Las falsas virtudes de la vejez
En la Grecia Clásica los ancianos integraban la llamada gerusía o Consejo de Ancianos, que era una agrupación de personas mayores, cuya sabiduría y experiencia era requerida cada vez que el estado debía enfrentar situaciones complejas, tanto domésticas como internacionales. La consulta era vinculante y no un mera demostración social de respeto por los que "van adelante".
A mediados del año 2017, siendo en ese momento septuagenario por cuanto nací en 1940, publiqué en un diario digital local un artículo al que denominé: "Seamos viejos dignos".
Hoy, marzo de 2021, ya milito en el grupo de los octogenarios y, mirando para atrás, compruebo con tristeza, que el mundo ha cambiado, para mal por cierto, en la mayoría de los rubros, pero en especial en lo que hace a la conducta social respecto de la ancianidad.
De hecho que hace cinco años ya era clara la gerontofobia o gerascofobia, como más les guste. Geronte significa anciano en griego, y anciano a su vez quiere decir el que va adelante, se entiende que en el tiempo y no en una marcha o una maratón, ambas palabras significan fobia o desprecio hacia los ancianos.
En la Grecia Clásica los ancianos integraban la llamada gerusía o Consejo de Ancianos, que era una agrupación de personas mayores, cuya sabiduría y experiencia era requerida cada vez que el estado debía enfrentar situaciones complejas, tanto domésticas como internacionales. La consulta era vinculante y no un mera demostración social de respeto por los que "van adelante".
Que yo sepa, no existe en el ámbito universitario de la UNC un consejo de expertos integrado por ex decanos y ex rectores con el aporte extra de mentes destacadas de la comunidad aun cuando no hayan desempeñado cargos en ninguna facultad.
Poco a poco aquella sana costumbre fue perdiéndose hasta llegar a la actualidad, en la que ser geronte o anciano es sinónimo de deshecho con el que hay que lidiar cada día, porque los ancianos somos demandantes.
Y somos demandantes porque tenemos necesidad progresiva de ayuda, apoyo, atención médica y cuando no económica según las circunstancias particulares.
Pero también somos demandantes de seguir participando después de la jubilación, en calidad de consejeros o consultores, en vez de perdernos en la noche del olvido. No ser convocados es un verdadero desperdicio de capacidad intelectual gratuita y disponible. Por lo menos sus respectivas experiencias podrían evitar la repetición de errores ya cometidos por ellos.
Pero hasta aquí y transcribiendo del Libros del Eclesiastés: Nihil Novun Sub Sole.
Pero si no hay nada nuevo qué es lo podría escribir sin ser mero copista de lo ya dicho. Si se fijan bien, dije hasta aquí, por cuanto sí que hay novedades que trataré de transmitir según mi parecer.
El tema es que, y esto también lo había expresado, el propio geronte o anciano o viejo, no se tolera a sí mismo el serlo y procura auto engañarse y disimularlo ante la sociedad, con resultados habitualmente nulos y en mucho casos cayendo simplemente en la ridiculez, peor que las legítimas arrugas y otras manifestaciones de decadencia natural.
He aquí entonces cuando, para vanamente paliar la edad cronológica, advertido el geronte de la existencia clara del llamado edadismo, muy similar a la gerascofobia y que la OMS junto con el doctor en Psicología Josep Vilajoana lo definen como el discriminar a una persona por su edad, comienza a realizar una serie de acciones para contrarrestar los efectos de la edad
En los Estados Unidos, a los mayores de 50 años se los llama "sénior", que vendría a ser el introito a la edad avanzada, ya que según la OMS, las personas de 60 a 74 años son consideradas de edad avanzada; de 75 a 90 viejas o ancianas, y las que sobrepasan los 90 se les denomina grandes viejos o grandes longevos. Pero la palabra no deja de tener su connotación discriminatoria.
Como consecuencia, el Sénior comienza a hacer lo imposible para no llegar a la próxima etapa; es decir comienza la titánica lucha anti "age". Esta expresión, copiada lamentablemente por los argentinos que gustan de los anglicismos a pesar de que Las Malvinas son nuestras pero están ocupadas por ingleses, me molesta sobremanera, por cuanto no hace más que poner de manifiesto cuan dependientes somos de lo que hacen y dicen los necios de otros países.
