Código de aguas: Los oasis mendocinos y nuestro sistema urbano

El trabajo realizado por Roberto Dabul.

Roberto Dabul

Una introducción y algo de contexto

El intento de imponer un proyecto de Código de Aguas creado por unos pocos, a puertas cerradas, que se va entregando parcialmente, cambiándolo sobre la marcha, a las apuradas y sin consensos de ningún tipo, no es otra cosa que cambiar lo que funcionó excelentemente bien durante 140 años, que fue creado sobre la experiencia de los 350 años anteriores y es la base de absolutamente todo lo que se ha hecho después, en el territorio provincial.

Se pretende cambiar sin debate y sin medir y prever los riesgos a que nos exponemos. Y una vez más, el argumento usado para la improvisación es el cambio climático y la urgencia.

Cambiar la Ley de Aguas (porque, aunque se diga otra cosa, cambiar las reglas del juego es un cambio de la ley), a las apuradas, en estas condiciones, y sin consensos ni acuerdos, es un salto al vacío.

Porque, si hasta ahora, el derecho de riego era inherente al terreno (es decir, no podía disociarse uno del otro), desde ahora no lo será. Si hasta ahora, era a perpetuidad, desde ahora tampoco lo será. Se irán haciendo renovaciones cada cierto tiempo. O no. Si hasta ahora se entregaban los volúmenes de agua de acuerdo a la superficie de la propiedad, ahora no será así. Si hasta ahora, quien tiene el poder político sobre el gobierno provincial no tiene el gobierno del agua, desde ahora, directa o indirectamente, sí lo va a tener.

Cómo se hará para que todo esto no derive en más concentración de poder económico y por ende, en la creación de una nueva oligarquía provincial y qué pasará con los pequeños productores en el nuevo contexto, nadie lo sabe y si lo sabe no lo dice. Entre tantas otras incertidumbres, nada es claro. Regantes, agrónomos, juristas, hay muchas voces expresándose sobre tantas oscuridades relacionadas con la agricultura.

Pero los Oasis mendocinos no son una construcción de exclusividad agrícola. A esta interpretación del territorio reducida exclusivamente a los beneficios de la producción comercializable, se le han eliminado todos los factores culturales que hacen a la construcción del hábitat humano en una zona desértica.

Los espacios públicos forestados, particularmente las calles, son los que estructuran nuestro territorio. Pero en nombre del pragmatismo y la eficiencia se menosprecia y descarta la vida del arbolado de calles, plazas y parques. No hace falta mencionarlos. Sencilla y simplemente, el proyecto de Código de Aguas ha desechado todos los aspectos culturales y sociales.

Los Oasis mendocinos

desde la lógica de los sistemas

Hubo antes, hay ahora y habrá después, diversas formas de implantar una población en un desierto. Las marcas de las urbanizaciones en los territorios áridos son una característica identitaria de cada una de las culturas de los pueblos de los desiertos del mundo.

Nuestro patrón de asentamiento no escapa a esta regla general. La distribución del agua en el territorio y la creación de bosques artificiales han sido los elementos que posibilitaron la vivienda, la agricultura, la industria, todas las actividades que de ellas se han desprendido y todos los espacios que han posibilitado el desarrollo normal de nuestras vidas. Las calles arboladas, las plazas, los parques, los jardines y parrales de las viviendas, fueron y son los componentes de un sistema sencillo de entender y laborioso en su sostenimiento, desarrollado durante más de 450 años.

El oasis es eso. Una unidad que conforma el modelo de asentamiento humano de esta región árida del mundo, donde se conquista el territorio distribuyendo el agua y se estructura con los espacios públicos a los que el arbolado da forma y hace habitables. Tanto en las zonas urbanizadas como en las agrícolas, bajo ese ramaje desarrollamos nuestras vidas.

