Muertes maestras
Isabel Bohorquez indaga en el caso que conmociona a los argentinos y cuya resolución judicial sucedió en la semana que pasó.
Transitó el juicio por el asesinato de Lucio Dupuy, el niñito de 5 años que sufrió el horror y la crueldad de parte de su propia madre así como de su pareja, que ha tenido a todo el país al pendiente.
Ya se conoció el pedido de la fiscalía a cargo: cadena perpetua justificada por todos los agravantes de este homicidio cometido en un contexto de abuso y perversión hacia una criatura inocente que podemos asumir como víctima de un odio de género incomprensible.
¿Cómo entender tanta ferocidad y maldad, máxime si proviene de quienes debían cuidar y proteger a Lucio?
¿Cómo advertir a tiempo a esa mamá que maltrató y asesinó a su propio hijo en complicidad con su pareja?
¿Cómo asumir, en tanto sociedad, que todos somos responsables de Lucio?
Aquí hay una lección que no puede caer en el olvido ni quedar invisibilizada:
La violencia no tiene género.
La violencia es una sola y no tiene propiedad ideológica.
La violencia puede ser una experiencia que tenga por víctima tanto a un varón como a una mujer, a cualquier edad y de cualquier procedencia, condición o etnia.
A las personas les suceden cosas y no es forzoso trazar una línea fronteriza entre víctimas y victimarios por su identidad de género.
¿Cuál fue el error más grave? Establecer a ciegas que Lucio estaba a salvo con su mamá. Esa condición no es sólo biológica sino afectiva y ética. Ya que, evidentemente, las mujeres también cometemos crímenes y somos capaces de abusar, asesinar y mentir.
¿Por qué estas mujeres reclamaron la tenencia de Lucio y entraron en conflicto con su familia paterna, difundiendo incluso hasta por las redes las deficiencias del padre? ¿Qué cuota de perverso poder hay en juego? ¿Por qué Lucio resultó un trofeo a la vez, repudiado y ultrajado? ¿Será parte de esa encarnizada batalla contra el varón tan injustificable como cualquier abuso de dominio machista?
Actualmente, una cierta manera de entender el feminismo -o incluso- la identidad de género intenta llevar la mirada social al extremo de considerar a priori que las mujeres somos naturalmente buenas personas o buenas madres y que si nos pasan cosas se debe al abusivo accionar de los hombres.
Los hombres no son los únicos ausentes o agresores y el modo en que realmente podemos -como sociedad- proteger a nuestra infancia, es tener bien en claro que no se trata de una cuestión de género sino que se trata de quién realmente se haga responsable y amorosamente cargo de ese niño o esa niña para cuidar y acompañar en su crecimiento. Y en esto, nuestra exigencia colectiva e institucional no puede claudicar: los niños son prioridad.
Debemos romper con la ceguera y la idealización que nos resuelve aparentemente las cargas y las culpas sobre cómo accionar frente a un niño desprotegido: que viva con su mamá, revincularlo con la mamá, asumiendo que el acercamiento con la mamá será siempre algo seguro y protector. Estar con la mamá parece ser la solución natural y más sensata (así debería serlo) pero muchas veces, esa presunción nos ubica en una definición injusta para tantos niños que se quedan solos dentro de ignotos infiernos.
Es indispensable ampliar la perspectiva, escuchar cuando hay llantos, observar la angustia y no permanecer indiferentes, detectar las circunstancias de riesgo y de maltrato y poner la cara por ese niño que puede estar sufriendo en el seno de su propia familia.
Es rotundamente necesario que la consternación por este espantoso asesinato no quede circunscripta a esta historia particular. No, de ninguna manera. En tiempos donde la autodeterminación tiene un peso enorme y las personas vamos definiendo nuestra biografía en base a elecciones, la posición de madre hay una sola -como me enseñaron de niña- debe ser revisada y en consecuencia, reaccionar frente a los indicios con mayor agilidad porque después siempre es tarde.
Todos, vecinos, familiares, instituciones sanitarias, educativas y de cualquier índole que se aboquen a la niñez, debemos abrir los ojos para que nuestro compromiso sea real y contundente.
No me quiero doler ni escandalizar sin sentirme parte de una sociedad -nosotros-, nuestra sociedad, que se ha vuelto -nos hemos vuelto- más obtusa y prejuiciosa al actuar de un modo "correcto" y "amplio" por responder a las demandas de una ideología de género confundiendo feminismo con una imposición violenta basada en consignas y en imágenes colectivas de reivindicación y de libertad absolutas, a cualquier precio...
Entiendo que la verdadera libertad de los individuos, más allá de su autodeterminación y de sus elecciones afectivas y sexuales, consiste en convivir en base al respeto y la tolerancia mutuas. No son las consignas ni las improntas desafiantes las que nos deberían condicionar en nuestro proceder comunitario.
¿Quizá la jueza Ballester quiso ser "correcta" y "amplia" revinculando a Lucio con su mamá y la pareja de su mamá, luego de que había sobrados motivos para que el niño hubiera sido dado en guarda a su tía paterna y que estuviera viviendo feliz en familia?
Lucio debía crecer protegido y amado. Si no era con la mamá ni con el papá y estaba bien con sus tíos y abuelos, ¿a quién se le pudo ocurrir sacarlo de allí y exponerlo a tales peligros sin siquiera supervisar el proceso de revinculación? Eso es lo que más me inquieta...porque Lucio estaría vivo con sus tíos.
¿Su muerte también pesará en la conciencia de quien lo condujo hacia ella?
¿Por qué nos hemos vuelto negligentes con nuestros propios niños?
¿Nuestro afán de libertades y de elecciones nos han exonerado de nuestras responsabilidades?
Los niños están primero. Siempre. Criarlos con el ejemplo, con dedicación y perseverancia, ¡con esfuerzo! a ser buenas personas, a cuidar de los demás, a respetar, a amar este mundo, a amarse, a valorarse.
Lucio es un faro de luz para todos nosotros. Su vida y su muerte nuestras maestras.
Aprendamos. Urgente. Sin demoras. Si nos fuimos al carajo, volvamos a mirar la brújula del amor y del humanismo. Aprendamos.
Isabel Bohorquez
Dra. en Ciencias de la Educación