Desafío a los lectores a encontrar una sola de las famosas cremas milagrosas reductoras de edad según descarada propaganda televisiva, que se exprese en español; lo hacen en inglés y también en francés dado que Francia es famosa por su cosmética milagrosa destinada a ambos sexos.
Mal que les pese a los adictos a estas falacias, la edad no es sino la sumatoria del tiempo vivido, con el agravante que con o sin métodos anti age, cada año deberá agregarle otro dígito a la colección.
Las líneas Cicatricure, L'Óreal, Goycoechea, Neutrógena, por mencionar sólo algunas de las más conocidas, mienten descaradamente acerca de las propiedades terapéuticas de sus productos, sin que logre entender cómo se les permite esa verdadera falta de respeto hacia la audiencia, por desgracia crédula, que se aferra a cada nueva propuesta para disimular lo inevitable: la edad.
Nada de esto es nuevo por cierto, ya en la edad media se buscaba la famosa Piedra Filosofal que entre otros dones tendría la posibilidad de otorgar la vida eterna.
Tampoco son los cosméticos, utilizados desde hace miles de años, siendo los egipcios por ejemplo una de las civilizaciones que más los usó, pero no había compañías farmacéuticas que les hiciera propaganda; simplemente eran productos artesanales que pasaban más por los cambios estéticos del usuario que por supuestas propiedades rejuvenecedoras.
Pero hoy, la industria farmacéutica internacional, que junto con el mercado negro de armas y las drogas integra los capitales más fuertes del mundo, invade deliberadamente los medios para atraer públicamente a los incautos, en tanto que las dos restantes, drogas y armas, se comercializan clandestinamente.
Más aún no llegamos al cambio que según mi parecer, ha sucedido en estos últimos años, con el advenimiento de las maravillas logradas en matera de comunicación.
No hay día que no llegue uno o más escritos referido a lo maravilloso que es llegar a viejo.
Tan es así que a veces me siento tentado de arrepentirme de haber nacido bebé, cursar la difícil adolescencia, encarar la formación necesaria para la larga etapa laboral y productiva y cumplir con ésta no siempre gratificante como debiera ser; hasta que por fin somos viejos y casi que hubiera deseado nacer viejo para dedicarme solamente a disfrutar de las cataratas, la sordera, la impotencia, la artrosis etc.
Algunos de esos escritos confieso que son de muy buena factura y ayudan a morigerar psicológicamente las pérdidas acumuladas, pero la mayoría las interpreto como el simple y vano intento de volver atrás invirtiendo el sentido de giro de las agujas del reloj y que en realidad no hacen sino exponer lo que subconscientemente experimenta el propio escritor, en su búsqueda desesperada de razones para vivir esa dificilísima etapa que le ha tocado en suerte transitar.
También lo dije en mi escrito seamos viejos dignos.
Por tal entiendo aceptarnos tal como somos sin emular ridículamente hábitos y conductas propias de la juventud y luchar para que la sociedad no se apiade de nosotros, sino simplemente que nos tenga en cuenta como miembros activos mientras podemos o pasivos cuando los déficits nos obligan.
La dignidad no pasa por tratar de convencer y convencernos de que somos afortunados por llegar a viejos, sino de aceptarlo sin hacer un panegírico inmerecido a la senectud, que indudablemente no es mejor que la juventud e incluso que la madurez.
Tiene por cierto algunas ventajas como la independencia laboral y del horario, la prioridad de paso, las rebajas especiales en los precios que sin embargo no logran compensar la disminución de la capacidad adquisitiva que brindan la mayoría de los haberes jubilatorios, los programas turísticos a valores rebajados etc. Pero todo esto ocurre porque somos viejos aun cuando intentemos no parecerlo.
