¿Milei y los argentinos profesan la fe democrática?
Sergio Bruni, analista político, abogado y de vasta experiencia en la política mendocina, analiza en esta nota el espíritu reinante.
Las democracias pueden medirse de un modo muy sencillo, por su capacidad de dar respuestas en la economía del día a día. Cuando un gobierno es exitoso desde ese punto de vista, es reelegido, incluso sin importar parámetros de transparencia, sobrados ejemplos podríamos citar en nuestro país y "Urbi et Orbi". El resto es relato, por lo general, bien construido y difundido por los diversos canales comunicativos.
En un contexto de inflación de más de 170%, ganaron las propuestas sencillas y al hueso, de aniquilar la imprevisibilidad económica argentina, y destruir todo lo relacionado con la decadencia argentina. La rebelión contra "la casta" fue implacable. En consecuencia, la mayoría de los argentinos votaron a una promesa de estabilidad que se lograría a través de una dolarización sin gradualismo, el recorte a fondo, sin anestesia, del gasto público y lograr el deseado superávit fiscal. El cenit del nuevo gobierno.
En estos dos meses de gobierno, casi nadie de la política puede decodificar la lógica con la que gobierna Milei. No quiere dialogar con los representantes del pueblo congregados en el parlamento ni con gobernadores o intendentes. Para el ciudadano común su lógica es muy elemental: "Mi programa económico no se negocia" "Quienes no votan a favor son K y no quieren el cambio ni que la argentina sea libre y próspera"
A los republicanos probados - me incluyo- les cuesta comprender que no hay consigna sobre la justicia, los acuerdos legislativos o el dialogo con los gobernadores, que sea más importante que la necesidad diaria que tiene una madre o un padre de alimentar a su familia. ¿Qué me importa todo eso postulados si no puedo comprar los alimentos ni los insumos básicos para la vida?
Los jóvenes de los barrios más pobres de Argentina, votaron a Milei con la esperanza puesta en la seguridad y estabilidad financiera, y la promesa de que, finalmente, dejarán de ser la tercera o cuarta generación de argentinos cayendo velozmente a formar parte de las categorías estadísticas que los ubican en la indigencia o la pobreza estructural. Hay números que dicen todo: 14 millones de argentinos caídos (más del 55% de los votantes) decidieron poner punto final, de manera contundente, a un gobierno y a su oposición (ex gobernantes) que no mostró resultados positivos mientras sus miembros se dedicaban a pelearse entre sí, denigrándose en público y mostrando dudosas escenas de unidad.
Los responsables de esta derrota para la democracia argentina, son todos aquellos que han tomado en las últimas décadas decisiones que fueron a contramano de la expansión del empleo de calidad, de un país abierto al mundo y de un Estado facilitador para los emprendedores o inversores de aquí y del exterior. Sin esas bases materiales consolidadas, las democracias se deterioran, pierden potencialidad entre los tantísimos padecientes, por lo que, necesariamente, la ciudadanía busca resultados sin importar las formas de una buena institucionalidad. Cuando una democracia retrocede en su apuesta por la inclusión económica y social a través de políticas y escenarios previsibles para el acceso al trabajo, el consumo y la inversión genuina, entonces, probablemente, esa misma democracia esté sentenciando su final.
Defiendo, la división de poderes, los pesos y contrapesos, los consensos que articula el parlamento, el sistema republicano y los postulados de Alberdi consagrados en la Constitución Nacional, sin embargo, puedo entender que, para la inmensa mayoría, esos valores no son ya sus valores. Desean soluciones rápidas, resultados económicos, vivir con cierta normalidad, por el atajo que les ofrecen.
Para la mayoría de los argentinos, cuando hay urgencia producto de políticas erráticas durante décadas de gobiernos democráticos, más la obscena corrupción, están dispuestos a que los gobierne un outsider de modales no convencionales, un General, un Brigadier o un Almirante, mientras le solucionen los problemas cotidianos.
Es probable que las promesas del nuevo líder se vayan diluyendo y los mismos que no parecen profesar fe a favor de los ritos políticos de las democracias liberales, reclamen ferozmente por el respeto institucional que, poco importa, por ahora...
En cambio, sí Milei tiene éxito, es probable, que el reclamo de un nuevo orden político se explaya en las diversas capas sociales, a tal punto que, deba reformularse el contrato constitucional de 1853 y su reforma acordada en el "Pacto de Olivos" en 1994.