Milei canta por el fin del cepo: ¿gobierno o espectáculo?

Del show político al riesgo institucional: poder, burla y la banalización de la autoridad. El análisis y la opinión de Eduardo Muñoz.

Eduardo Muñoz
Criminólogo. Autor del libro "El Género de la Muerte". Divulgador en medios. Análisis criminológico aplicado a temas sociales de actualidad y seguridad. linkedin.com/in/eduardo-muñoz-seguridad IG: @educriminologo

El presidente Javier Milei celebró el fin del cepo al dólar para personas físicas con una escena insólita: entonó una canción, adaptando la popular arenga futbolera "Brasil, decime qué se siente", para atacar a economistas críticos y medios opositores. 

En una entrevista con Alejandro Fantino en Neura, lo hizo con letras como: "Mandril, decime qué se siente, que el cepo llegó a su final" y "tu opinión te la metés donde no te da el sol".

El anuncio, lejos de una comunicación institucional, se transformó en un espectáculo cargado de burla, sarcasmo y confrontación. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, también hizo comparaciones futbolísticas, celebrando la medida como si se tratara del penal de Gonzalo Montiel en la final de Qatar.

Política y fútbol: entre estrategia y grieta

La fusión entre política y fútbol no es nueva en la historia argentina. Se ha utilizado para construir identidad, pertenencia y fidelidad popular. Sin embargo, lo novedoso en esta ocasión es el tono: ya no se apela a la épica nacional, sino a la burla dirigida. El escarnio reemplaza al consenso, y el adversario es reducido al ridículo.

En lugar de unificar, este estilo de comunicación profundiza la grieta y redefine los límites del discurso presidencial. La autoridad ya no se ejerce desde la institucionalidad, sino desde la lógica de la tribuna.

Violencia simbólica y líderes que moralizan

Desde la criminología crítica, la violencia simbólica -aquella que no golpea pero degrada- aparece como una de las formas más efectivas de control social. La ridiculización pública del disidente, especialmente cuando proviene de la figura presidencial, no es una anécdota: es un acto de poder que legitima el desprecio como herramienta política.

El sociólogo Stanley Cohen aporta una clave al analizar este fenómeno. Con su concepto de "moral entrepreneur", describe a aquellos líderes que no solo gobiernan, sino que definen lo que está bien y lo que está mal. En esta lógica, quien piensa distinto no es un interlocutor válido, sino un enemigo. Y al enemigo no se le responde: se lo anula con canciones, memes y sarcasmos.

¿Liderazgo firme o teatralización del poder?

En contextos de crisis, la ciudadanía suele valorar liderazgos fuertes. Pero hay una línea sutil -y peligrosa- entre firmeza y espectáculo. Cuando la comunicación presidencial reemplaza a la gestión, y la burla desplaza al argumento, se tensionan los principios básicos de la convivencia democrática.

Convertir una medida económica estructural en una performance mediática banaliza la función pública. El mensaje ya no es "decidimos levantar el cepo", sino "nos burlamos de quienes no creyeron que lo haríamos". La política se convierte en revancha.

El impacto social: gobernar desde la grieta

En un país golpeado por la pobreza, la inflación y la violencia interpersonal, cada palabra del Presidente tiene un peso simbólico enorme. Viralizar un canto presidencial cargado de desprecio no es solo una estrategia comunicacional: es una forma de marcar el tono emocional del poder.

El resultado es una sociedad más dividida, donde el disenso se castiga y el debate se reemplaza por la humillación pública. Lo que se reproduce en redes no es solo un meme: es un modelo de liderazgo que naturaliza el ataque como forma de gobierno.

A largo plazo, este tipo de discursos educa. Las nuevas generaciones aprenden que la ironía vale más que el argumento, y que humillar es parte del juego político. Así, la efervescencia de la tribuna invade los espacios que deberían convocar al diálogo.

Cuando un presidente canta, también gobierna

Cada gesto presidencial construye sentido. No se trata solo de formas: se trata de fondo. Porque cuando un presidente canta, también gobierna. Decide qué se celebra, a quién se incluye y a quién se excluye de la canción.

Y en esa melodía, muchas veces desafinada, se juega más que una estrategia electoral o una jugada mediática: se define el tipo de sociedad que estamos construyendo. ¿Queremos líderes que representen o que dividan? ¿Estamos dispuestos a normalizar el desprecio como forma de liderazgo?

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