En el mejor de los casos, cuando ya octogenarios seguimos en actividad y somos autosuficientes o casi, es cuando solapadamente va apareciendo el miedo, que se introduce subrepticiamente en nuestras almas y en nuestro cerebro y empeora los déficits que cada cual ha coleccionado. Y por cierto agrega nuevos limitantes mediados por el temor. El miedo nunca lo experimentaron mis muy longevos abuelos y mis no menos longevos padres. Es nuevo, un agresor que no se ve pero se siente.
Experimentar miedo no se trata de desarrollar cuadros necesariamente psiquiátricos, sino que está basado en experiencias traumáticas vividas en soledad o, a veces, y lo que es peor ocurridas en la vía pública con inocentes testigos presenciales.
Me refiero a caídas en las escaleras, o en la vereda porque no advertimos un ligero desnivel de las baldosas, o la vergonzosa incontinencia de esfínteres, o la burla por parte de bandas de adolescentes salvajes, el arrebato con caída de alguna pertenencia imprudentemente expuesta, la súbita desorientación, el no recordar donde dejamos estacionado el auto, etc. etc.
Tememos a la violencia bajo la forma de robos con daños físicos que hasta el asesinato llegan, absolutamente innecesarios para la comisión del delito. A diario vemos en las noticias ancianos solitarios o parejas, atacados por psicópatas malhechores, que no contentos con robarles, los golpean vilmente, quizás como condimento enfermizo del festín.
Sí, los ancianos vamos tornándonos temerosos y eso nos restringe y nos aísla, ya no vamos a la cena de los viernes o lo hacemos en taxi, que tampoco nos deja muy tranquilos el quedar a merced de un conductor que desconocemos y que eventualmente pudiera resultar agresivo valiéndose de la casi segura indefensión del vejete.
Algunos optan por salir armados, lo cual además de espantoso no hace sino sumirnos en la duda de si seremos capaces de usar el arma, y en caso afirmativo si lo haremos tempestiva y eficazmente, en definitiva, otro factor de estrés
No necesito pensar que la vejez es linda para vivirla dignamente, lo que necesito es hacerlo a sabiendas de que es la etapa más difícil y dolorosa de la vida y la única que tiene como final garantizado e inevitable a la muerte.
Sí, la Parca suele aparecer a cualquier edad, lo sé, pero jamás falta a su cita con el viejo.
Yo prefiero la mochila, la carpa y la bicicleta y no el bastón y la mano atenta que me ayude si es que me la tienden.
Seamos viejos dignos mientras podamos, y para ello debemos empezar por respetarnos a nosotros mismos tal como somos, sin ridículos afeites ni actitudes de espuria superioridad. Sin auto engañarnos pensando que la senectud es maravillosa porque no lo es. Hay viejos que lucen síquica y físicamente bien durante muchos, pero son los rebeldes que no respetan las estadísticas y se burlan de la campana de Gauss. Pero lamentablemente son los menos.
Sí es bueno y aconsejable que rindamos pleitesías a cada día que, de yapa (voz quichua) nos regala la vida. Disfrutemos de los colores y los olores de las flores y los pájaros, de sus trinos y escarceos amorosos que nos retrotraen a nuestra juventud cuando en vez de trinos escribíamos poesías a nuestra amada a pesar de las dificultades para hacérsela llegar, y luego la esperanza de una respuesta bajo la forma de una esquela perfumada vehiculizada por un cómplice de confianza. Los viejos tenemos la suerte de haberlo vivido. Hoy han sido remplazados por fríos guasaps. Olvidémonos de la política dado que ya no somos factor de poder y dejemos que el agua discurra bajo el puente. Tengamos la dignidad de aceptar que fueron tiempos pasados que como diría Becquer "Las tupidas madreselvas cuajadas de rocío, esas no volverán".
Seamos viejos dignos porque hemos tenido una vida digna que ningún a arruga podrá opacar.
Seamos viejos dignos porque nos hemos perpetuados en hijos dignos, que seguramente también lo serán o ya lo son.
Seamos viejos dignos porque nos retiramos de nuestro quehacer laboral saliendo por la puerta grande y no a hurtadillas, sin que nos reclamen de Comodoro Py al 2002.
Más que viejos dignos, seamos dignos de ser viejos.
Aun cuando la enectud no ea precisamente ambrosía.