La Wiphala agonizante

Una crítica al estado del Parque de los Pueblos Originarios. "Hoy el predio se encuentra en estado de abandono ante la indiferencia del gobierno y lo que es peor, de los destinatarios de la nueva denominación, es decir de los pueblos originarios", escribe Eduardo Da Viá..

Eduardo Da Viá

En el mes de febrero de 2017, y en medio de la bambolla habitual con que se organizan estos actos demagógicos de gobierno, y supuestamente a pedido de las comunidades aborígenes representadas por los dirigentes de las distintas sociedades que las agrupan, se procedió a cambiar el ya erróneo topónimo Parque del Aborigen, por el nuevo Parque de los Pueblos Originarios.

Dije erróneo topónimo por cuanto el original fue el de Parque Aborigen, tal cual avala Raúl Francisco Romero Day - Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza en su nota EL PERDIDO PARQUE ABORIGEN , del viernes, 9 de febrero de 2018.

En efecto el lugar fue creado como parque para albergar especies vegetales autóctonas o aborígenes si se prefiere, el 29 de diciembre de 1933, siendo gobernador de Mendoza, Ing. Ricardo Videla y hacedor del proyecto el gran urbanista Benito de San Martín.

Rubén Herrera, director del Centro Cuyano de Investigación Histórico-Social-Mendoza (CCIHS Mendoza) y referente de la Región Cuyo del Consejo Educativo Autónomo de Pueblos Indígenas de Argentina (CEAPI-Nacional Educación Intercultural Bilingüe), explicó el porqué de la utilización del término pueblo originario:

"Los pueblos originarios son un conjunto de personas que provienen de poblaciones asentadas con anterioridad a la conquista y que se encuentran dentro de las actuales fronteras de un Estado, poseen historia, usos y costumbres y, en muchos casos, idioma, formas de organización y otras características culturales comunes con las cuales se identifican sus miembros, reconociéndose como pertenecientes a la misma unidad sociocultural".

Y agregó: "Los miembros mantienen vínculos con su espacio de ocupación tradicional bajo una lógica socio-espacial. En tanto, el término originario hace referencia a cualquier grupo de personas que poblaron un lugar, cualquiera que este sea, antes de la conquista".

En oportunidad del acto, ya se había erigido un murete en el extremo nordeste del predio que lógicamente reza: PARQUE DELOS PUEBLOS ORIGINARIOS, y adornado con una Wiphala, cuyo significado es muy complejo, ya que representa la cosmogonía de los pueblos del Tahuantinsuyo.

Algunos investigadores plantean que en la época precolombina la Wiphala se relacionaba con actividades cotidianas o económicas (agricultura, textiles, etc.), y estaba ligada al calendario inca

La Wiphala también es símbolo de las tradiciones y costumbres, de las alegrías y las penas compartidas. Así, se enarbola en las celebraciones comunitarias, las fiestas solemnes, las festividades populares indígenas, los bailes, etc.

Actualmente, la Wiphala se ha convertido en símbolo de la resistencia indígena frente a las prácticas político-económicas modernas de dominación. Asimismo, es símbolo de la diversidad cultural o, más concretamente, de la igualdad y la unidad en la diversidad.

Lo cierto es que además de la Wiphala inserta en el mencionado murete, había otra, bajo la forma de bandera, colocada en el pedestal que sostiene la escultura de Perlotti, denominada Saludo al Sol, o Invocación al Sol, sin estar dedicada a ninguna etnia en particular.

Dirigió la palabra el entonces secretario de Ambiente Humberto Mingorance, con las melosas palabras de costumbre, pero sin mencionar si quiera, la presencia de las Wiphalas y mucho menos explicar su significado y el porqué de su inclusión tanto en el murete, a guisa de símbolo permanente, como bajo la forma de bandera como marco transitorio de la ceremonia.

Esta puesta en escena de una obra meramente teatral, mereció mi comentario en las redes, destacando que deseaba sinceramente un verdadero cambio de actitud para con los pueblos originarios y no terminara en el simple cambio de topónimo.

Este temor mío, lamentablemente fue premonitorio. Hoy el predio se encuentra en estado de abandono ante la indiferencia del gobierno y lo que es peor, de los destinatarios de la nueva denominación, es decir de los pueblos originarios.

La Wiphala del murete está destruida y agonizante, como muestra la imagen Los ejemplares arbustivos y arbóreos, sin el menor mantenimiento, etc.

Tampoco han sabido utilizarlos los aborígenes o sus descendientes, de los cuales hay nada menos que doce asociaciones huarpes que los agrupan.

Me pregunto si a alguno de ellos se le ha ocurrido al menos, hacer presentaciones periódicas en el lugar, engalanados con sus ropajes característicos, mostrando sus artesanías y sus formas de vida, con música original incluida la pifilca, su instrumento característico originario de sus hermanos mapuches.

Siendo doce las asociaciones, bien podría cada una de ellas presentarse un domingo por mes a lo largo de los doce meses del año.

Esta actitud de aislamiento demuestra a las claras que las demandas de respeto por su existencia y eventualmente de su calidad de propietarios, fue tan falsa como el reconocimiento por parte del gobierno.

En un escrito mío del año 2014, después de visitar la zona de la Laguna del Rosario, expresé mi pesar al advertir que los huarpes no son discriminados, sino, lo que es peor aún, son ignorados por la población citadina en general.

La indiferencia es la peor de las formas de discriminación, porque equivale a negar la existencia.

Dispongo de material fotográfico propio que demuestra lo que asevero.

De lo que sí estoy seguro es que jamás habrá una relación estrecha entre huarpes y descendientes de europeos, que, cuando actuamos lo hacemos ofreciendo limosnas, con la correspondiente participación de la prensa, y los beneficiarios las reciben con una actitud pasiva, pero sin que nazca entrambos una relación afectiva que pueda asegurar la persistencia en el tiempo de un vínculo verdaderamente fraterno.

Los citadinos de hoy no fuimos los genocidas, lo fueron nuestros ancestros hace cientos de años, y creo que no debemos cargar con las culpas como si del pecado original se tratara; por otra parte los exterminados fueron también los ancestros de los actuales supervivientes aborígenes, hoy ninguno es víctima de homicidio por el mero hecho de ser huarpe.

Creo que es tiempo de que culpadores y culpables dejemos de lado las diferencias, y respetando las peculiaridades de nuestras respectivas vidas, avancemos en paz, que ya suficientes guerras civiles atrozmente crueles hay en este pobre planeta, como para que nosotros mantengamos una actitud de enfrentamientos cuando sobra territorio y hablamos el mismo idioma, aun cuando el castellano no sea la lengua madre de los huarpes y de ninguna de las etnias que habitan el país.

EL AUTOR. Eduardo Atilio Da Viá es médico y lector, habitual colaborador de Memo.





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