Entonces, para tener una vida más o menos decorosa, necesitamos acondicionar el medio natural para hacerlo habitable. Solo el 4% del territorio provincial cuenta con riego y distribución de agua proveniente de los ríos, vertientes, de aguas subterráneas, de re uso. En ese 4% se concentra el 97% de la población de la provincia.

Más agrícola o menos, si la diversidad así lo determina. Menos urbano o más urbanizado, cuando la población creció. Son las partes de este todo maravillosamente amplio diverso y complejo que se insiste en mostrar incompleto, de exclusividad agrícola, huérfano de la diversidad que le es propia, solo porque la vastedad es difícil de ser digerida y abarcada.

Interpretar y comprender lo que fue, lo que es y lo que nunca debe dejar de ser, nos pone en mejor posición para reconocer las potencialidades de nuestros territorios con riego y sin él. A la hora de implementar modificaciones, reconsiderar lo que ha funcionado y repensarlo para adaptarlo a las nuevas necesidades y los recursos actuales, nos exige conocer la historia completa.

Nuestros Oasis son una unidad que en sus genes y en la misma definición del concepto tienen implícita la concentración. Siempre diversos, multifocales, con los límites que establece el recorrido final del agua y las tensiones del medio natural. Demasiadas particularidades para afrontar con criterios generales, colocar un corsét a cada actividad o intentar alcanzar un orden geométrico solo imponiendo restricciones. Fuerzas y sensibilidades nativas y foráneas, cruzaron voluntades en el tiempo para modelar el paisaje hasta generar esta tipología única de asentamiento humano en un territorio árido. Y es en el Oasis Norte, esta unidad con extensión agrícola y población urbana, donde se ha desarrollado el Área Metropolitana del Gran Mendoza.

El mundo urbanizado y sus dificultades han cambiado la visión y los objetivos del ordenamiento de territorios complejos como el nuestro. Las herramientas para orientar el desarrollo, son estrategias versátiles y dinámicas, preparadas para escenarios sometidos a una permanente reconsideración. Antes que un código regulatorio, son instrumentos que median entre el territorio y la transformación social. No surgen de las ideas de una persona. Son producto de acuerdos sociales.

Algunas razones por las que los árboles, los bosques urbanos y los espacios públicos, son engranajes de nuestros oasis

Al hablar de los espacios verdes, y como para poner las cosas en claro y determinar sobre lo indispensable y lo superfluo, escuchamos frecuentemente la misma pregunta "¿Nuestra provincia se puede dar el lujo de tenerlos?".

Acá arrancan las discrepancias.

Si suponemos que son artículos de lujo, nos ponemos frente a un problema que no hemos comprendido. Lo abordamos mal y concluimos peor.

Porque a la hora de imaginar cómo administrar correctamente, es más tentador dejar de lado los grandes desafíos. Pero eso es administrar las miserias.

Las diversas formas de forestación de los espacios públicos son herramientas que están mucho más allá de la administración de un recurso para que las cuentas cierren, sean estos los recursos hídricos, económicos o humanos.

Los Parques, las plazas, las arboledas de calles urbanas y rurales, en definitiva, todos los espacios verdes que dan forma y sentido a nuestros espacios públicos, son acondicionadores ambientales y necesitan las consideraciones básicas de los seres vivientes. Pero veamos qué es lo que ocurre.

- Los municipios, la Administración de Parques o el organismo que se decida que los tiene a cargo, tienen cupos de riego que están establecidos y son distribuidos por el Departamento General de Irrigación. No deberían preocuparse tanto por la escasez de agua. Eso es otra discusión. Más bien, deberían estar obsesionados con optimizar los recursos que les toca administrar. Pero las mencionadas reparticiones se han desentendido del manejo del cupo y no han designado personal para esa tarea. Mal pueden hacer un uso correcto y eficiente del recurso hídrico. Mucho menos, achacar el problema a la crisis hídrica.

