El gobierno de Milei se desgasta y la oposición no emerge
El análisis de Sergio Bruni sobre la coyuntura política adversa para el gobierno nacional, en una semana que resultó áspera.
El rol de la oposición en las democracias modernas es un fenómeno que entre los estudiosos de la política se le presta poca atención al menos en términos tan gravitantes o como un factor esencial para el rumbo de un país. En efecto, el interés sobre la oposición se ha centrado más en su rol como desafiante del gobierno de turno, como partidos políticos o coaliciones. Pero poco en el sentido más amplio, incluyendo a la oposición sistémica como parte de la estabilidad del sistema.
Sabemos que el funcionamiento de todos los regímenes políticos se comprende eficazmente sólo en la medida en que se explican las relaciones entre gobierno y oposición, más importante aún, la democracia no es factible ni se puede concebir sin la existencia de la oposición.
En el caso de los estudios electorales, la atención regularmente se centra en los resultados, votos y escaños, votos y cargos, que obtienen precisamente los partidos o coaliciones ganadores, ya sea que obtengan posiciones de mayoría o de minoría; cuando los perdedores tienen, además, una posición significativa fuera del escenario institucional, la atención cambia y dicha posición asume un valor explicativo para la comprensión del comportamiento de la oposición en el poder legislativo. Es decir, cuando un partido mantiene un pie en el parlamento, y otro en la plaza o en la calle como suele referirse, o sea, como partido ejerce representación en el poder legislativo, pero al mismo tiempo se desenvuelve como fuerza de opinión fuera del mismo.
La labor de la oposición, además de su imprescindible vocación de gobernar, es la de inspeccionar de cerca al gobierno de turno, controlar sus procesos, ser un contrapeso, una alternativa y la de denunciar a instancias judiciales actos presuntamente inconstitucionales o violatorios de la ley en general. Sí hay una buena oposición, hay mayor garantía de que prevalezca la legalidad.
No olvidemos que las formaciones políticas en la oposición son un termómetro de la salud democrática y tienen un impacto directo en la estabilidad de un país. A su vez, dichas conformaciones, competitivas y eficaces en términos de acción política, obligan a los oficialismos a esmerarse lo más posible para que sus posiciones de poder no se vean amenazadas.
En los últimos meses, desde la reunión de Davos en enero, Milei y su gobierno comenzó a transitar un camino sinuoso, poco claro, para su base electoral y la opinión pública en general. El desatinado discurso en Davos, las invocaciones banales al Imperio Romano, la cambiante posición frente a la guerra de Ucrania, la polémica aún no resulta de la promoción de la cripto-libra, que terminó en una gran estafa en cuestión de horas, el amecetamiento de la baja de inflación en torno al 2,5 % mensual, (que sigue aun siendo el gran activo del gobierno), el controvertido pedido de auxilio al FMI, si estamos bien para que pedir dinero al fondo y el revés sufrido en el Senado de la Nación, al rechazarse los pliegos de los jueces propuestos, Ariel Lijo y García-Mansilla para la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Podríamos estar frente a la tormenta perfecta, desgaste en el oficialismo y una oposición fragmentada en múltiples pedazos, ambos extremos debilitan a al sistema institucional del país, genera una situación tensa y falta de previsibilidad a futuras inversiones, por ende, a la generación de empleo, al consumo y finalmente al crecimiento de la economía.
Si el gobierno sufre desgaste por lo señalado, entre otras cosas, la oposición se muestra inorgánica y carente de un discurso que pueda aglutinar a un porcentaje importante de ciudadanos que no se encuentran cómodos antes los desaciertos oficialistas. El espectáculo en cada sesión del Congreso nos interpela seriamente. Insultos, trompadas, gritos innecesarios, amenazas de asesores a congresales y los cambios repentinos de algunos legisladores en sus posiciones a la hora de votar que parecieran "non sancta"
Lo hemos sostenido en varias oportunidades, el gran acierto de Milei fue graficar con precisión el desgate de la política con aquel apelativo de "casta". Todo un gran mérito que prendió fuerte en el electorado, pero, apareció un infausto inesperado en el camino, ahora casta son también las huestes del gobierno libertario.
El oficialismo libertario ha desplegado todo su menú en este casi año y medio de gestión y podrá dentro de esa carta ya expuesta, seguir profundizado diversas líneas de acción.
Uno de los dos jugadores está sentado en la mesa disputando poder político, en esa mesa falta otro jugador necesario para que el sistema democrático funcione correctamente: la oposición. ¿Podrá formarse? ¿habrá masa crítica para erigirse como tal? ¿Emergerá un líder? Preguntas que no encuentran una respuesta adecuada a la fecha.
Existen muchos opositores, pero ninguna "oposición"; al menos por ahora.
Estará en la dirigencia que conforma el amplio ramillete de críticos al actual oficialismo libertario, llegar a virtuosos acuerdos programáticos y electorales para configurar uno de los elementos centrales de toda conversación democrática, o sea, la oposición, que dispute poder generando alternativas fiables para el futuro del país.