¿Qué es el populismo?
Juan Minetto sostiene en este artículo que el populismo no es una ideología en sí mismo, sino un problema causado por el deterioro de la democracia representativa.
En tiempos en los que no se habla más que de la gravísima emergencia sanitaria que vivimos, cabe llevar nuestra atención a otros temas, también de importancia global y que por ende nos afectan. El populismo es un término generalmente mal utilizado, cuyo significado señala procesos y fenómenos igual de interesantes que de complejos, los cuales ameritan un profundo análisis.
Los sesgos ideológicos
El populismo se ha vuelto un calificativo vacío, que se utiliza para denostar políticas o líderes con los que no se está de acuerdo. Las personas más identificadas con la izquierda creen que el discurso xenófobo es populista, mientras que alguien de derecha creerá la transmisión gratuita de fútbol lo es. Pero los dos lados se equivocan: no debemos entender al populismo en relación a la ideología. De hecho, este fenómeno es, en esencia, camaleónico: su ideología se acomoda a la coyuntura. Hay populismos de derecha (como el fascismo de Hitler o Mussolini), o de izquierda (como el estalinismo). En cambio, el populismo debe entenderse en su relación con la democracia, en cómo la interpreta.
La relación con la democracia
Las democracias representativas operan desde su origen en una contradicción: la tensión entre lo popular y el imperio de la ley. El componente popular comprende cuestiones como elecciones o referéndums, en los cuales prima la voluntad de la mayoría. El imperio de la ley, en cambio, sirve como contrapeso al poder absoluto del líder. Estos dos componentes son indispensables para el funcionamiento de la democracia. Un país sin elecciones no es democrático, por más respeto a las instituciones y balance de poder que exista. Un país con elecciones, pero sin división de poderes, tampoco lo es. ¿Por qué? Porque ganar los comicios no hace a nadie dueño del Estado ni de la sociedad. El encargado del ejecutivo debe convivir con un sistema que proteja a las instituciones que lo controlan y a las minorías. La democracia existe entonces dentro de ese espectro, que va del extremo de las formas más directas de democracia, a los sistemas más puros de balances y contrapesos.
Ahora bien, ¿qué rol juega el populismo en esta dinámica? Un populista pone el énfasis en lo popular, en llevar a cabo la voluntad de la mayoría. Busca acrecentar el impacto de la gente y de sus líderes en las instituciones de gobierno.
Los riesgos de las democracias populares
No podemos restarle importancia a la necesidad de que las elecciones tengan un impacto real sobre el funcionamiento del Estado. Sin embargo, un excesivo énfasis en la voluntad del pueblo amenaza, en primer lugar, a las minorías, y, en segundo lugar, la efectividad de las instituciones.
Para ejemplificar el riesgo que el populismo representa para las minorías, imaginemos que en el país X la mayoría de la población defiende la pena de muerte para los homosexuales. Si el gobierno decidiera respetar la voluntad popular, tomaría la decisión "democrática" de vulnerar los derechos fundamentales de una persona a la vida y a la intimidad. Si en cambio escucháramos las ideas de la tradición institucionalista, tomaríamos la decisión a prima facie antidemocrática de ignorar la intención de las mayorías al proteger a esta minoría.
Respecto la efectividad de las instituciones, veamos los organismos de contralor. Por ejemplo, si el partido A gana las elecciones, y las nuevas autoridades nombran como auditor de cuentas a alguien del partido vencedor, podríamos decir que es una medida democrática. Ahora bien, esto afectaría la efectividad del organismo: ¿cómo se prevendrían hechos de corrupción si el mismo que tiene que controlar al que gasta es el que hace el gasto? En cambio, si el auditor fuera apolítico o miembro de la oposición, esta institución sería menos democrática en el sentido popular, pero mucho más democrática en el sentido institucional.
El problema de ignorar el componente popular
Vemos entonces que, atendiendo a ese deber de mediar en las relaciones entre las personas, en ocasiones el Estado debe "faltar el respeto" a esa voluntad popular para garantizar el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. Ahora bien, los sistemas que ignoran completamente las demandas sociales son igualmente peligrosos.
La Crisis Política del 2001 en Argentina es un claro ejemplo de ello. Durante décadas se gobernó dejando de lado a una parte de los argentinos. La convertibilidad y la apertura al comercio conllevaron un aumento de la pobreza y el desempleo, y a esa gente no se le ofreció una alternativa de reconversión. Del resultante rechazo visceral a la élite política y a las instituciones, de ese "que se vayan todos" surgió un movimiento que reclamaba ser la voz de esos desplazados. Independientemente de cualquier juicio de valor, el kirchnerismo le dio cabida a esa demanda social. Y es normal que el institucionalismo se preocupe: esa rama del peronismo se caracterizó por la parcialidad de los medios de comunicación estatales, los intentos de "democratizar" el poder judicial, la intervención del organismo nacional de estadísticas, entre otras cuestiones. Todas éstas son medidas de carácter populista, ya que suponen la intervención de la democracia electoral en la democracia que garantizan las instituciones, la de los balances y contrapesos.
Algo parecido ocurrió en los países centrales luego la Crisis Financiera de 2008. La proliferación de los populismos en Europa y Estados Unidos fue producto de una serie de políticas que marginó a los trabajadores industriales, quienes se sintieron traicionados por las élites gobernantes. Esa parte de la población es la que, correctamente o no, ve en la globalización la razón detrás de la falta de trabajo. Por ello, identifican a líderes que se oponen al orden liberal establecido después de la Segunda Guerra como los verdaderos representantes del pueblo.
La clave está entonces en reconocer que la democracia representativa es imperfecta, que a veces desoye manifiestas demandas sociales. Y ese desconocimiento se paga. El populismo entonces no es una ideología, es el síntoma de un problema con la democracia representativa, una forma de llenar esa distancia entre la ciudadanía y las instituciones de poder. Está ahí para recordarle a las élites gobernantes que deben escuchar los problemas de la gente y actuar en consecuencia antes de que el "antisistemismo", ya sea de izquierda o derecha, gane los corazones y las mentes de sus representados.