- Desde hace más de cuatro décadas sabemos que la eficiencia de la red de distribución de agua potable es bajísima. Los datos más auspiciosos de Obras Sanitarias Mendoza de entonces, decían que oscilaba entre un 50 y 70%. Es decir, de cada 100 litros de agua potabilizada que se producen en las plantas, llegan a destino entre 50 y 70 litros. No hemos presenciado cambios significativos en cuanto a la renovación de la red de distribución, ni se ha hecho en arterias donde se ha renovado el pavimento, tal es el caso de calle Arístides Villanueva, por ejemplo. Y como la entropía es inexorable, las cosas deben estar peor y no mejor.

- De estos datos, se desprende que no es verdad que el consumo per cápita de la población sea superior al que establecen los organismos internacionales ni al de otras ciudades del país. El consumo que se da a conocer es el que surge de dividir los litros de agua potable producida entre la población del territorio servido.

- Pero supongamos que convenimos en erradicar todos los forestales de la provincia. Que decidimos que una vida digna para nuestro pueblo, nuestro acervo cultural y la calidad de nuestra condición humana, se circunscribe solo a abrir la canilla para tomar agua y al riego agrícola. En ese caso, vamos a enfrentarnos a otro problema. Porque Aysam no tiene capacidad de producción de agua potable y lo vemos a diario. Llueve, el agua escurre con mayor turbidez y comienzan los cortes. No por escasez de agua, sino por falta de capacidad de producción de las plantas. Y ese problema debe ser solucionado por la empresa. Nada tienen que ver los árboles, las plazas y los jardines.

Cada vez es más difícil encontrar explicaciones lógicas a lo que se hace con el arbolado, sin suponer que existe una voluntad para eliminarlo.

- Desde hace años, el Departamento General de Irrigación lleva adelante una política de impermeabilización de cauces que no ha contemplado la reposición del arbolado rural erradicado ni el riego del existente, pese a que la solución es muy sencilla y de un costo bajísimo. Una simple acequia pequeña y permeable, paralela al canal impermeabilizado por donde pueda manejarse el riego del arbolado público. Transitar por las calles rurales en verano, sin la protección de los forestales, es una tarea durísima para la gente que debe hacerlo a pie o bicicleta.

- Durante los últimos 9 años, el Parque General San Martín ha sido prácticamente abandonado, las acequias están obstruidas, los árboles secos que caen todos los días (no es una forma figurativa de decirlo. Es lo que ocurre a diario en los bosques que el público no recorre habitualmente). Como argumento justificatorio, se dijo que se debía a la crisis hídrica. Hubo que demostrar que tal cosa no es verdad, el agua es bombeada a las 3 cisternas del Cerro de la Gloria y desde ahí escurre por las acequias sin personal que la conduzca sobre los prados y bosques. Finalmente fue admitido por los responsables del Parque, quienes reconocieron que carecen de personal. Algo, muy poco, ha mejorado últimamente en los espacios más concurridos. Absolutamente nada en las laderas del Cerro, donde la dificultad hace necesario personal capacitado. La situación en el interior del Zoológico es un misterio. No se puede ingresar y nada hace suponer una situación distinta al resto del Cerro.

- Pero al mismo tiempo que se descuida, también se desprotege el patrimonio escultórico y se privatizan los escenarios paisajísticos. Así es como se ha construido un restaurante en la explanada de homenaje del Cerro de la Gloria, otro restaurante se ha licitado en los alrededores de la Fuente de los Continentes, y se pretendió algo parecido en la rotonda de la Calesita. La legislación prohíbe nuevas construcciones en el Parque. El criterio de la administración que desconoce lo que la ley dice, es otro. Entiende que el patrimonio paisajístico provincial es una oportunidad para los negocios gastronómicos privados.

