi, lo consiguieron.
Esto tampoco, esto ya no más.
Cierro con Jodorowsky rememorando un cuento que, según él, le cambió la vida:
"Érase una vez una montaña muy alta que con su sombra cubría un pueblecito, y, por falta de sol, los niños crecían raquíticos. Un día, sale del pueblecito un viejo con una cuchara de porcelana. Los jóvenes le preguntan:
- ¿Adónde vas?
-Voy a mover la montaña - les contesta el viejo.
-Y ¿cómo vas a hacerlo?
-Con esta cucharita.
-Jajaja, nunca lo conseguirás.
-Sí, es verdad, nunca lo conseguiré, pero alguien tiene que empezar".[3]
[1] Alejandro Jodorowsky, La vida es un cuento, Ed. Sudamericana, Bs As, 2016, p. 195
[2] Boris Cyrulnik, Edgar Morin, Diálogos sobre la naturaleza humana, Paidós, Bs As, 2005, p. 55
[3] Ob. Cit. Alejandro Jodorowsky, La vida es un cuento, p. 273.