"No puedo respirar"
"No puedo respirar" fueron quizá, las últimas palabras de alguno de los 10.000 indígenas antes de ser asesinados en 1833 por el caudillo bonaerense, Juan Manuel de Rosas. La nota de Pablo Lacoste que vincula la frase de George Floyd con las andanzas del referente elegido por Kicillof.
Las últimas palabras de George Floyd están dando la vuelta al mundo, en el marco de una súbita toma de consciencia de los grandes crímenes de la humanidad. Las gentes salen a las calles, desafiando a la pandemia de coronavirus y a los guardaespaldas de la historia oficial, para mostrar su indignación y derribar los íconos que todavía rinden culto a los sistemas mundiales que avalaron la esclavitud y el abuso.
"No puedo respirar" es una metáfora poderosa: representa la expresión del subalterno frente al poder que no hesita en el abuso. Y la batalla de los símbolos y las imágenes muestra que los victimarios siguen en el lugar del honor, mientras que las víctimas continúan en el lugar subalterno y olvidado.
"No puedo respirar" fueron tal vez, las últimas palabras del cacique Guaymallén, cuando los conquistadores europeos, probablemente, lo llevaron a él y su familia, fuera de Mendoza, para esclavizarlo, a fines del siglo XVI. Paradójicamente, en la ciudad de Mendoza tenemos monumentos que celebran a esos conquistadores, pero ninguno para recordar al gran cacique Guaymallén. Tampoco conocemos esculturas dedicadas a su hija, la Quiña Estepa; su papá, el cacique Pelectay, ni otros referentes, como los caciques Goazap, Añaco, Allayme y tantos más que contribuyeron a instalar en Mendoza la cultura del riego, el agua y el agro.
"No puedo respirar" fueron quizá, las últimas palabras de alguno de los 10.000 indígenas antes de ser asesinados en 1833 por el caudillo bonaerense, Juan Manuel de Rosas. Paradójicamente, el actual gobernador de Buenos Aires suele posar junto a un enorme cuadro de Rosas que tiene en su despacho. En Mendoza también rendimos honores a los jefes de las campañas para masacrar indígenas en el sur, como Julio A Roca y Rufino Ortega, nombres de dos calles de la elegante 5° Sección de la ciudad de Mendoza. O de la calle Estanislao Zeballos de General Alvear. Lo mismo ocurre en Malargüe, donde brillan por su ausencia los nombres de los caciques pehuenches que sirvieron como gobernadores del sur de Mendoza entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX.
"No puedo respirar" fue, probablemente, una expresión de la más bella mendocina del siglo XVIIII, doña Tomasa Ponce de León, cuando fue encerrada en una cárcel privada por orden del Comisario de la Inquisición, el padre Francisco Correa Saá, paso previo a despojarla de sus bienes y condenarla a la soledad y la pobreza. Paradójicamente, Mendoza sigue honrando en los lugares de honor a Correa Saá (existe una calle con ese nombre en Guaymallén), no así a doña Tomasa. Ninguna calle ni plaza de Mendoza la recuerda, ni a ella, ni a otras valerosas mujeres de su tiempo, como doña Melchora Lemos, viticultora e innovadora en la producción vitivinícola cuyana.
El mismo planteo se reitera con los afrocuyanos que ayudaron a convertir Mendoza en el principal polo vitivinícola latinoamericano. Veamos la paradoja: la citada calle de Guaymallén, Correa Saá, no solo enaltece a un clérigo ginefóbico por el caso de doña Tomasa: también celebra a un traficante de esclavos: el padre Francisco los compraba a los importadores en Buenos Aires para articularlos dentro de su línea de productos para revenderlos en el mercado. Este traficante de esclavos tiene una calle con su nombre, no así los afrocuyanos que innovaron en nuestra industria, como Esteban Carrillo, primer viticultor laico que se atrevió a cultivar la variedad Moscatel de Alejandría (comienzos del siglo XVIII), decisión que puso en marcha el proceso de diversificación del patrimonio vitícola argentino. Gracias a la actitud de Esteban, la Moscatel de Alejandría se comenzó a propagar por la región, y se generaron las condiciones para la convivencia con la Listán Prieto, lo cual permitió el nacimiento de las variedades criollas en general, particularmente el Torrontés, cepa emblemática de los vinos blancos argentinos.
Aunque parezca increíble, todavía no hay plazas, escuelas ni calles que recuerden y valoren al afrocuyano Esteban Carrillo. Mientras que la calle Correa Saá, sigue allí, enarbolando el culto al abuso de poder.
"No puedo respirar", dijo posiblemente alguno de los miembros de la comunidad LGBT en las décadas de 1980 y 1990, cuando eran torturados hasta morir a manos del Comando Pío XII y otros grupos homofóbicos, particularmente escandalizados por la legitimidad que estos actores alcanzaban a través de la Fiesta Nacional de la Vendimia en general, y de la Vendimia Gay en particular. Paradójicamente, muchos representantes de las fuerzas de orden y militares siguen ocupando lugares de honor, no así los referentes de la Tribu Vendimia, colectivo social que ha logrado integrar actores sociales excluidos durante más de 80 años. ¿Dónde están las calles, plazas y avenidas para recordar y reconocer a Abelardo Vázquez, Eduardo Hualpa, Armando Tejada Gómez, Vilma Rúpolo o Liliana Bermúdez?
"No puedo respirar", señalan los carteles de los ciudadanos movilizados en Europa y América, clamando contra las injusticias, y derribando estatuas que rinden culto al poder.
Poco a poco, la humanidad avanza en su capacidad de autocrítica, para derribar prejuicios e ideologías que alentaron el abuso. Mendoza no puede quedarse atrás.
Pablo Lacoste
Académico de la Universidad de Santiago
Autor de "La vid y el vino".