La pérdida de la capacidad de introspección

En esta columna (de imprescindible lectura) el doctor Eduardo Da Viá ofrece una reflexión y, a la vez, una propuesta de vida. ¡A practicarla!

Eduardo Da Viá

Del latín introspic?re, 'mirar adentro'.

Son tantas las cosas ganadas por la humanidad, prácticamente en todas las áreas del saber y del proceder, que con lamentable frecuencia no advertimos lo que hemos perdido o lo que estamos perdiendo.

Hemos ganado en forma exponencial la capacidad de comunicarnos de un extremo al otro del planeta en cuestión de segundos, hemos eliminado las distancias pero nos hemos ido aislando de tal suerte que entre persona y persona hay casi siempre un dispositivo interpuesto, aun cuando no sea necesario por cuanto la proximidad física permitiría la misma comunicación simplemente voz mediante y a capela.

No solo podemos oírnos sino que además podemos vernos en tiempo real, cuando hace alrededor de 40 años comunicarse desde Mendoza con Nueva York insumía más de un día de espera, con mala calidad de audio, interferencias y finalmente inesperado corte de la comunicación; cuarenta años en la historia de la humanidad son unos pocos segundos.

Basta con caminar las calles de cualquier ciudad para visualizar el altísimo porcentaje de gente que circula portando audífonos o directamente hablando por el móvil, generalmente en voz alta claramente escuchables por los ocasionales vecinos.

La pérdida de la capacidad de introspección

A tal punto ha llegado lo que denomino audífono manía, que desde hace un par de años aparecieron modelos sumergibles para ser usado por nadadores, cosa que practican varios de los habituales usuarios de los natatorios de Mendoza, desechando la preciosa oportunidad de disfrutar del silencio que proporciona la inmersión en el agua, interrumpida solamente por el inevitable sonido de los movimientos corporales propios de la natación.

¿Qué escuchan? Me pregunto, que sea preferible al silencio tan necesario para el descanso mental; música tal vez, noticias habitualmente negativas, políticos prometiendo el oro y el moro. No lo sé, pero sí sé que se incrementa el aislamiento en un lugar propenso para el diálogo pacífico con otros deportistas que gustan de la misma actividad en los intervalos de la práctica.

Soy asiduo nadador y muchos de mis escritos fueron concebidos en la paz maravillosa de la inmersión en el agua, con esa sensación de ingravidez que nos hace olvidar del cuerpo pero que activa la mente, Así también muchas de mis decisiones actitudinales fueron tomadas mientras nadaba.

Ni qué decir de las actitudes de los comensales en cualquier mesa de restaurante donde cada uno de los integrantes desenfunda el celular y lo ubica bien cerca no sea que se pierda el aviso de mensaje o el de llamada.

Si de una familia se trata, cada uno de los integrantes de inmediato continúa con el uso que ya venía haciendo del diabólico artefacto, incluidos niños jugando con sus tabletas y los adolescentes con los dedos que vuelan sobre el teclado. ¿Diálogo familiar? Inexistente.

Muchas de las personas mayores conservan su teléfono fijo, pero dejan encendido el celular toda la noche, no sólo para una más rápida respuesta en caso de recibir un llamado, sino también para usarlo en forma lúdica cuando sobre viene el temido insomnio, otras delas patologías junto con la depresión propias de la época que vivimos.

Pero a mi gusta tratar de ir al fondo causal de estas actitudes enfermizas, y creo tener la respuesta, nada tranquilizante por cierto y es simplemente que la gente está perdiendo la capacidad de introspección.

Es decir, según el diccionario de la Real Academia la mirada interior que se dirige a los propios actos o estados de ánimo.

Esa sana costumbre de aprovechar los momentos de calma o de provocarlos incluso adrede para indagarnos nosotros mismos sobre infinidad de tópicos que solemos no tener claros.

Para recapacitar, para arrepentirse, incluso para experimentar la molesta culpa que en principio rechazamos, ha menester mirar para adentro; incluso cuando debemos tomar una decisión crucial que habrá de repercutir en nuestro devenir como en el de los allegados, parientes o no.

Los corruptos no cometen el error de cavilar porque podrían advertir que su vida es una farsa y que los atavíos que usan en la escena del diario vivir no coinciden con sus acciones cotidianas.

Lo notable es que de vuelta a sus hogares no experimentan remordimiento algún porque lo primero es encender el televisor si es que ya no estaba funcionando, conectado a sus infaltables audífonos por si no los traían colocados a pesar de estar prohibido manejar con ellos, para eludir cualquier posibilidad de analizar cuanto mal hicieron ese día, y nada mejor que una o más copas de fino güisqui con la complicidad del ansiolítico y luego una película que suele quedar inconclusa.

Total mañana será otro día y volverá a tramar formas ilegales de incrementar su riqueza monetaria en detrimento proporcional de la espiritual.

No es fácil mirar para adentro porque puede identificarse el monstruo que se lleva internamente capaz de sumirlo en la maldita culpa; sin culpa no hay pecado en el más amplio significado del término, y sin pecado se vive feliz.

Si al obispo pedófilo, o al político ladrón, o al juez venal se les ocurriera la peregrina idea de auto analizarse, estoy seguro que no le quedaría otra salida que el suicidio.

Pero ¿cuántas veces sucede este fenómeno?, prácticamente nunca en proporción a la cantidad que deberían pagar con su abominable vida por la infinidad de los daños perpetrados.

Existe un pobre país donde la vicepresidente y un juez federal ya debieran haber pasado a mejor vida por sus propias manos y sin embargo siguen negando culpas y siguen bregando por la eximición total de sus crímenes con el correspondiente perdón y hasta las disculpas pertinentes por parte de los equivocados acusadores.

Evidentemente ninguno de los dos se atreve a la introspección, dado que allí no hay posibilidades de engaño por cuanto el súper yo le señalaría claramente al yo sus virtudes y defectos, y ambos saben que éstos superan ampliamente a los primeros.

Mi amigo y Director de este medio, me brinda la oportunidad de ejemplificar el resultado de la introspección al definirse públicamente como "Padre múltiple. Concubino. Periodista y lector masivo. Observador y testigo de la realidad"

Sin duda alguna para llegar a esa conclusión, hubo de mirar para adentro y preguntarse cómo se definiría.

Ojalá lo hicieran todos los políticos que se dedican a la lucha por el poder en vísperas de elecciones y admitan hasta qué punto han mentido y si están dispuestos a seguir haciéndolo.-

Intertanto nosotros, los votantes, deberíamos practicar la introspección para averiguar si la elección del candidato que hagamos será por la posibilidad de beneficios personales o si estamos dispuestos a votar el que nos parezca mejor para el país todo.

¡Ah la introspección! cuidado con ella que si caes en sus fauces puede que sea un pozo tan hondo como el noveno círculo del infierno del Dante; jamás saldrás.

Sandro Botticelli: El abismo del infierno. 1480

Sandro Botticelli: El abismo del infierno. 1480

Lasciate ogni speranza voi ch'entrate.

¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!

EDUARDO ATILIO DA VIÁ- MARZO 2023

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