Flor de pelota en el río Valdez

Una de las historias líquidas de la escritora Marcela Muñoz Pan, de cada domingo.

Marcela Muñoz Pan
Flor de pelota en el río Valdez

La pelota esa mañana decidió rebotar, rodar y fluir por el agua, el estado líquido no es su lugar en el mundo, su lugar es la tierra todos sabemos eso. Lo que pasa es que cuando la mañana está repleta de niños y niñas que quieren jugar pateándola y creyendo que son Messi, las cosas a veces no salen como las esperamos. El viento, que canta en el fin del mundo, la sopló tan fuerte que terminó en el río haciendo una cancha inaudita.

Una mañana que prometía ser de mates y churros, se transformó en un llanto sucesivo y desesperado de los niños que corrían a la orilla del río helado, corrían con palos, piedras, piedritas y cuanta cosa había para ver si podían hacerla retornar de alguna manera a la orilla. Pero la pelota es pelota, rueda y rueda sin cesar, ante el más mínimo movimiento externo a ella, siempre se desplaza para algún lugar.

Todos comenzaron a seguir la corriente del río que se llevaba sin consuelo la pelota, la pelota con la figura de Messi, nada más ni nada menos, los niños lloraban porque sabían además que ya no había pelotas con la figura de Messi, pero lo que iba siendo una mayor y contundente tristeza, era la imposibilidad de tirarse y rescatarla, la vida se les iba con esa pelota que jugaba de orilla a orilla en el río donde las truchas marrones y arco iris van camino al desove. Ver chapuzones de truchas y una pelota como jugando todo el tiempo un gran partido acuático, donde los jugadores pasaron a ser las tremendas gotas que se formaban al saltar entre chorros y chorros, podría decirse que encontró otro universo desconocido, al que parecía le gustaba, porque fueron metros y metros que se balanceaba de una orilla a la otra, pasando por encima de los troncos de lenga que se perpetúan en el río, las gotas parecían hacer goles afuera. Unos minutos realmente cinematográficos.

Para ese entonces la madre, las tías y las abuelas de los niños entraron en otro estado de angustia, al ver cómo se les destrozaba el corazón con la idea de no contar más con "esa pelota", seguían todos corriendo al compás de la corriente, queriendo detener por un segundo el tiempo; que no fueran fuertes las aguas bravas, que sea transparente el río, que no sea helada el agua. La ilusión se desvanecía inmediatamente, pero la madre de los niños no se conformaba con no hacer nada de nada con la angustia de sus hijos. Algo iba hacer Flor.

De pronto se escucharon las plegarias para rescatar a la pelota, el viento se detuvo y por ende la pelota también, quedando atascada entre las piedras y ramas, muy muy a la orilla del otro lado del río. Algo es algo, se decían, las posibilidades de rescate se acortaban y las truchas siguieron su destino y ella, quedó a la espera. Ella se sabía deseada.

Llegaron a una zona segura, como una isla con presencia de turba de sphagnum magellanicum, donde el cuerpo del agua parecía un paisaje silencioso entre los bosques patagónicos. Llegó más silencio del que ya existía. Flor en un instinto maternal único se lanzó al río, con un palo tipo Harry Potter y sin mediar consecuencias, fue en busca de la ilusión casi perdida de sus hijos. Los gritos de todos se hicieron escuchar, incluso, la gente que en el bosque cosechaba calafates, los niños saltaban de emoción y desesperación al ver a su madre tirarse literalmente al agua helada. Llegó al otro lado del río y en una audaz actitud levantó la pelota del triunfo, su triunfo. Ahora se encontraba con otro problema, volver por el mismo lugar con la pelota, pero sin el palo de apoyo, ojalá hubiera contado con el palo de Harry que hace magia.

Al comienzo, la vuelta de la hazaña parecía tranquila, pero a los pocos centímetros y habiendo extraviado el camino de ida, sin pensar que el retorno no sería el mismo, nunca los retornos son los mismos. Las cosas se complicaron. Ella quería y no podía, la arena del fondo era muy resbaladiza y fue perdiendo sus puntos de apoyo mientras el agua helada la iba congelando. Los que estaban en la orilla esperándola los minutos se les hicieron eternos, los gritos de ¡Mamá!!! la desesperación de su madre y hermana que trataba de llegar para agarrarle el brazo y traerla a la orilla, el marido nervioso iba y venía con la palidez más blanca del mundo. Flor volvía con la cara congelada pero feliz, ella y la pelota tenían que llegar a tierra sanas y salvas.

Flor de pelota en el río Valdez

Con mucha dificultad llegó a tierra firme, la pelota hizo lo suyo: volver a las manos de los niños hasta que la dejaron correr nuevamente para abrazar con fuerza y alegría a su mamá. Qué Flor de pelotas, Flor.


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