Por una agricultura resiliente
El diputado nacional Federico Zamarbide se pregunta por qué si no llueve en la Pampa Húmeda se declara la "emergencia agrícola" y no sucede eso en nuestra zona, con las condiciones frente a la necesidad de agua conocidas.
Las consecuencias del cambio climático serán cada vez más visibles en Mendoza. El retroceso de glaciares y la disminución de precipitaciones níveas que está siendo registrado, no puede ser ignorado ni podemos pensar que se solucionará cuando "tengamos un año nevador". Si no somos capaces de anticiparnos al futuro pagaremos altos costos por no adaptarnos en el presente. Vivir en el oasis no puede llevarnos a olvidar que estamos en el desierto, es necesario repensar nuestro uso del agua, y actuar en consecuencia.
Israel es el ejemplo que puede inspirarnos. En un desierto más agresivo que el nuestro, lograron desarrollar una agricultura con valor agregado, para abastecer de alimentos a su propia población e incluso a algunos de sus vecinos. Pero lo interesante es cómo la cultura del cuidado del agua forjó el espíritu de su pueblo primero, y su economía después. Tras desarrollar el riego por goteo, entre otros adelantos en tecnología hídrica, la industria del cuidado del agua en Israel tiene un peso considerable en su economía. California es otro modelo válido. Diferenciación y buena administración de los recursos hídricos son la clave para un desarrollo agrícola sostenible en contextos semidesérticos.
Si estamos en el desierto, lo razonable es que obtengamos de cada gota de agua el máximo provecho económico. Ello lo lograremos con productos agrícolas diferenciados, de alto valor agregado, y que preferentemente tengan el respaldo de Marcas de Calidad Territoriales. En nuestra zona, el valor lo tiene el agua, no la tierra. Creo que este concepto tiene que ser un pilar para desarrollar no sólo la agricultura, sino también el turismo, el desarrollo inmobiliario y la gestión de nuestras ciudades.
Es parte de nuestra responsabilidad global mitigar nuestra emisión de gases de efecto invernadero que generan el cambio climático antrópico. Pero tan importante como eso, es nuestra estrategia de adaptación al cambio que inevitablemente vamos a sufrir. Es lo que se conoce como "resiliencia" ante las modificaciones del clima. El primer punto, para nuestra zona, es adaptarnos a la disminución del caudal de nuestros ríos, como consecuencia de la menor cantidad de nieve. Si bien podemos tener años hídricos buenos, lo que el cambio climático rompe es la estabilidad del régimen hídrico. Tendremos que trabajar pensando en que no todos los años tendremos la misma cantidad de agua. Es por ello, que presentamos en el Congreso de la Nación un proyecto de ley para que la crisis hídrica en los oasis cordilleranos sea causal de Declaración de Emergencia Agropecuaria Nacional.
Si la falta de lluvia en la Pampa Húmeda es causal de que los productores entren en emergencia por sequía, ¿no es justo que la falta de agua en nuestra zona también permita que los productores puedan acceder a créditos y subsidios previstos en el Fondo Nacional para emergencias y desastres agropecuarios? Si tenemos zonas que pueden regar mucho menos que la superficie empadronada, o montes de cultivo que tienen menor producción como consecuencia del estrés hídrico, necesitamos un Estado presente que les permita a los productores acceder a tecnología de riego y puedan adaptarse a la situación.
Además, en nuestro proyecto prevemos la actualización del Fondo Nacional para la Mitigación de Emergencias y Desastres Agropecuarios, establecido por Ley en el año 2009 y mantenido en 500 millones de pesos corrientes desde entonces. Esta cifra es absolutamente insignificante para los tiempos por venir, donde, insisto, tendremos cada vez más contingencias a las que hacer frente. El sector agropecuario aporta mucho al país, y es justo que ante un desastre el país respalde a productores para que no se pierdan las unidades productivas. Por eso proponemos un valor de 90 millones de UVA, de modo que el Fondo tenga un reajuste automático en el presupuesto nacional. De forma tal que el proyecto beneficia al sector primario de nuestro país en general, y al de las Provincias cordilleranas en particular. Aunque sea una redundancia aclararlo, el campo en Argentina no son sólo los grandes terratenientes de la Pampa Húmeda, sino los miles de minifundios y familias que, directa o indirectamente, trabajan en nuestras economías regionales.
Una de las características del cambio climático es la inestabilidad que genera. Tormentas intensas seguidas de grandes períodos de sequía, disminución de nieve en cordillera, aumento de la temperatura media, incremento de incendios forestales, aumento del nivel del mar, etc. Debemos, entonces, prever mecanismos institucionales, legales y financieros que permitan lidiar con esta situación. Tenemos que desarrollar un esquema de incentivos que, mediante la aplicación de ciencia y tecnología, favorezcan la adaptación a contextos cambiantes. La modificación de la Ley Nacional de Emergencia Agropecuaria que proponemos es sólo un modesto primer paso ante un desafío enorme. Espero que seamos capaces, desde el Congreso, de generar los acuerdos necesarios para avanzar en leyes ambientales que el país necesita. Siempre en diálogo con las organizaciones no gubernamentales que trabajan estos temas, debemos avanzar en forma urgente. Quizás tengamos menos tiempo del que creemos.
Quiero agradecer a los regantes de Mendoza, con cuyos representantes estamos trabajando en equipo. También a Diputados de distintas Provincias y fuerzas políticas que han entendido la gravedad e inequidad de la situación, y nos están acompañando en el proyecto. Espero que el gobierno nacional nos apoye y podamos sancionar la ley en primer lugar, pero sobre todo trabajar en la aplicación de mecanismos para adaptar nuestra producción a las fluctuaciones que la naturaleza nos impone.