- Se ha impuesto el riego por aspersión en muchas plazas, sin considerar la calidad del agua utilizada. Los niveles de salinidad se ponen en evidencia, por ejemplo, en el color blanquecino que tienen los troncos de los árboles de Plaza Independencia que son salpicados por el agua pulverizada, o en los pisos que se mojan en Plaza España. El color blanco es sal y las consecuencias se ven en el tiempo y no de un día para el otro. Plaza Independencia lleva más de 30 años con este método que riega superficialmente árboles de más de 100 años con raíces profundas donde el agua no llega. Comparando un relevamiento de la plaza realizado en 1986, con la situación actual, podemos concluir que casi la mitad de los árboles han desaparecido. Es una desaparición silenciosa que ha transcurrido durante 40 años.

- Durante el año 2020 se presentó en la Legislatura un proyecto para modificar la Ley N° 7874 de Arbolado Público. Tal como se desprendía del espíritu de la redacción y con el apoyo de varios intendentes, la modificación se orientaba a facilitar la erradicación sin un dictamen previo de la Dirección Provincial de Recursos Naturales Renovables, como lo establece la legislación vigente. Ese proyecto se desestimó.

Ahora, hace un par de meses, ingresó a la legislatura otro proyecto que, directamente, trata de transferir todas las decisiones y responsabilidades del arbolado a los municipios, desvinculando a la Dirección Provincial de Recursos Naturales Renovables. No ha tenido la discusión que el tema merece y el Consejo Provincial del Arbolado Público ha tenido una participación muy parcial. De prosperar, el arbolado dejaría de ser una política provincial, como lo ha sido desde siempre, con la ley N° 39 de 1897, el decreto N° 163 de 1923, la ley N° 1360 de 1939, la ley N° 2376 de 1954, la ley N° 7874 de 2008 y las dos resoluciones vigentes, la N° 92/2008 y la N° 400/2022. Lo que fue una única política de estado provincial sostenida durante más de un siglo, ahora quedaría a criterio de cada uno de los 18 municipios, que cada cuatro años pueden ser otras 18 interpretaciones diferentes. El proyecto no establece ningún tipo de requisitos, condiciones, etc. Es una transferencia sin ninguna otra consideración. Se argumentan razones de operatividad, desburocratización, urgencia, lo que suena bien pero no es verdad. La legislación actual contempla y resuelve esas situaciones.

- No hay posibilidad de tener un sistema de riego eficiente si no hay personal encargado de conducir el agua. Los municipios no han reemplazado al personal encargado de riego que se ha ido jubilando y no hay quien conduzca el agua por las acequias de riego de las calles, ni por las plazas. En el Parque General San Martín, ya lo remarcamos, el problema toma dimensiones catastróficas.

- Se ha impuesto el criterio de hacer obras sobre tierra arrasada, con casi nula consideración por lo existente. Así ocurrió con el Memorial de la Bandera, donde se iban a erradicar 70 forestales añosos del Parque Cívico que no fue necesario talar. Otro tanto, con las obras del Metrobus, sobre calle San Martín de Godoy Cruz. En esa oportunidad, 100 árboles que tenían los días contador lograron ser salvados. En ambos casos, se logró por campañas de exposición del tema y no por predisposición al diálogo. No corrieron la misma suerte los plátanos de la Plaza Fausto Burgos de Las Heras. El criterio parece priorizar las superficies áridas, imposibles de ser utilizadas para las funciones de esparcimiento propias de un paseo, principalmente en verano. Se han impuesto criterios de otras latitudes y otros tiempos, como si no estuviera emplazada en una zona desértica. Porque actualmente, el criterio que se ha impuesto en las ciudades del mundo a las que muchos funcionarios toman como modelo y aspiran a hacernos parecer, es el que tienen nuestras ciudades y no vemos. Se foresta todo lo que puede contener un árbol, se levantan los pavimentos que no tienen función y se deja el suelo libre para que crezca el pasto o la tierra cumpla su función absorbente.

En medio de todo lo expuesto, no existen campañas de promoción del arbolado público, ni de fomento de los viveros de la Dirección Provincial de Recursos Naturales Renovables, las reparticiones y municipios. Lo que nos está ocurriendo es muy grave y las consecuencias están a la vista, pero no las vemos.

