La Argentina anómica

"La anomia es el debilitamiento de la confianza de los que integran una sociedad porque las normas que los regulan han perdido la fuerza aglutinante. Los individuos anómicos y las sociedades anómicas, tienen el triste final del suicidio".

Alejandro Jofré

Hay normas básicas que preexisten a la sociedad, hay leyes que han sido escritas en nuestro ADN antes que decidiéramos juntarnos en manadas, criar vacas, sembrar campos y usar taparrabos.

Ese derecho natural establece un listado de bienes deseados por el común de las personas y que son propios a éstas. Cada momento histórico, en dónde estos derechos no se han respetado, la sociedad se disgregó en anarquía y saqueo.

El derecho a la vida, o a la propiedad, se inscriben en estos derechos preexistentes y que son requisitos necesarios para que cualquier grupo de personas gestione la confianza y la fortaleza necesaria para poder llamarse sociedad.

Cuando el hombre que vive en sociedad, desarrolla estos derechos humanos naturales, llega a cierta plenitud, que en definitva lo llevan a una precaria felicidad, o al menos a una felicidad pequeña dentro del mar de infortuio y tristeza que implica ser mortal o hincha de San Lorenzo.

Pero si esos pilares de la confianza social desaparecen o se ignoran, produce un debilitamiento en la facultad de regularse adecuadamente, y produce lo que Durkheim define como la anomia. La anomia es el debilitamiento de la confianza de los que integran una sociedad porque las normas que los regulan han perdido la fuerza aglutinante. Los individuos anómicos y las sociedades anómicas, tienen el triste final del suicidio. Algo parecido a las sociedades líquidas de Bauman.

Santo Tomás, prefería hacer la analogía de la ciudad y el hogar, es decir, lo que es bueno para un hogar, es bueno para la sociedad, y el hogar como lugar en donde protegemos la vida de los seres que queremos, el techo y el sostenimiento de nuestra familia, el bien común o el bien social no puede estar disociado de estos valores. Queremos para nuestra sociedad lo mismo que buscamos y amamos de nuestras casas, la vida de quienes apreciamos y la propiedad con la cual los protegemos.

En Argentina, hoy, luego de una lánguida cuarentena, nos enfrentamos a un constante ataque a la vida, a la propiedad y en definitiva a los valores básicos de cualquier sociedad constituida.

El problema no son las leyes, tenemos miles, de todos los colores y gustos, pero hemos confundido las cosas creyendo que regular mucho implica mayor apego a las leyes o mayores soluciones al ciudadano, cuando es todo lo contrario. Se necesitan pocas leyes pero que defiendan y sostengan estos derechos fundamentales.

Si tenemos una ley de alquileres que atenta contra la propiedad del dueño de un inmueble, si permitimos la usurpación de propiedades, si le impedimos a los propietarios expresarse en medios en contra de sus usurpadores, si el ciudadano no puede adquirir los bienes necesarios para la subsistencia de su familia, o debe tolerar impuestos confiscatorios, se produce el desprecio a la norma, y la consiguiente anomia de la sociedad. Y nadie respeta la ley porque la ley no respeta los bienes inalienables de las personas que integran la sociedad. La degradación de la ley, y de las consecuencias directas sobre el ciudadano, producen este cansancio social, sin que una explicación con filminas pueda remediarlo.

Sin leyes (y aplicación de leyes) justas, no hay ciudadanos dispuestos a sostener la sociedad, si no hay leyes justas, solo hay un sálvese quien pueda.

Dice Ronald Syme, en "La revolución de romana", que la paz exige una vigilancia constante, y acusa a Cicerón, el tercer padre de Roma, de haberse desaparecido del Senado en los tiempos difíciles que siguieron a la muerte de Julio César. La guerra civil en Roma no respetó ni la vida ni la propiedad de los ciudadanos, hasta que se estableció un nuevo poder, cuya base fue el respeto de esos derechos perdidos en la República.

Hoy, en las tristes circunstancias que nos tocan vivir, hay que exigir una mayor vigilancia a los bienes y derechos naturales de toda persona y proteger por encima de cualquier cosa, la vida, la propiedad y la familia de los Argentinos, porque en definitiva han sido votados para llevar adelante al país, sean o no "el pueblo" que ellos identifican.

El riesgo es grande porque al no existir un bien común, no hay sociedad, y si no hay sociedad todos vamos a estar sujeto a las leyes más primitivas y salvajes que el hombre conoció. Es volver a garantizar la vida y la propiedad, y el resto podrá acomodarse, pero sin esto no hay nada.

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