Presencialidad o no presencialidad: la falsa dicotomía

Jorge Fontana, coordinador de Educación de la Municipalidad de San Martín, explica a fondo la falsa dicotomía que representa la discusión sobre presencialidad y no presencialidad en las escuelas.

Jorge Fontana

En una conocida página de memes, inesperadamente para mí, apareció una encuesta con la siguiente pregunta: ¿Clases presenciales o no presenciales? Que semejante cuestión haya aparecido en ese sitio (dedicado más al entretenimiento y la sátira que al debate sobre temas de actualidad), y que haya conseguido casi mil reacciones, revela la profunda inserción que el tema ha tenido en la sociedad.

Hasta hace un año (apenas un año) nadie se hacía esa pregunta. Después de un 2020 signado por la epidemia de covid-19, y sobre todo, por las medidas (muchas veces espasmódicas, apresuradas o impulsivas) que se tomaron para intentar hacerle frente, la disyuntiva "presencialidad" vs. "no presencialidad" se ha vuelto una oposición insalvable, una nueva grieta (por si acaso no teníamos ya suficientes...).

Pues bien, como ha sucedido tantas otras veces en nuestra historia, se trata de una falsa contradicción: la educación es SIEMPRE presencial.

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Cuando David Ausubel planteó el aprendizaje como un proceso de reajuste y reconstrucción entre el saber previo y la nueva información y lo llamó "significativo", cuando Lev Vigotski elaboró su concepto del aprendizaje como actividad social, y no sólo un proceso de realización individual, cuando Carl Rogers postuló sus tres "actitudes básicas" en la relación docente/educando (autenticidad, aceptación, empatía), cuando Paulo Freire propuso su idea de educación como herramienta liberadora y praxis para transformar la realidad (solo por nombrar algunas de las mentes y almas que más y mejor pensaron la educación), todos ellos tenían en mente una escuela en la que la interacción entre sus integrantes se realizaba en forma presencial. Si no lo dejaron explícitamente aclarado, es porque (simplemente) no podían concebir que ese proceso complejo (como todos los procesos de interacción) podría ser realizado de otro modo.

Se me dirá (con razón) que ninguno de ellos se vio obligado a pensar en una educación "no presencial" porque no vivieron situaciones como la actual, y (con más razón) que en sus tiempos no existían las herramientas tecnológicas que permitieran educar en la no presencialidad. Todo esto es cierto, pero no afecta a la cuestión de fondo: la educación es un proceso de interacción, y ese proceso se empobrece (o directamente se anula) cuando no existe la coespacialidad, cuando la presencia física es reemplazada por una pantalla.

Por otra parte ningún actor social involucrado en este asunto (docentes, padres, estudiantes) ignora que el haber estado casi un ciclo lectivo completo con los chicos y docentes estudiando y trabajando desde sus casas, ha tenido consecuencias devastadoras: cansancio, insatisfacción, sensación de impotencia entre los docentes. Y entre los chicos, el confinamiento produjo evidentes consecuencias sobre su salud integral, que van desde la ansiedad ("no entiendo"), la frustración ("no estoy aprendiendo nada"), el desencanto ("si aprendo o no aprendo da igual"), hasta episodios de ansiedad, depresión y ataques de pánico.

A todo lo anterior, hay que sumarle una consecuencia con frecuencia asordinada, ocultada, de la que hablábamos en una nota anterior (https://www.memo.com.ar/opinion/cuando-una-tarea-escolar-puede-saltar-un-abismo/): la profundización de la brecha educativa ya existente, al sumarle además la brecha tecnológica. Esto tampoco es ignorado por nadie.

Todo eso está muy claro. Sin embargo existe una corriente muy fuerte (especialmente entre los docentes, pero también entre los padres) en contra de las clases presenciales.

¿Por qué sucede esto?

Dejemos de lado las presiones de los dirigentes sindicales, que tienen sus propios intereses políticos y hacen su juego. No estoy hablando de ellos. Me estoy refiriendo a docentes con innegable vocación, con una historia de compromiso con su profesión, y a padres interesados en la educación de sus hijos, que hoy manifiestan una resistencia rayana con la intransigencia. ¿Qué los mueve, o mejor dicho, qué los inmoviliza?

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Repasando los argumentos que estos vuelcan en sus redes sociales, encontramos expresiones como las que siguen: que "no están dadas las condiciones", que "los niños son vectores de la enfermedad" (aunque esto ha sido puesto en duda por la Sociedad Argentina de Pediatría), que "la educación es importante pero la salud lo es más", que las consecuencias de tener los edificios escolares cerrados son muy negativas, pero que "peor es morirse"...

Los consejos del mal consejero

Es evidente el hilo conductor que une esas expresiones señaladas. Y he aprendido con los años que con frecuencia las posturas más rígidas y terminantes en los seres humanos se fundan en algún sentimiento básico, elemental. En este caso, ese sentimiento es el miedo.

Miedo a enfermar, miedo a morir, miedo a que alguien cercano enferme y muera.

Pero ese miedo no está relacionado con lo que pudiera sucederles a los chicos: ellos no corren mayores riesgos (al menos, ningún riesgo que hasta ahora no hayan corrido por asistir a la escuela). Los beneficios de asistir a la escuela, con sus compañeros y profesores, son, en cambio, evidentes.

Ese miedo es totalmente nuestro, de los adultos.

No tememos por ellos: tememos por nosotros. Es algo perfectamente natural sentir temor, pero si nuestro temor compromete la educación y la salud integral de nuestros chicos, debemos replantearnos nuestras prioridades. Recordar que nosotros somos los guardianes de la salud integral de los niños, y no al revés. Vencer ese miedo que nos nubla la razón, dejar de escuchar los consejos del peor consejero.

La verdadera dicotomía

Volvamos a la sentencia con la que iniciamos esta nota: la educación es siempre presencial. Excepto en situaciones muy puntuales, y por lapsos breves, escuelas nunca deberían cerrarse, la interacción personal nunca puede ser reemplazada por ninguna tecnología.

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La oposición "presencialidad vs. no presencialidad" es una falsa dicotomía, una contradicción aparente.

Pero si esta es falsa, entonces debe haber una verdadera, más profunda, más sólida y contundente. Algunos preferirán expresarla como "salud y vida vs. enfermedad y muerte". Para quién esto escribe, esa es también una oposición aparente y falaz, porque no está inspirada en la realidad objetiva, sino en el temor. Al igual que en otras situaciones similares de crisis, tribulaciones e inseguridades, en este caso la contradicción fundamental es: coraje para enfrentar y superar las adversidades vs. miedo que inmoviliza.

Esto no implica en modo alguno ninguna pretensión desmedida, no estamos reclamando heroísmo. Siempre hay posibilidad de hallar una síntesis en cualquier contradicción. En este caso, la síntesis debe buscarse en la protección del bien mayor a custodiar. Y este bien es la salud integral de nuestros chicos, que se constituye de salud física pero también psíquica y social, estas últimas muy afectadas por el confinamiento durante el 2020.

Y se trata de como siempre, de cuidarlos y cuidarnos, de usar toda nuestra inteligencia para superar el desafío que se nos plantea, conscientes de la realidad y de nuestras limitaciones, pero confiados en que sabremos enfrentarlas y superarlas, porque estamos seguros de estar haciendo algo que vale la pena.



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