Llorar sinceramente a una víctima más
La escritora Vilma Vega clama por "un pueblo sensato que, desoyendo los cantos de sirena de algunas ideologías peligrosamente libertarias, tiene claro que no puede dejar que sus menores caminen libremente sobre campos minados, antes de asegurarse de que las minas hayan sido desactivadas".
Mientras una gran parte de la sociedad mendocina se encontraba paralizada, estupefacta y consternada frente al horror de un crimen sobrecogedor, no tardó en hacerse presente el oportunismo más deleznable. Sobre el inocente cadáver, se fueron clavando, una a una, un sinnúmero de banderillas ideológicas que a despecho de la tragedia, sólo buscaban afianzarse en la aprobación popular.
En tanto -y repitiendo el convulso diciembre 2019 en el que peligró nuestra paz social- también apareció ese puñado infaltable de sicarios de la violencia organizada -sabe Dios por quienes- que como buitres o cucarachas liberadas por las grietas de una cloaca, vandalizaron nuestras calles incendiando, curiosamente, los edificios emblemáticos donde funcionan los tres pilares republicanos que sostienen nuestra democracia que, aunque imperfecta aún, es perfectible y necesaria.
Pero no mezclemos las cosas. Este pueblo caótico y brutal, no es el pueblo mendocino que considera la vida como un bien mayor y un derecho inalienable de todos, porque sabe que toda vida perdida es irrecuperable y siente cada pérdida como propia. Que está dispuesto a participar activamente en perfeccionar los mecanismos de prevención, educación, tutela, etc. que puedan construir las vallas necesarias para erradicar definitivamente al crimen y la violencia que nos está ganando.
Un pueblo sensato que, desoyendo los cantos de sirena de algunas ideologías peligrosamente libertarias, tiene claro que no puede dejar que sus menores caminen libremente sobre campos minados, antes de asegurarse de que las minas hayan sido desactivadas.
Un pueblo que hoy, en el DÍA INTERNACIONAL DE LA SOLIDARIDAD HUMANA, llora sinceramente a una víctima más, y abraza respetuosamente el dolor de una familia que empieza a transitar los arduos caminos de un duelo seguramente inconsolable.
Foto: Joaco Robert