Carlos Saúl Menem, el prócer inexplicable

Nadie con valores puede tomar a Carlos Saúl Menem y sus 8 años en el poder como un ejemplo positivo, como un modelo, paradigma, o un rumbo deseable.

Jorge Fontana

Es muy rara esta anacrónica reivindicación de Menem.

(O no tanto).

Si lo miramos bien, es la típica nostalgia del peronismo recién nacido.

Los años gloriosos del primer peronismo fueron 4.

Los del segundo, 1 y medio.

Los de Menem, tres, del 91 al 94.

Los de Néstor, también tres, del 2004 al 2007.

Los de Cristina, otra vez tres, del 2010 al 2013.

Y en todos los casos, esos 2, tres o cuatro años resultaron carísimos).

La inflación que nos azota desde hace años, la insensatez en las decisiones económicas del kirchnerismo, las políticas populistas y asistencialistas que sólo consiguen reproducir pobreza, la imposibilidad de comprar dólares, o adquirir productos importados, o viajar al exterior (entre otras cuestiones), hicieron que mucha gente empezara a ver a los años ´90 y a la presidencia de Carlos Menem como un oasis de "primermundismo" en el desierto tercermundista que es nuestra historia reciente.

El fallecimiento del ex presidente justicialista acrecentó esa mitificación del pasado. Las redes, en las que pululan "milleinials" que no vivieron esa época y sólo miran planillas de Excel, amplifican el equívoco. El delirio llegó a su paroxismo el 8 de marzo último, cuando se entronizó al riojano más famoso como "procer", a la par de Belgrano, Alberdi, San Martín, Sarmiento, y hoy se confirma esa insensatez con la inauguración del busto del riojano y el discurso apologético (inexplicable emoción incluida) del presidente de la Nación.

Comencemos diciendo que Menem fue un típico representante del populismo peronista, populismo que supuestamente es tan odiado por los sectores liberales que hoy pretenden reivindicarlo.

Por tal motivo, se hace necesario realizar una lectura histórica de ese momento del país, alejada de las idealizaciones provocadas por el cristal empañado de nuestra actualidad.

Interna peronista por única vez

A fines de los ´80 Carlos Menem era un dirigente pintoresco pero marginal dentro de la estructura del Partido Justicialista. Gobernador de una provincia pequeña, llamaba la atención más por sus largas patillas "federales" que por sus ideas, que pocos tomaban en serio. Se lo veía como un anacronismo: una caricatura de Facundo Quiroga, un admirador del viejo caudillismo decimonónico, en momentos en que el país parecía marchar hacia la modernidad. El mismo PJ se había subido a esa tendencia impulsada por el alfonsinismo en el poder, intentando remozar su imagen a través de lo que se llamó "Peronismo Renovador", intentando sumarse al tren democratizador y dando lugar a algunos nuevos cuadros políticos, como José Luis Manzano, y con Antonio Cafiero como figura relevante. El mismo Cafiero mostraba un discurso (aunque con tintes peronistas) más cercano a la socialdemocracia radical, que al viejo peronismo.

En ese contexto se dio un hecho hasta hoy único en la historia: una elección interna en el peronismo para elegir candidato a presidente, entre Cafiero y Carlos Menem.

El riojano, al no contar con el aparato partidario (controlado por Cafiero) debió acudir alianzas teratológicas: atrajo hacia él a los restos dispersos de lo peor del pasado reciente peronista, como los Montoneros y el "Comando de Organización (C.O.)". Recordemos que el tal "C.O." era una estructura armada por López Rega para organizar la vuelta de Perón. O sea, juntó a la extrema izquierda y la extrema derecha peronistas. (Lo que pasó en Ezeiza entre estos dos grupos es historia fácilmente googleable). Consiguió la adhesión, además, de lo más rancio del pejotismo bonaerense (Eduardo Duhalde, Juan Carlos Rousellot, Carlos Ruckauf), un sector del sindicalismo que había sido parte del "Pacto militar-sindical" denunciado por Raúl Alfonsín en el ´83 (Triacca, Barrionuevo, Herminio Iglesias) más el sector carapintada, nacionalista católico, de las FF.AA. (cuya figura prominente era el coronel golpista Mohamed Alí Seineldín).

