Los curas no somos pobres
Antonio Aradillas escribe: "Más que pobres, los curas son ricos. Los ricos del pueblo. Pertenecen entitativamente a las "fuerzas vivas de la localidad", junto con el médico, el alcalde, el boticario, el "Comandante de Puesto" y algún jubilado de prestancia social que optó por volver a empadronarse en el registro municipal, a esperar la resurrección entre los suyos".
Diversas razones avalan aseveración tan contundente, es decir, que " a muchos les resulte clara, decisiva, y evidente". En tal proceso de asimilación conceptual, aporta doctos elementos de juicio el diccionario, arropando la palabra "pobreza" con los términos de "escasez, carencia de lo necesario para vivir , falta e insuficiencia" , entre otros, y en circunstancias concretas de lugar y de tiempo , pero con fidelidad respetuosa al sentido y al contenido que mayoritariamente el pueblo le confiere.
Por si algo faltara, el mismo Evangelio, con magnanimidad y misericordia, enaltece la veracidad del misterio de la pobreza, como esencial en el organigrama de las ideas y comportamientos de Jesús, - "Palabra -Verbo- del Padre" , con el fin de perpetuar su mensaje de salvación y de Vida , en esta y en la otra , es decir, "así en la tierra como en el cielo"..
Los curas no somos pobres. Lo que se dice "pobres-pobres", sin llegar a los de "de solemnidad" por una parte y, por otra, a los "pobres de espíritu"., pese a que de vez en cuando diversos movimientos espirituales sacerdotales, con la mejor de las intenciones, pretendan justificar sus encuentros amistosos a la sombra de "¡bienaventurados ellos, también por ser pobres!".
Todos los curas disponen de un sueldo más o menos alicaído, pero complementado a veces por los administradores de las Curias diocesanas respectivas. La situación definida por el "paro" laboral o profesional no es, hoy por hoy, eclesiástica, aunque en las esferas civiles rebase con creces los índices oficiales del resto de los países de Europa. Los curas y sus más cercanos familiares, disponen de un "pasar" aceptable y lo del "pan fiado" de los tiempos del Seminario y de buena parte de la "carrera eclesiástica", pertenecen felizmente a la historia.
A tal pobreza la destierran automáticamente la "potestas" y la "auctóritas" -"poder y mandar en el nombre de Dios"-, conferidas libérrimamente el día de la Ordenación Sacerdotal y el de la "toma de posesión" de su cargo, ministerio u oficio. El cura no es pobre, porque él es, lo que es la Iglesia a la que sirve. Es su templo, con su campanario y sus campanas, el reloj y aún con sus cigüeñas. El templo es su despacho. La referencia de su actividad y, por tanto, del poder humano y divino que detentan. El edificio de cualquier ayuntamiento de los pueblos -sede la corporación municipal democráticamente elegida-, es de menor relevancia que la sacristía del templo en la que los acólitos les preparan los ornamentos sagrados al cura. Con excepción del edificio de los castillos y de sus ex señores feudales, los templos parroquiales siguen siendo por ahora, señal inequívoca de la categoría y del poder que, en la mente de no pocos pueblos, todavía identifican a sus curas.
(No desaprovecho la ocasión de referir que, entre los más pobres-pobres de las parroquias, se encontraron los "excuras, secularizados o cesantes del ministerio sagrado, a los que, a veces "en el nombre de Dios", les fueron clausuradas las puertas de su integración laboral o profesional).
Los curas no somos pobres. Además de la atención pastoral y ritual demandada en menor proporción con el paso del tiempo, -"horario de oficinas"-, y la colaboración de laicos y laicas, no nos está vedado a los curas ejercer otros trabajos y profesiones de carácter civil y al servicio de la colectividad. Todo trabajo es expresión del gran trabajo creador y re-creador del Padre Dios, encarnado en Jesús, Salvador y Redentor de la humanidad entera.
Más que pobres, los curas son ricos. Los ricos del pueblo. Pertenecen entitativamente a las "fuerzas vivas de la localidad", junto con el médico, el alcalde, el boticario, el "Comandante de Puesto" y algún jubilado de prestancia social que optó por volver a empadronarse en el registro municipal, a esperar la resurrección entre los suyos.
Y como y porque los curas no somos pobres de verdad, según el diccionario y el santo Evangelio, a la Iglesia le falta por recorrer larga peregrinación para llegar a ser evangelizada ella misma y, a la vez, evangelizar. La pobreza es siempre, en todo y para todos, infalible "Madre y Maestra -"Mater et Magistra"-. Ricos y riqueza no tienen cabida distinta en los versículos del Evangelio que la de engrosar las condenas y quejas -¡ay¡", como expresión que usara Jesús repetidamente para "indicar dolor, sorpresa, admiración o disgusto", ante la inminencia de descalificación como cristianos en el examen final.
Ser y ejercer de pobre habrá de exigírsele a la Iglesia y preferentemente a quienes creen ser sus representantes "oficiales", vocacionados para ello como en el caso de los curas. Es -está siendo ya- tarea primaria en todo planteamiento que se precie de sinodal, a instancias, sobre todo, del bendito papa Francisco, a quien Dios le conceda largos y fructíferos años de vida, conforme con el espíritu del de su homónimo el de Asís, cercano a santa Clara y en sempiterna fratría con el hermano Lobo, el Sol , la Muerte y la Vida.
EL AUTOR. Antonio Aradillas escribe en Religión Digital, fuente de esta columna, habitual medio de consulta sobre información religiosa. Sacerdote y periodista, autor de decenas de libros de pensamiento religioso y de rutas turísticas.