Niños asesinados por sus progenitores: en memoria de los nadies

Niños asesinados por sus propios progenitores: Isabel Bohorquez en una crónica más triste, imposible. "¿Dónde estamos los adultos? ¿Dónde están las instituciones que deben obrar en favor de la infancia?", escribe la autora. Importante reflexión, para ser leída y compartida.

Isabel Bohorquez

¿Dónde estará mi vida, la que pudo

haber sido y no fue, la venturosa

o la de triste horror, esa otra cosa

que pudo ser la espada o el escudo y que no fue?[1]

En Argentina, los casos de asesinatos de niños pequeños en manos de sus propios progenitores han ido en aumento a un ritmo alarmante.

Fugazmente, son noticia por unos días y pasan al olvido colectivo.

Los nadies parecen no tener otro destino que el de seguir siendo eso.

He aquí algunos nombres que honramos recordando:

Benjamín Gutiérrez, 3 años, Atahona, Santiago del Estero, asesinado/desaparecido hace más de un año.

Lucio Dupuy, 5 años, Santa Rosa, La Pampa, asesinado el 26 de noviembre de 2021.

Tahiel Moussou, 2 años, Gualeguaychú, Entre Ríos, asesinado el 2 de mayo de 2022.

Renzo Godoy, 4 años, Berazategui, Buenos Aires, asesinado el 22 de diciembre de 2023.

Salomón Antivil, 2 años, Ciudad de Neuquén, Neuquén, asesinado el 6 de diciembre de 2021.

Abigail Tortello, 7 meses, Río Gallegos, Santa Cruz, asesinada el 20 de agosto de 2014.

Zoe Rodríguez, 4 años, Ciudad de la Rioja, La Rioja, asesinada el 14 de noviembre de 2021.

Emiliano Messa, 2 años, Villa María, Córdoba, asesinado el diciembre de 2023.

Milo Alexander Derto Guerrero, 2 años, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Buenos Aires, asesinado el 15 de enero de 2022.

Marcelino Martínez, 4 años y Pía Martínez, 2 años, Ciudad de Tucumán, Tucumán asesinados el 4 de octubre de 2017.

El filicidio es una aberración tan inmensa que resulta inconcebible reconocer este hecho como un fenómeno reiterado en nuestro país y que tiene responsables directos que ya no podemos seguir soslayando.

¿Qué le pasa a una sociedad que no puede -o no sabe o no quiere- proteger a los más pequeños que sucumben en manos de sus propios padres y madres? Y aquí destaco el hecho de que sean ambos progenitores, particularmente, que las madres sean las asesinas porque éste es -a mi entender- uno de los factores que dejan completamente indefensos a los niños más pequeños.

¿Puede un hecho tan descarriado y horroroso como el filicidio volverse un patrón social y cultural? ¿Qué proceso atraviesa una sociedad para que lenta y subrepticiamente, nos tornemos tolerantes con la violencia, la irresponsabilidad, la prodigalidad y el consecuente desamparo a los que se expone a tantos niños? ¿Dónde estamos los adultos? ¿Dónde están las instituciones que deben obrar en favor de la infancia?

Por estos días, es noticia el caso del niño Benjamín Gutiérrez de 3 años de edad que ya lleva desaparecido más de un año y cuya ausencia trascendió gracias a que las abuelas, tanto materna como paterna, golpearon una y otra vez las puertas de un sistema institucional que parece ciego, sordo y mudo.

Niños asesinados por sus progenitores: en memoria de los nadies

Estas mujeres, que residen una, en Taquello (Santiago del Estero) y la otra, en Las Talitas (Tucumán) no vivían en la misma localidad que sus nietos y cada vez que intentaban tomar contacto o saber de ellos, Benjamín no estaba presente.

Excusas, mentiras, engaños que se fueron prolongando en el tiempo y las llevó a sospechar que algo pasaba con el pequeño, hasta que los hermanitos se animaron a confidenciar que Benjamín había muerto.

La crónica se puede resumir en las siguientes palabras: más de un año de ausencia sin que nadie lo advirtiera. Una de las abuelas tuvo que remitirse al registro civil para solicitar una partida de nacimiento y así demostrar que el niño en realidad, existía y no se sabía nada de su paradero.

Son estas mismas abuelas, las que relatan que otro hermanito de nombre Rodrigo, de un año de edad, falleció antes de nacer Benjamín por causas que nunca se investigaron. Rodrigo fue llevado al hospital con un cuadro de broncoaspiración, pero también los médicos pudieron observar fracturas en pierna y brazo, lesiones en la cabeza y un desgarro en la boca de varios centímetros que llegaba al ojo. ¿Nadie investigó a pesar del reclamo de los familiares?

Los padres de Benjamín ocultaron su crimen, negaron incluso el hecho de que tenían un hijo con ese nombre cuando la policía fue a preguntar por el niño y cubrieron conscientemente todo indicio de su ausencia. ¿Nadie vio nada ni supo nada, excepto las abuelas que insistieron?

