Nadie nada nunca

Los que estamos inaugurando este paradigma de nueva longevidad fuimos criados con otros métodos, otros mensajes y ejemplos. No venimos de padres que nos enseñaran a llegar mejor sino de adultos mayores que, por el contrario, nos enseñaron a no mirarnos demasiado

Diego Bernardini
Es un académico, investigador y divulgador de la salud de las personas mayores. Considerado una de las personalidades más influyentes por su visión sobre la transformación social que realizan los +50

El otro día en mis redes sociales a raíz de un video que hablaba sobre la soledad puse la frase "en la nueva longevidad no todo es color rosa", y me quedé pensando mucho en eso. Muchísimo. Tanto que tuve que escribirlo y compartirlo con ustedes.

A veces, temo que el entusiasmo por esta etapa que nos toca compartir muestre solo una de las caras: la de la oportunidad. Entendemos, porque claro que lo entendemos, lo vemos, lo promulgamos, que el pronto auto-cuidado es una receta casi mágica para abordar mejor esta etapa. Pero también existen algunos factores que son reales y concretos. Nosotros, los que estamos inaugurando este paradigma, fuimos criados en otra época. Con otros métodos, otros mensajes, metodologías y ejemplos. No, no venimos de padres que nos enseñaran a llegar mejor sino de adultos mayores que, por el contrario, nos enseñaron a no mirarnos demasiado. Y no porque no quisieran, sino, porque ellos tampoco pudieron.

Y hoy, venimos nosotros a gritar a los cuatro vientos que sí se puede, y se puede mejor y distinto. Pero, en el fondo, sabemos también, que no es tan fácil ni tan obvio. Si, somos personas que han vivido y se han
constituido. Con sus formas, aprendizajes y costumbres. Somos hijos de una historia personal y torcer ese aprendizaje primero, esa historia no es fácil.

Hoy nos encontramos con la posibilidad de que las cosas sean distintas, mejores. Pero el precio, el precio puede resultarnos alto. Nos pide a cambio, no actuar por default. Re preguntarnos si nuestra vida actual, resuena con nuestra propia emocionalidad. Si de verdad queremos lo que queremos a costa de darnos cuenta de que esta, la realidad que vivimos hace tanto tiempo, no se condice con nosotros.

Verlo no es sencillo. Y saber que uno puede hacer algo al respecto, tampoco. Seguro, es más sencillo tirar la toalla y pensar que ya está. Que hasta acá llegamos, que para qué vamos a hacer cambios a esta altura. Así pensaron todas las generaciones anteriores. Así vivieron y así murieron, sosteniendo la imagen antes que la propia felicidad.

Nadie puede juzgarnos realmente si de golpe, aún sabiendo todo esto, creemos que no podemos. O simplemente, no queremos. Nadie puede medirnos con esa vara. Pero me pregunto yo, a quién le importa a esta altura, lo que hacemos o dejamos de hacer. Realmente ¿le debemos algo a alguien que no seamos nosotros mismos?.

Qué regalo valioso y difícil es que nos den la llave de terminar los días en este plano apropiándonos (no de nuestra vida, o actos o pensamientos) más sencillo: apropiándonos del deseo, la felicidad y la elección de cómo queremos llegar hasta el final.

Si, es verdad, no le debemos nada a nadie. No es fácil, no es sencillo. Sobre todo, no es cómodo, no es rosa. No es excitante. Es más que todo eso: es darnos paz de saber que no estamos en deuda con nosotros mismos.

No es rosa. Pero puede ser del color que prefieras. Y va a estar bien si vos lo elegís así.


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