- Porque menos espacios verdes implica mayor consumo de energía para alcanzar algún nivel de confort razonable a costos accesibles y para toda la población.

- Las especies autóctonas como reemplazo del arbolado existente, tan de moda en los discursos con pretensiones de modernidad de estos días, no son aptas para convivir con las necesidades y requerimientos de la vida que se desarrolla bajo su ramaje, ni cumplen la función que debe cumplir el arbolado urbano, ni son compatibles con la vida urbana, ni pueden convivir con las redes de servicios, con los vehículos y los edificios, ni crecen en lapsos de tiempos razonables para la vida de las ciudades. Las supuestas especies que no consumen agua, tal como se repite haciendo referencia a las especies autóctonas, no existen. Toda especie vegetal necesita ser regada o se seca. Lo demuestran los árboles autóctonos que se han plantado y que no han sobrevivido a los discursos.

- El riego por goteo genera grandes concentraciones de sales, por lo que no excluye al riego por mantos. Los terrenos se degradan y necesitan lavados a lo largo del año para quitar esa salinidad. Eso no se menciona en esos discursos.

Pregonar la sustentabilidad de la ciudad desconociendo los valores de lo existente, nos lleva por caminos inciertos donde ponemos en juego cosas que no tienen precio ni repuestos. El resultado no se sabe cuál será porque se ingresa al tema por moda y no por conocimiento y convencimiento.

Nuestras ciudades y pueblos tienen la forestación que corresponde para cumplir las funciones que se necesitan. No es una ciudad con árboles por caprichos ornamentales. Son las ciudades de un oasis. Es una respuesta cultural al ambiente hostil.

Los elementos que hoy se suponen ornamentales, han surgido por necesidades de adaptación al medio. Porque desde siempre, el crecimiento de la ciudad hacia el oeste llevó como avanzada alguna obra de protección aluvional. Primero fue el Tajamar, años después, el Jarillal. Y en 1896 se sanciona la ley N°19, que tiene como objetivo crear una franja forestada al oeste de la ciudad como protección contra aluviones. Esa franja pudo ser una forestación convencional de pinos o álamos. Pero se decidió hacer un paseo con la impronta del paisajismo clásico. Un parque en un desierto. Es esa la ley que dio origen al Parque General San Martín. Al mismo tiempo, hubo una intensa discusión respecto al tipo de árboles que era necesario cultivar en la provincia. Las riendas de la discusión estuvieron en manos de Emilio Coni, Carlos Thays, Emilio Civit y Domingo Barrera, entre otros. Se pueden leer en el libro Saneamiento de Mendoza, del Dr. Emilio Coni. De esas discusiones, también surgió la primera ley de arbolado público, la ley 39 de 1897. Las exposiciones y correspondencias giran en torno a las situaciones ambientales, el beneficio de la salud, la calidad de maderas que debían producirse, etc. Están los documentos. Hoy, cualquier improvisado que nació con las situaciones ambientales resueltas, puede decir impunemente que el Parque General San Martín es una aberración y deberían haber hecho un parque con vegetación autóctona. O que quienes sostenemos que hubo estás discusiones, creemos que Coni, Thays y Civit eran ambientalistas de esta época, casi hippies. Los documentos están. Quien sostenga otra cosa, puede aportar los suyos.

El cambio climático es real, existe, ha venido para quedarse. Y, las nevadas van a ser cada vez más escasas y habrá que aprovechar las lluvias de verano, antes despreciadas en los turnos de riego y ahora consideradas. Nada de esto es argumento para dejar de regar los árboles o erradicarlos tomando decisiones en algún escritorio con aire acondicionado, desde donde alguien puede llegar a suponer que la vida al aire libre y al rayo del sol es igual con o sin árboles.

