¿La vida es mejor sin los sindicatos?
Una de las cosas que llama la atención cuando se llega a vivir a la Argentina es el poder de los sindicatos y la forma en la que los dirigentes lo utilizan. Eso, sin mencionar el nivel de recursos que manejan.
El poder de los sindicatos en la Argentina es una cuestión que llama mucho la atención cuando se llega a vivir al país. El impacto es importante porque cuesta entender cómo -en muchas ocasiones- condicionan el desarrollo a través del poder que le dan las medidas de fuerza que aplican y que en muchos lugares del mundo serían imposibles de llevar adelante.
El mejor ejemplo es Camioneros, un sindicato que puede paralizar el país y cortar rutas sin que una acción de ese tipo tenga consecuencia legal alguna sobre sus dirigentes.
Además, impacta el nivel de recursos que manejan, especialmente a través de las obras sociales, llegando a convertir a muchos dirigentes en millonarios, cuestiones que hemos visto con espanto cuando algún gremialista es detenido en medio de investigaciones de corrupción que tampoco llegan a ninguna parte.
Para el argentino es común que los sindicatos y los dirigentes funcionen de esa manera, pero para el resto del mundo puede llamar la atención. Sin embargo, hay un factor -entre tantos otros- que hace que tengan un poder desproporcionado y que al mismo tiempo es el mal de todos los ciudadanos. Hablamos de la situación económica.
En un país con inflación galopante si un trabajador no tiene representación puede perder ser el cocodrilo que se convirtió en cartera, por lo que con una inestabilidad que no da tregua la figura del dirigente se hace primordial y poderosa.
Sin embargo, en países en los que no existe un problema como la inflación, el panorama es absolutamente distinto.
Encuesta
Un estudio realizado por la Dirección del Trabajo y el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, indicó que a 2019 sólo el 6,3% de las empresas tenía un sindicato.
De acuerdo a los resultados de la encuesta laboral 2019, en las grandes empresas es mayoritaria la proporción con sindicatos, llegando a 55,5%; en las medianas alcanzan el 17,8% y en las de menos de 50 trabajadores los sindicatos son excepcionales, alcanzando sólo el 1,7% del total.
La encuesta indicó que en cuatro de cada diez empresas en las que no existe sindicato activo (93,7%), la principal razón para es el desinterés de los trabajadores. Sin embargo, el documento agrega que esta razón pierde peso al interior de las empresas donde hubo intentos de constituir sindicato, ya que en ellas el temor se configura como el motivo principal (49,5%) y el desinterés se reduce al 14,2%.
Ahora, más allá de las cuestiones políticas y sociales que influyen en el desarrollo de la vida sindical argentina, una diferencia muy importante con la trasandina es la situación económica.
Es que en un país con una inflación menor al 3% anual (el 2020 cerró en ese número), las negociaciones paritarias no se desarrollan todos los años. Hay sindicatos que firman hasta por cuatro años acordando un "bono de término de negociación" y el ajuste anual equivalente al IPC.
Esto significa que la pérdida del poder adquisitivo no es destructiva, por lo que el mismo trabajador por momentos no considera necesario mantener -porque hay que mantenerlos económicamente- un dirigente sindical. Eso, sumado a otros factores como los que indica la encuesta.
Por ejemplo, uno de los sectores con mayor representación gremial en Chile es la minería, industria donde la mayoría de las compañías acuerda con sus trabajadores contratos colectivos a cuatro años o más, algo que se puede hacer con una economía ordenada y que no tenga inflación galopante.
En los últimos años, por ejemplo, un sindicato minero se sienta a negociar condiciones laborales y el bono, porque el ajuste anual se da por descontado que será igual al IPC. Debido al nivel de salarios y rentabilidad, los bonos pueden ser de US$16.000 o más, sumado a otros beneficios que se acuerdan por períodos de varios años.
El país ideal
Entonces, si vemos lo vemos desde es punto de vista, la Argentina es el escenario ideal para el gremialista, porque tiene todos los elementos para que su rol parezca fundamental. Sin embargo, si la situación económica fuera otra y la inflación estuviera controlada, seguramente su rol tendría que modificarse, apuntando a cuestiones que no se reduzcan a un porcentaje más o menos. En ese escenario, claramente no existirían muchos de los dirigentes que hoy tienen un poder desproporcionado y que en muchas ocasiones le hacen daño al país.
No se trata de no tener dirigencia y destruir los sindicatos, se trata de que tengan otros roles, como -por ejemplo- apuntar a la transformación de los rubros que representan y cómo sus afiliados pueden ir de la mano con la aplicación de la tecnología sin perder puestos de trabajo. Hoy, lamentablemente, eso no existe y el dirigente, incluso, se permite priorizar la política partidaria y perfilar un gremio hacia sus propios intereses.
La vida no es mejor sin los sindicatos, pero tampoco es buena cuando se desdibuja el rol de quien debe cuidar los derechos de los trabajadores y los intereses de su fuerza política o los personales.