Mujeres con sabor a vino
La escritora Marcela Muñoz Pan dedica esta nueva "columna líquida" a las "mujeres con sabor a vino" de Mendoza.
El vino es el producto por excelencia de la cultura mendocina, hacia el mundo y por el mundo. En el mismo, la mujer asume un rol sobresaliente, es decir, realza la vida misma elogiando la época vendimial desde la cosechadora con sus alegrías y sus llantos entre las parras, vulnerable a los cambios de la sociedad, hasta el sin fin de mujeres que habitan este bendito suelo mendocino, recuerdo conocer en mis sueños una mujer desconocida plateada que me inspiró a escribirle un poema sin conocerla, Patricia Serizola (mendocina por adopción), con su hijo naciendo en esta tierra, su vino Anaia, una pasión a la distancia pero con frutos eternos.
Mendoza con tu tierra tan femenina que mixtura ese vino escrupuloso, llega con otro recuerdo, como dice Bryce Echenique "La arquitectura corrige las incomodidades de la naturaleza, la literatura corrige las incomodidades de la realidad" al contemplar a una mujer apoteósica como es la Arq. Eliana Bormida construyendo poesía arquitectónica, creando belleza en cantos rodados que dibujan una bodega siempre comunicada con su entorno de acuarelas y a mí sólo me resta agradecer su presencia en mis obras.
Si existe un vino que pueda llamar infinito, lo llamaría, inexorablemente, como a esa mujer azul, de ojos lujaninos con un sello personal tan exquisito, elegante, que marca los lugares del vino, su diversificación industrial, económica, emocional, es la Sra. Lucy Pujals de Pescarmona, infinita oda a la bondad es su persona, ella va sembrando y cosechando, sembrando y cosechando entre hileras con zonda, con paciencia y sabiduría. Los vinos vienen entre hermanas que dignifican y vivifican el terroir mendocino de perfumes Malbec, cabernet y los blancos, es un sello para siempre como revivales de vendimia, en los poemas que existen y los que están por llegar.
Silvia Bodiglio, empresaria, organizadora de "Bodas de destino" apuesta al amor de las parejas de todo este universo brindándoles lugares asombrosos de Mendoza, enlazando las alianzas del vino, las copas, la elegancia y el buen gusto, los sabores en boca para dar el sí.
Ahora sí
Ahora que celebro
ese vino que vino por mí
por los hilos cordilleranos
frutos de paz
merced de gentiles taninos
se queda en la curva de mis sentidos
para anunciar que vino y vendrá
que no pasará sin dejar testimonio
en el laberinto de sus cavas
y aunque lleguen los inviernos
celebraré sus copiosos brindis
beberé la divinidad andina
ahora sí
puedes amarme le dije
(del libro Ese vino que vino por mí)
Sin la mujeres cosechadoras, vendimiadoras, sería imposible que la tierra empapada viñas y sudor, obtuviera el perfume del mágico fruto a pesar de las heladas pero siempre ellas encendiendo las antorchas de las esperanzas.
Sin las mujeres educadoras no brotaría la magia en símbolos de sociabilidad a lo largo y a lo ancho del legado histórico, geográfico, científico y cultural de nuestro patrimonio vitivinícola, educando a niños y jóvenes en una cultura del vino merced a las bondades de esta región del oeste argentino.
Sin las mujeres que hacen política no se estaría constituyendo el camino no sólo caminado, sino el que se propone recorrer y al que se quiere llegar, facilitando los medios necesarios para que las cepas de la identidad cultural, de la identidad femenina tengan "el lugar" en la historia de nuestras tebaidas. Todas, algunas, la mayoría, señoras, señoritas, mujeres, niñas, madres, abuelas, tías, reinas, virreinas, son la causa de cada genuina vendimia, de cada cosecha, de cada helada, de cada sueño en busca de un espacio y un tiempo en el universo colmado de varietales en sus ojos, en sus penas, en sus logros, en su lucha cotidiana de esta compleja humanidad.
La mano de obra de todas ellas, es la mano que da la vida, como el vino en su copa, como la dignidad de ser parte de esta naturaleza vitivinícola. La participación de tantas mujeres me lleva a recordar a las mujeres artistas, las mismas que una noche de fiesta, bailan la danza de nuestra esencia, las mujeres que musicalizan los lazos sanguíneos entre fusas y vinos blancos, las mujeres pintoras que colorean con sus dedos taninos la mirada ilustrada de la humanidad. Sin las mujeres intelectuales que analizan, observan y traducen las palabras de la viña en metáforas, imágenes, dando evolución al pensamiento y a la creatividad. Las madres de las madres de las madres, y así, la historia de nuestras mujeres mendocinas, vendimiadoras de ley en Mendoza, nunca deja que una cosecha se termine, más bien, siguen reivindicando esta cultura casi misional, educadora, transformadora consolidando una vez más, el sentido de la vid, de la vida, de nuestras vidas.
Denominadas por la escultura de las emociones y la cultura del trabajo, crean redes familiares, arquitecturas sociales, culturales, económicas, políticas, sin fronteras, constituyendo así intensidades que sólo ellas pueden brindar. Nada es leve para la mujer, ni siquiera cuando la siesta de una cosecha con el sol ardiente, el sudor de sus senos y el trabajo arduo pesa más que su aliento.
Y al final siempre ellas traen la luz, el vino que habita en la sangre de todos y de todas, cómo me gustaría sentarme a los pies de la cordillera junto a Abelardo Vázquez, Américo Calí, Alicia Duo, Felicita Clerici, entre otros, a imaginar los vinos que sí bebemos, aquellos que le devuelven la quietud a las palabras, o los que no bebemos para desvestir poesías y de la mano de Dionisio decir que La mujer es Mendoza, la vendimia es mujer y el vino es su hombre" (del libro Vino la poesía).