¿Acaso los varones no pueden florecer?

Emiliana Lilloy cuestiona, en un profundo análisis que pocas veces sale a la superficie, sobre la comparación habitual de mujeres con flores.

Emiliana Lilloy
¿Acaso los varones no pueden florecer?

La primavera es una estación tradicionalmente asociada a la renovación, el crecimiento y la conexión con la naturaleza. Todo a nuestro alrededor florece. Sin embargo, en medio de los festejos por el equinoccio, las redes sociales se llenan de imágenes que representan esta renovación a través de la figura de la mujer, personificada en flores. Es común ver mensajes de "florecimiento" dirigidos exclusivamente a las mujeres, emulando su belleza, fragilidad y transitoriedad.

Frases como "florece donde Dios te ha plantado" o la alegría de "las 15 primaveras" inundan el imaginario colectivo, reforzando una conexión simbólica entre las mujeres y las flores. Esta metáfora, que a primera vista puede parecer inocente o poética, encierra una carga cultural más compleja de lo que parece. ¿Es realmente un elogio ser comparada con la delicadeza de una flor? Y si lo es, ¿por qué nunca vemos a los varones representados de la misma manera? ¿Acaso los hombres no pueden florecer?

La identificación de la mujer con la naturaleza tiene raíces profundas en nuestras sociedades. En muchas culturas, la naturaleza ha sido vista como un espacio salvaje que debe ser controlado, domesticado y, a menudo, explotado por el hombre. De la misma forma, las mujeres han sido representadas como seres que necesitan ser controlados o "colonizados" para cumplir un rol pasivo en la sociedad.

Esta analogía está presente en la literatura, el arte y la filosofía, donde las mujeres son comparadas con flores por su fragilidad y belleza efímera. Se asume que, al igual que las flores, las mujeres pasan por un ciclo natural ineludible de florecimiento y decadencia, lo que refuerza la idea de que su valor radica en su juventud y capacidad reproductiva.

La analogía refuerza la idea de que el valor de una mujer está ligado a su apariencia física y a su capacidad reproductiva, tal como el valor de una flor se mide por su aspecto transitorio. Esta metáfora puede operar entonces, como una herramienta poderosa para mantener a las mujeres en un estado de subordinación, reduciéndolas a objetos de admiración, deseo o reproducción, negándoles agencia y otras formas de participación plena en la sociedad.

Al igual que la naturaleza ha sido colonizada y explotada a lo largo de la historia, el cuerpo de la mujer ha sido tratado como un espacio que puede ser apropiado y manipulado para el beneficio o placer de otros. Esta visión refuerza relaciones de poder jerárquicas en las que el hombre es el agente activo y la mujer, el ente pasivo que debe ser conquistado.

La metáfora de la mujer como flor, aunque aparentemente inofensiva o poética, encierra un profundo problema desde la perspectiva simbólica. Si en verdad celebrar la belleza y el florecimiento es tan deseable, ¿por qué no vemos representaciones de varones floreciendo en memes o campañas publicitarias? ¿Por qué los varones no son flores? ¿Por qué no vemos a niños varones disfrazados de flores en los actos escolares?

Hay quienes podrían aducir que la respuesta tiene que ver con el género femenino de la palabra, que hace que lo asociemos a las mujeres y niñas. Sin embargo en otros idiomas, como el italiano, el hecho de que la palabra "flor" sea masculina ("il fiore"), no se traduce en representaciones donde los varones adopten este símbolo. Y es que sabemos que representar a un hombre como flor podría incluso considerarse humillante, lo que revela que, culturalmente, la flor es un símbolo reservado para quienes son percibidas como bellas, débiles, delicadas y pasivas. Atributos que nos resultan poco deseables o degradantes para los varones.

La primavera es un periodo de renovación, crecimiento y alegría. Vivámosla como tal, sabiendo que será efímera, como nosotros/as, como la vida. El reto es desmantelar estas ideas y proponer nuevas formas de entender tanto a las mujeres como a la naturaleza, despojándonos de símbolos que atrasan y utilizando aquellos que suman.


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