Hace tres días, el padre confesó el asesinato. Ahora, encontraron los restos a pocos kilómetros de distancia de la casa. Ahora, dejaron en custodia a los otros hermanitos con sus familiares que recién pueden contar todas las penurias y la violencia vividas. Ahora, todo el aparato institucional es inservible para salvar a Benjamín.

¿Acaso no había indicios? Sí, claro que los había.

En esta historia de Benjamín y en todas las otras historias, siempre aparecen -después- registros de ingresos al hospital por lesiones anteriores, observaciones de un docente respecto al niño o a sus padres, el peregrinar de otros familiares como sus abuelos o sus tíos que infructuosamente deben pulsearle a los organismos estatales un poco de sentido común y de compromiso para que adviertan que algo malo está pasando, el relato del progenitor que queda afuera de la dinámica familiar (por lo general, el padre) y que debe negociar como si los hijos fueran mercancía para poderlos visitar o tomar contacto con ellos...¿Nadie asume en forma eficiente y responsable que cualquiera de esos elementos son alarmas urgentes?

En muchos casos, los problemas de consumo de drogas y/o de antecedentes sobre otros delitos cometidos, son parte de los escenarios en que se desenvuelven estas tragedias. ¿Nadie parece advertirlo?

Paradojalmente, la mayoría de estos padres asesinos y de estas madres asesinas son asistidas por el Estado con diferentes planes y subsidios, cuestión que debe interrogarnos sobre los mecanismos a través de los cuales se contiene y acompaña la niñez o las familias. ¿Nadie en los organismos responsables de subsidiar a las familias, a la madre o al propio niño, pretende identificar las situaciones de riesgo u ocuparse de ello? ¿O acaso los niños también terminan siendo una mercancía con un valor de cambio?

También se repite, una y otra vez, la escena judicializada de una madre siendo considerada de manera complaciente, aunque haya registro de violencia, de maltrato, incluso de abandono. ¿Nadie considera que esa persona puede ser peligrosa para ese niño?

Muchas veces, los jueces prefieren a la madre. ¿Por qué? Esa respuesta la tiene que reconocer internamente cada decisor, haciéndose responsable de su decisión.

Hay jueces que entregaron a un niño indefenso a unas manos asesinas y esas criaturas inocentes pagaron con su vida, el hecho de que un letrado levantara una torpe muralla con sus premisas...ese daño irreparable ¿quién lo paga?

Habrá que revisar las perspectivas que la justicia argentina de las últimas décadas ha sostenido a pesar de las tragedias ocurridas; y habrá que permear todas las capas sociales e institucionales para que esas supuestas verdades puedan ser interpretadas de un modo diferente. Habrá que trabajar arduamente y la Ley Lucio (27709) es solamente el comienzo.

Personalmente, siendo mujer y madre, considero que es tiempo de reconocer que no todas las madres son personas aptas para criar a sus hijos. Dicho en este mismo medio, respecto a la trágica muerte de Lucio Dupuy[2]: la premisa "madre hay una sola" debe ser revisada si queremos empezar a actuar a tiempo.

Otra premisa más a deconstruir: las mujeres son víctimas de un sistema machista que las vulnera y las somete a situaciones -incluso aberrantes como puede ser un filicidio- ante lo cual, la mayoría de los abogados aluden a la violencia de género como argumento para atenuar la sentencia de sus defendidas.

Yo entiendo, aunque pueda resultar inaceptable en algunos ámbitos feministas, que las mujeres no somos siempre las víctimas, también podemos ser victimarias, incluso asesinas y de nuestros propios hijos.

Nuestros niños, especialmente los más pequeños, nos necesitan muy lúcidos y conscientes de ello si queremos protegerlos.

Otra premisa, absolutamente falsa a mi criterio, es que la pobreza y la falta de educación traen aparejadas la violencia que potencialmente puede acarrear un filicidio.

Matar a alguien, en este caso a un niño indefenso y que además es hijo, es una decisión que transita sobre la base ética de la persona.

No culpemos a la pobreza de todos los males humanos, son incontables los padres y madres amorosos que se sacan el pan de la boca para dárselo a sus hijos y que jamás les harían daño, sin importar su nivel educativo o económico.

A mí me resulta una obscura y maliciosa distorsión alegar que en la pobreza y en la ignorancia se funda un acto de profundo desamor como es el asesinato.

En el fondo, esa distorsión emerge como una excusa y un fundamento que argumenta y justifica las razones del crimen. No es la decisión personal y moral de la persona, sino el contexto y sus circunstancias. ¿Quién puede juzgar un contexto o castigarlo? Es así, como los culpables de un asesinato pueden ser recubiertos con la vestidura de víctima.

Mientras tanto mueren niños inocentes y nosotros como sociedad seguimos llegando tarde.

Hoy Benjamín Gutiérrez, que hubiera cumplido tres años, santiagueño, perdido sin rastro, asesinado sin escrúpulos, es noticia.

¿Mañana será un nadie?

No. No más olvidos.

Nunca más.



[1] Poema Lo perdido, Jorge Luis Borges

[2] https://www.memo.com.ar/opinion/lucio-dupuy/

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