La utilización de los recursos, los renovables y los no renovables, no es un flagelo. Es un desafío a la inteligencia que en algún momento tendremos que volver a encarar. Porque lo que venimos haciendo en los últimos años, dejar todo como está y hacer lo mismo de siempre, no nos ha dado ni nos dará resultados. Tampoco ha funcionado pretender meter proyectos a escondidas, entre gallos y medianoche y por la puerta del fondo.

Si, tal como se argumenta, el problema es el temor por la corrupción de los funcionarios, de las empresas o de quien sea que se encuentre en una situación de poder y decisión, deberíamos apuntar a ese lado, a generar situaciones de confianza. Por ejemplo, órganos de control participativos. Porque si ese es el problema, es la sociedad toda la que, por acción, por omisión, por complicidad, por indiferencia o por tranquilidad, se desentiende y permite que ocurra. Pero, por lo pronto, hemos depositado las esperanzas en el quietismo como solución al estancamiento, en la prepotencia de quien llega a un escritorio o la prepotencia de quien cree tener la suma de todas las razones pulseando desde la calle. No hay voluntad de acuerdos.

En este ambiente de desconfianza, hemos metido a todas las tecnologías. Las que permiten la explotación primaria, la producción industrial, la producción agrícola y a las urbanizaciones. Se ha generado un estado de sospecha permanente sobre cualquier actividad. En particular, las extractivas e industriales.

Algunas consideraciones para comprender el funcionamiento del sistema

- Nuestro modelo de ocupación del territorio, esta adaptación para transformar las condiciones ambientales características del clima desértico, es un diseño propio, probado, corregido y mejorado por los sucesivos aportes de todas las culturas que lo han habitado. Desconocerlo o tratar de inventar algo que ya poseemos es manifestación de ignorancia.

- En términos de teoría de sistemas, complejo no significa complicado. Significa interrelacionado. Por eso, cuando hablamos de ambiente, complejidad indica entrecruzamiento y una red de vinculaciones y consecuencias.

- La unidad de este modelo es el Oasis, donde conviven las distintas actividades (rural, urbana, industrial, etc.), dicho esto sin desconocer que el 96 % del resto del territorio alberga a un 3% de la población provincial.

- Una característica de los Oasis es que no existe posibilidad de no reutilización de efluentes. Indefectiblemente, donde haya agua (cualquiera sea su calidad), se instalará la población y le dará uso, Son un recurso hídrico genuino, generado dentro del Oasis. Y somos los beneficiarios de su reutilización. Entonces, los efluentes industriales y cloacales, son un recurso que va a permanecer dentro del oasis y debe ser utilizado con el tratamiento adecuado y el uso que corresponda a esa calidad. Si cambiamos de mentalidad, si lo entendemos como un recurso, los problemas y las soluciones quedan expuestos y nos obliga a darle el uso correcto. Tenemos ese volumen de agua. Hay que diferenciarlo por calidades y usos a los que se puede destinar. No es nada nuevo. Se hizo en la provincia desde los orígenes, de forma espontánea y descontrolada, generando una diversidad de situaciones no deseadas. Y después de la creación de la planta de tratamiento de Campo Espejo, se hace de manera científicamente estudiada y controlada. Tal es el caso del ACRE (Área de cultivos restringidos especiales).

- No existe posibilidad de lograr soluciones eficaces a través de la implementación de una sola medida apuntando a resultados inmediatos. Si las cosas fueran de esta manera, hubiéramos elaborado una ley de Ordenamiento Territorial distinta a la 8051 y la complejidad de su visión sistémica.

- El motivo, causa y razón de los organismos de coordinación establecidos por la ley 8051 de Ordenamiento Territorial y Usos del Suelo, la red de información, la elaboración del Plan Estratégico de Desarrollo Provincial, el Plan Provincial de Ordenamiento Territorial, los Planes de Ordenamiento Municipales, los Planes Sectoriales y los mecanismos para la participación ciudadana, ha sido, justamente garantizar la elaboración consensuada, participativa y coordinada de medidas que deben responder a un proyecto político provincial.

