Inflación: el efecto desconfianza
La semana pasada comenzamos con un aumento de los combustibles y la terminamos con un índice de inflación del 6 %.
A diario, nos encontramos con incrementos de precios. Al 12% de aumento de la nafta del lunes, que se derrama a todas las actividades, por costos de logística fundamentalmente, se sumó el martes, la autorización del gobierno de una suba de hasta el 73% en las tarifas eléctricas que rigen para los grandes usuarios industriales que reciben la energía de las distribuidoras Edenor y Edesur, las dos más grandes del país y que por supuesto se volcará en todos los productos industriales.
La lógica indica que es el primero de una serie de ajustes tarifarios que se van a replicar en el resto del país y van a empezar a impactar, sobre todo en la industria alimentaria. Según el INDEC, el mayor incremento en el mes fue Prendas de vestir y calzado (11 %) y aumento interanual del cercano al 68%, seguida de Restaurantes y hoteles (7,3%) y Salud (6,4%).
Esto produce un efecto dominó que no termina. Porque la inflación está fundamentalmente, promovida por un efecto desconfianza que impide que la gente proyecte de manera previsible, los costos que va a pagar y el valor de reposición de cada cosa que se debe comerciar.
Es por eso que, si uno recorre varios negocios, puede encontrar una variedad de precios realmente sin coherencia o lógica porque estos, se fijan con diversos criterios que dependen de cada comerciante. Entonces, los empresarios pymes que calculan lo que pagaron y lo que van a pagar para reponer, más lo que le aumentaron los combustibles y por ende traslados y logística y lo que le va a salir la electricidad (y el gas, el agua y etc.) y cuánto es el aumento que debe pagar a su empleado tras la paritaria, la enorme cantidad de impuestos...
Entrecierran los ojos y calculan, según su experiencia y criterio, más o menos cuánto dinero tendrá que tener para poder reponer mercadería y en ese caos, fija el precio de su producto. Esta forma casera de explicar la conformación de los precios demuestra cómo la economía está en manos de cada empresario, es decir que es un sálvese quien pueda.
Es así porque la economía debe seguir. La vida debe seguir. Y la gente debe pagar impuestos, gastos, costos y salarios y fundamentalmente, debe comer todos los días mientras, nuestras autoridades no se hacen cargo de esta confusión.
No implementan nuevas medidas, no se proponen metas a alcanzar y estrategias a seguir. Ante esta anomia, los pequeños y medianos empresarios y las personas con trabajo, dejan de pagar impuestos y se pasan a la informalidad o se endeudan, sin otra salida posible. Disminuyendo, claramente, su calidad de vida. Y los que no tienen trabajo, buscan sobrevivir, como se pueda. A propósito, en un año, la inflación de los alimentos en Mendoza, fue del 61,9 %.
La gestión con el Fondo que pareció ser la prioridad absoluta para nuestras autoridades nacionales, tampoco funcionó. A meses del acuerdo, no estamos cumpliendo con las metas fijadas. Entonces, nos preguntamos: ¿Qué hacen las autoridades? ¿Vamos a continuar con este desgobierno y sin rumbo hasta finales del año que viene? Incertidumbre y desconfianza, empobrecimiento, inflación, por este lado.
Falta de previsibilidad y de planes a mediano o largo plazo, ausencias educativas (tan vitales) y deterioro de los otros servicios por parte del estado, por el otro, parecen ser las consignas de estos tiempos. No hay horizonte para invertir dada la volatilidad de precios.
Las personas con ahorros se aferran a la inversión especulativa en lugar de la productiva, dadas las altas tasas de interés (46% tasa de plazo fijo). El círculo vicioso está en marcha y se va convirtiendo en una espiral interminable.
Vivimos en sociedad y necesitamos reglas claras que permitan la vida y desarrollo de todos. Esperamos aún la propuesta, el plan a cumplir y respetar, para poder funcionar, resurgir y progresar. Seguimos esperando.