Con una imagen y un discurso más tradicionalmente "peronistas", la fórmula Menem-Duhalde (contra todos los pronósticos) se impuso en las internas. Es decir, Menem triunfó en la interna apelando a lo más tradicional del peronismo.

La campaña

El slogan de campaña lo dice todo: "Síganme, no los voy a defraudar", que en la gráfica se escribía sobre un fondo celeste y blanco. Allí están condensados cuatro aspectos fundamentales del populismo (y del peronismo en tanto corriente populista): el nacionalismo ramplón, la idea del "conductor" ("síganme"), el culto a la personalidad (redacción en primera persona), y el mesianismo que apela a la Fe más que a las ideas ("no los voy a defraudar"). Las apariciones públicas de Menem (con el emblemático "menemóvil") y sus discursos, reforzaban ese componente "nacional/populista": hablaba de un enigmático "salariazo", de una inasible "revolución productiva", y hasta prometía recuperar las Malvinas.

En frente, el candidato radical, Eduardo Angeloz, hablaba de reducir el Estado, levantaba las banderas del "lápiz rojo" para "tachar" lo que generaba déficit, proponía reducir la inflación, abrir la economía, modernizar el Estado. A este discurso, Menem le oponía el típico discurso peronista de expansión de la base monetaria, aumento del gasto, sustitución de importaciones (sus voceros prometían un "dólar recontra alto"). Finalmente, gracias a este discurso y al contexto de hiperinflación en que se votó, la fórmula Menem- Duhalde ganó las elecciones.

La transición

Las elecciones presidenciales de 1989 se realizaron el 14 de mayo. El período constitucional de Raúl Alfonsín terminaba el 10 de diciembre: casi siete meses entre la elección y la entrega del poder es una bomba de tiempo para cualquier gobierno que acaba de ser derrotado, más aún en el contexto de hiperinflación que se estaba viviendo. En situaciones como la descripta, es cuando la República requiere de sus dirigentes mesura, estatura de estadistas, patriotismo. Raúl Alfonsín demostró esas cualidades, ofreciendo mil maneras de adelantar la entrega de poder para evitar males mayores. Menem, no. El riojano decía por un lado que "estaba listo para asumir" y esperaba "un gesto del Presidente", y por otro se quejaba de que le querían "tirar el gobierno por la cabeza".

El gobierno

Esa supuesta época gloriosa empezó en 1989 con un ajuste parecido al actual, que la gente apoyó por razones parecidas a las actuales, y que salió mal. Terminó con la licuación de los salarios y la apropiación de los ahorros de la clase media. Y explotó en una segunda hiperinflación.

... entonces llegó Cavallo con su receta convertible. Uno a uno, cambio de moneda, somos primer mundo... Y allí empieza esa época que hoy se quiere reivindicar como el Paraíso.

El relato (no hay gobierno peronista sin un relato con una fuerte escisión de la realidad) nos decía que estábamos en el Primer Mundo, los productos importados nos invadían, viajar al exterior era más fácil que conseguir trabajo, pululaban los pibes de traje que vendían seguros de vida off shore, ganando dos pesos, pero bien perfumados. Los servicios privatizados eran carísimos, pero en definitiva funcionaban mejor que los estatales baratísimos, y durante dos o tres años pareció que la cosa funcionaba. Los dólares de la privatizaciones (fraudulentas todas, embarazadas de corrupción todas) permitían mantener esa ilusión primermundista, esa imbecilidad hija de nuestro complejo de inferioridad que nos hacía sentir que, porque usábamos la misma moneda, estábamos a la misma altura de Estados Unidos.

Ese relato llegó al paroxismo cuando sucedieron los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA. Un altísimo funcionario del gobierno menemista llegó a decir que esos atentados sucedieron porque los terroristas nos consideraban parte del primer mundo.