- Los cambios de uso de los terrenos agrícolas forman parte de la dinámica de los oasis. Lo que falta es elaborar, coordinar y mantener en el tiempo, políticas de obras públicas, industriales, agrícolas, etc., tendientes a sostener una política demográfica coherente con el territorio.

- La distribución de pueblos y ciudades en el Oasis es consecuencia de múltiples factores que se dieron a través de la historia y son, a la vez, la causa y los efectos. Por ejemplo, las redes viales acompañando el recorrido de los canales, las necesidades de personal para el manejo del sistema de riego, el tipo de agricultura muy demandante de mano de obra, entre otros motivos que han determinado la distribución de la población dentro del territorio regado.

- Los cambios de época conllevan cambiar los criterios con que nos hemos manejado hasta este momento. La ciudad debe dejar de ser considerada solo como consumidora, para ser interpretada como generadora de parte de los recursos que utiliza (energía, agua, etc.).

- En algún momento tenemos que empezar a asumir que las contradicciones son parte del sistema

La falta de previsión a través de la historia, ha determinado situaciones que hoy pueden ser criticadas, pero ya no tienen vuelta atrás. Por ejemplo, una ciudad interpuesta entre la toma de aguas y su destino agrícola genera incremento del recorrido de los canales de riego, costos de traslado, etc.

Al mismo tiempo, las ciudades son parte del Oasis. Están atravesadas por redes de canales de riego que no vemos, las plantas potabilizadoras se abastecen del sistema de riego con cupos establecidos por el Departamento General de Irrigación, las redes cloacales terminan en plantas de tratamiento que generan recursos hídricos que son utilizados en el agro.

El Oasis es concentrado. Partiendo de su superficie acotada, ese 4%, es fácil de entender. Pero esa concentración tiene características particulares, diferentes a las que hoy se ponen como ejemplo en otros lugares del mundo. Históricamente, la forma de crecimiento de nuestras ciudades ha sido la urbanización del espacio agrícola inmediato a los centros urbanos. Esa forma ha llegado a su momento crítico y es necesario coordinar acciones para reconsiderar lo ya urbanizado, densificar, llenar vacíos urbanos, y todas las medidas necesarias para mantener una concentración razonable, posibilitar el uso de transportes públicos, optimizar el uso de las redes de Saneamiento y de servicios.

Al mismo tiempo, urbanizaciones dispersas en el territorio con preponderancia agrícola, han generado emprendimientos inmobiliarios que se benefician de la infraestructura vial y de servicios que la provincia ha creado para posibilitar el desarrollo rural. El desplazamiento de la frontera agrícola incrementa los costos de traslado del agua y hace necesaria la extensión de la red de riego. También complica los traslados que deben realizarse para llegar a los lugares de trabajo y destino.

Conclusiones

Los cambios son imprescindibles, como es imprescindible no tomar decisiones apresuradas e inconsultas. Lo que se haga debe tener en consideración todos los elementos que se están poniendo en discusión. En la visualización sistémica del territorio. los cabos sueltos son falencias con consecuencias negativas. Y la única manera de tenerlos en cuenta es con los intercambios de puntos de vista de todos los actores, dentro de los ámbitos que corresponden. Todo está considerado en la legislación que no se pone en marcha,

Los elementos que dan respuestas técnicas no son un fin en sí mismas. Son un vehículo cuya forma debe contemplar la solución de múltiples problemas. Se logra cuando el elemento construido abarca la totalidad de las variables que giran alrededor del conflicto. O son un retroceso, cuando solo es considerada la respuesta a un único problema. Por ejemplo, si es necesario impermeabilizar canales de riego, la respuesta sistémica debe incluir al resto de las situaciones que se generan alrededor de él (riego del arbolado, vida social, circulación, paisaje, etc.).

