Mi hermanita y yo: cuestiones de familia

Una historia personal que puede trasladarse a miles de otras en la vida cotidiana. La cuenta aquí Isabel Bohorquez.

Isabel Bohorquez

Mi hermanita es, en realidad, mi hermana mayor. Casi cinco años más grande, pero yo le digo hermanita.

No hay recuerdo de mi infancia en Necochea o de mi adolescencia en Río Cuarto, de mi vida entera, que no la tenga a ella presente. Es mi única hermana y el hecho de que se fuera del país muy joven (hace casi cuarenta años) provocó en la trama cotidiana de la familia una ausencia y una nostalgia con la que todos tuvimos que aprender a convivir.

Ella ha sido siempre para mí un ejemplo de humanidad. Es gentil, serena, pacífica, humilde y suave en el trato con las personas.

Jamás la vi enojarse, violentarse o agredir a alguien. A veces me gustaría que se enojara... Nunca le escuché insultar. Es impecable con las palabras.

Mi hermanita hizo su Doctorado en Química aquí en Argentina, inmediatamente después se fue a vivir a Estados Unidos (marzo de 1985), luego de una brillante carrera como investigadora y académica le otorgaron la ciudadanía americana por méritos científicos. O sea, se convirtió en ciudadana americana por decisión de ese país que reconoció su valor. Recuerdo que salió en los diarios en aquél entonces (estoy buscando ese recorte en papel que atesoró mamá). Fue designada por la NASA junto a otros científicos como investigadora para esa organización, alcanzó la condición de profesora Windsor que se otorga a quienes realizan aportes significativos en el campo de las ciencias, fue docente, vicedecana y decana de prestigiosas universidades de aquel país que es su hogar desde hace varias décadas. Hoy está recientemente jubilada, acaba de cumplir 68 años y se la ve espléndida.

Mi hermanita y yo: cuestiones de familia

Mi hermanita nunca se quejó en todos estos años respecto a su condición de mujer, sudamericana y homosexual. Está casada con Teresa, una bellísima californiana, desde hace casi veinte años, han formado una pareja preciosa, ambas son las personas más amables y compasivas que conozco; sensibles y atentas, generosas con su tiempo y su dedicación a la familia.

Jamás fue a una marcha de ninguna índole y se apena mucho cuando ve las reacciones de la gente tanto para repudiar como para exacerbar particularidades que parecen tomar las características grotescas de un montaje circense.

Mi hermanita es una mujer elegante, sobria y de gustos más bien austeros.

Se dedicó toda su vida a trabajar, estudiar, contribuir a la sociedad y habitar este mundo de un modo delicado y positivo.

Siempre se sintió mujer. Y aunque sufrió desprecios y menoscabo en más de una oportunidad, jamás usó esas experiencias como una bandera para envolverse y victimizarse. Sencillamente avanzó en la vida en base a su proyecto y no claudicó.

Antes de escribir estas líneas le pedí permiso para hacerlo. Agradezco su autorización y su buena disposición. Yo creo en los ejemplos y en la necesidad de que pregonemos desde los testimonios de vida ya que de teorizadores seriales estamos llenos...

¿Qué aprendí creciendo junto a mi hermanita?

Lo que importa son las personas.

Nuestra capacidad para amarnos, tolerarnos, incluso perdonarnos. De eso se trata la existencia.

Todos tenemos dolores en el cuerpo y en el alma, cuestiones que nos anclan y que nos detienen en el pasado o en circunstancias que nos hirieron profundamente. Cuestiones pendientes, temores a futuro. Estamos plagados de sombras y de incertidumbres. Y ser felices, a veces, parece una tarea inalcanzable. Sin embargo, hay que persistir y ser. Ser nosotros mismos de la manera más amorosa y pacífica.

Todo eso aprendí.

Cuando escucho posiciones cerradas respecto a las elecciones sexuales de las personas, cuando escucho palabras de desprecio, palabras prejuiciosas o palabras de resentimiento, me duelen como si se dirigieran a mi hermanita.

Eso también aprendí. A pensar con más respeto las diferencias. Y a aceptar que una diferencia es eso y no disimularla. Aceptarla es respetarla. Disimularla, no. Exhibirla profusamente, tampoco.

También me duelen las posiciones que, en nombre de la libertad de identidad de género, pretenden negar la heterosexualidad o la disminuyen o la ponen bajo sospecha (al varón como un enemigo, a la condición materna como una circunstancia biológica que puede ser escindida de lo femenino, etc. etc.). Hay discursos altisonantes sobre los derechos del colectivo LGBT que parecen imponerse de una manera incluso más intolerante que sus reaccionarios.

La condición humana en su interioridad, en lo que refiere a su subjetividad, tiene una complejidad que escapa a los discursos políticos y a las ideologías.

Hoy en día la ciencia va descubriendo condiciones fisiológicas de base biológica que corren la frontera de lo masculino y lo femenino tal como la comprendimos hasta hace varias décadas atrás.

Leía durante la semana sobre el caso de la boxeadora argelina participante en los juegos olímpicos de Francia que generó tanta polémica y el reporte médico que explica el cuadro de hiperandrogenismo que aparentemente padece. Si corresponde que compita o no con otras mujeres teniendo tan altos niveles de testosterona que la ponen en una ventaja flagrante, es una discusión que aún requiere hacer camino en el mundo del deporte. Lo mismo si hay competidores trans género, etc.

Creo en el valor de la ciencia para ir cooperando en el conocimiento del ser humano, aunque no es el único camino. Y me repugnan los discursos hipócritas de quienes quieren ser políticamente progresistas de un modo forzado y prejuicioso en el fondo de la cuestión.

En resumen, aquí también cabe la reflexión sobre la intolerancia desde una u otra mirada.

Me preocupan las imposiciones ideológicas, de la clase que fuere. Y considero que, en el marco de la educación a los niños y jóvenes, las cuestiones más intimas, privadas y subjetivas respecto a la identidad sexual no pueden ser dirigidas por el Estado ya que corresponden a las pautas de crianza de la familia y son parte de un proceso personal que debe ser acompañado y respetado de manera amorosa y responsable.

Plantear los límites y posibilidades de la educación sexual en las escuelas es también un debate pendiente, fundamentalmente con respecto a su horizonte antropológico.

En Argentina, como en otros países, ha habido demasiada propaganda ideológico política en favor de una pretendida perspectiva de autodeterminación y autopercepción al punto extremo de negar la condición biológica con la que nacemos las personas.

Eso me parece una distorsión injusta y demasiado sesgada. Irresponsable y banal en muchos casos. Como la moda de hablar con e (en algunas palabras nomás ya que no he escuchado a nadie que lo haga de corrido sin errarle), las frases hechas sobre persona gestante en lugar de decir mujer embarazada, por ejemplo, o la categoría no binaria (X) en el documento nacional de identidad que es un instrumento legal para acreditar identidad ciudadana y no tendría por qué reconocer tendencia en las elecciones sexuales.

De esa mixtura de expresiones pretendidamente reivindicatorias, de errores científicos y de juicios morales por los que se considera a una sociedad machista, capitalista, conservadora y otras fallas más, es que se reviste el discurso ideológico que dice defender los derechos del colectivo LGBT.

Sinceramente, es un péndulo que no comparto y considero que no hace justicia con los millones de personas gentiles, amorosas, independientes, pro activas y sumamente meritorias como mi hermanita.

Ella me dijo el otro día cuando conversamos: yo no elegí. Yo no elegí sentirme así.

Yo me quedo pensando en sus palabras.

Y me siento muy orgullosa de ser su hermana.

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