(Permítaseme aquí insertar una anécdota personal: en esas épocas con unos amigos hicimos un programa de televisión por cable en Palmira. Como jóvenes rebeldes que nos autopercibíamos, le pusimos como nombre al programa "Tercer Mundo". Palmira luego del cierre de los ferrocarriles, era la prueba cabal de que nunca habíamos abandonado el tercer mundo, de que ese relato primermundista era solamente eso: un relato. Un ídolo con pies de barro. Los ex empleados ferroviarios que habían recibido un dinero por sus "retiros voluntarios", y que con entusiasmo habían comenzado pequeños emprendimientos comerciales -un quiosquito o una mercería-, al poco tiempo vieron como esos negocios empezaban a vender cada vez menos, y tras la ilusión de independencia económica empezaba a revelarse la realidad del desempleo. Palmira era un aviso de lo que vendría, una advertencia de que esas políticas de Menem, que en apariencia nos ponían a la altura de los países avanzados, en realidad lo único que hacían era hundirnos más profundamente en la decadencia y el atraso).

En 1995 cuando Menem se presenta (Pacto de Olivos mediante) a su reelección, ya la convertibilidad es un cadáver viviente, y el relato primermundista estaba quedando en el olvido.

El 47% que confirmó al inefable Carlo en el sillón de Rivadavia, no fue por adhesión sino por miedo. Miedo a que las cuotas de la plancha, el televisor o el auto (dolarizadas todas) salieran del uno a uno.

Los últimos cuatro años de Menem estuvieron marcados por la escisión entre la persistencia del relato de la Ferrari, Miami y la pizza con champán, y la realidad de los desocupados, de las pymes fundidas, de la recesión galopante.

... Y por supuesto, la realidad de la corrupción.

Sin embargo el hombre seguía creyendo que podía eternizarse en el poder, e intento forzar la interpretación de la nueva constitución (traicionando el pacto) para considerarse habilitado a una nueva reelección.

Fracasada la pretensión de re-re elección, el "emperador de Costa Pobre" no tuvo más remedio que elegir un sucesor, elección que recayó en Eduardo Duhalde, a estas alturas su enemigo político dentro del peronismo.

Mientras tanto, se sucedían los cortes de rutas por parte de los desocupados víctimas de la privatizaciones (especialmente de YPF), aparecía la carpa blanca de los docentes, los jubilados liderados por Norma Pla ponían al descubierto la insensibilidad del gobierno, los "beneficiados" por los retiros voluntarios de las empresas privatizadas que intentaron salir adelante con emprendimientos que obviamente tenían mínimas chances de prosperar empezaban a engrosar la lista de desocupados... Y aunque los precios no aumentaban, igualmente seguían siendo inaccesibles para una gran parte de la población, cada vez mayor teniendo en cuenta la desocupación creciente y las bancarrotas de los cuentapropistas.

El fin

Así las cosas, en 1997 la recién conformada alianza entre la UCR y el Frepaso ganaba las elecciones legislativas, y dos años después la presidenciales, impulsada electoralmente por la angustia, la depresión, el desasosiego, la ausencia de perspectivas de progreso que marcaron esa última etapa del menemismo.

En el medio quedaron atentados terroristas, ventas fraudulentas de armas, asesinatos nunca aclarados, coimas a diestra y siniestra, y un programa económico que, como se dijo, demostró tener pies de barro.

Luego de la debacle del gobierno de la Alianza (cuyas causas merecen otra nota), en las elecciones de 2003 un ya desgastado Menem, soñando quizá con la una reivindicación que él creía merecer, volvió a presentarse como candidato, logrando un 24% de los votos.

El segundo fue Néstor Kirchner, con algo menos, pero en un escenario de balotaje, según las encuestas, hubiera ganado por un 70% a un 30%. Ante ese escenario el hoy considerado Prócer de La Patria decidió bajarse de la contienda, dejando allanada la llegada del kirchnerismo al poder. Lo que sigue es historia reciente.

Las presidencias de Menem (sobre todo tres o cuatro años de la primera) fueron un espejismo más de los tantos espejismos con los que los argentinos nos hemos fascinado, para después padecer las consecuencias. Un espejismo que nos devolvía una imagen distorsionada, pero lujosa, una brillante burbuja dolarizada.

Es realmente preocupante que quienes es hoy les toca conducir los destinos del país busquen como referencia, incluso llevándolo a la categoría de prócer, nada menos que a Carlos Menem.

Nadie con valores puede tomar a Carlos Saúl Menem y sus 8 años en el poder como un ejemplo positivo, como un modelo, paradigma, o un rumbo deseable. Y mucho menos (a excepción de sus familiares) como algo que merezca la emoción hasta las lágrimas.

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