Por parte del gobierno provincial, no existió antes ni existe ahora voluntad de poner en funcionamiento los cuerpos creados por la ley 8051, que están pensados para que el sistema funcione y los organismos, las instituciones y las personas de la provincia se vinculen. La Agencia Provincial de Ordenamiento Territorial nunca fue el organismo de coordinación de lo que ocurre en el territorio, tal como fue diseñada. El Consejo Provincial de Ordenamiento Territorial es un auditorio para que el funcionario de turno a cargo de la presidencia diga qué están haciendo y el resto escuche. Eso en el mejor de los casos. Lo normal es que no sea convocado y nadie reclame. Los municipios nunca crearon su agencia de planificación para estar en contacto con la Agencia Provincial. Si tienen alguna estructura de planificación, trabajan de forma tradicional y puertas adentro de su territorio.

Todo lo demás, lo que se hace suponiendo que cada uno es poseedor de la totalidad de la solución, es caro y destructivo, aunque se autoperciba como eficiente.

Existe una manera de llegar a soluciones que consideren la totalidad de las variables que hacen al conflicto y es a través de la participación y la consulta. Está contemplado en todos los mecanismos que se han creado en la legislación provincial y que ningún gobierno ha demostrado, hasta ahora, voluntad para llevar adelante. Suponer que en seis meses se va a poner en funcionamiento un código de aguas cuestionado y criticado, que no ha logrado el mínimo consenso social, no tiene relación con los objetivos auspiciosos que se mencionan y pretenden. Pero lo que no se logró en 15 años, es decir, poner en marcha la Agencia de Ordenamiento Territorial, el CEPOT y los demás mecanismos establecidos por ley, puede tener un mejor desenlace. No se necesita una eternidad para obtener resultados. Lo que se necesita es voluntad política y un equipo que maneje profesionalmente la dinámica de grupos. Y dejar de lado las manipulaciones con que se han mal utilizado estos mecanismos de participación y consulta (Por ejemplo, audiencias públicas que se hacen para cumplir con las formas y solo porque la legislación lo exige, pero en horarios y lugares pensados para que la concurrencia se dificulte). Con solo ver después de 15 años, dónde estamos parados y qué estamos discutiendo es argumento y prueba suficiente para demostrar que la manipulación de estas herramientas a las que se ha transformado en una escenografía, ha sido más que perjudicial para los fines que debían orientarse y las soluciones que debían aportar. Tratar de meter proyectos conflictivos sin que la gente se entere (como fue lo ocurrido en diciembre de 2019 con el intento de modificación de la 7722), presionar desde la calle haciendo una medición de fuerzas con argumentos que van desde lo razonable hasta el misticismo (tal como ocurrió en ese mismo momento y del otro lado del mostrador), o corretear con la urgencia (como es este intento de Código de Aguas sin acuerdo ni consensos) ya lo hemos probado, no sirve, atrasa, genera sospechas, desconfianza y conduce al estancamiento.

Los discursos de la época, plagados de correcciones políticas, de sustentabilidades y sostenibilidades, dicen que estamos todos comprometidos con los árboles y el ambiente. Los hechos del día a día dicen otra cosa diametralmente opuesta. Es suficiente esperar que corra un zonda y mirar las consecuencias cuando los que eran árboles se transforman en leña.

Nadie va a decir que el arbolado le importa poco o nada. Sería desagradable. Al momento de los discursos todo es auspicioso y progresista. Pero a la hora de las decisiones, no existe voluntad de diálogo, consensos ni acuerdos. Circunscribir la solución a un tema exclusivamente técnico de un único sector, en este caso el riego agrícola, es menos complicado y da sensación de eficiencia. Porque las soluciones que se buscan son de un único componente y desprecian los aspectos culturales y sociales. Encararlo de otra manera, a través de acuerdos, exige un mayor esfuerzo y una predisposición a reconsiderar parcialmente algo de lo que cada uno sostiene para lograr consensos y soluciones realmente abarcadoras de la totalidad de los elementos que hacen al conflicto.


  

Esta nota habla de: