La gran Feria de las que están buenas

Emiliana Lilloy escribe para todas las excluidas de la gran feria de las que están buenas.

Emiliana Lilloy

Escribo desde las feas, para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal cogidas, las incogibles, las histéricas, las chifladas, todas las excluidas de la gran feria de las que están buenas.

Y empiezo por ahí para que las cosas sean claras: no me disculpo de nada, no me vengo a quejar. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser quien soy me parece que es un negocio mucho más interesante de llevar que cualquier otro.

Me parece maravilloso que también haya mujeres a las que les gusta seducir, que sepan seducir, otras que busquen casarse, algunas que huelan a sexo y otras que llevan la merienda de los niños a la salida de la escuela.

Me parece maravilloso que algunas sean muy dulces, otras se sientan plenas con su feminidad, que haya mujeres jóvenes, hermosísimas, otras coquetas y radiantes.

Sinceramente, estoy muy contenta por todas las que están conformes con las cosas tales como son. Lo digo sin ironía alguna. Simplemente resulta que no soy una de ellas.

Por supuesto, no escribiría lo que escribo si fuera hermosa, tan hermosa como para cambiar la actitud de los hombres con los que me cruzo. Hablo como proletaria de la feminidad, como tal hablé ayer y sigo hablando hoy.

No se le habrá escapado a más de una persona que con estas palabras tan sinceras, contundentes e incluso incómodas, comienza la "Teoría King Kong" de Virgine Despentes. La omisión de las comillas, de la letra cursiva y hasta la de mencionar su propio nombre en el segundo párrafo (ella no dice "ser yo", en cambio dice "Virgine Despentes") para que quien lee, lo sienta de primera mano, como un acto de valor de quien escribe, como una interpelación directa, es voluntaria.

Dejar de pensar los escritos de autoras feministas como algo lejano, tanto en el tiempo como en la distancia geográfica y cultural, para escuchar sus palabras de sus bocas, de sus propias experiencias humanas y cotidianas, es un ejercicio, una medida higiénica que, aún contra la propia voluntad, debemos tomar, para abandonar ese adormecimiento que nos mantiene en una frenesí de lucha contra nosotras mismas, y así poder escuchar ese mantra constante en nuestras mentes que nos repite que al envejecer ya no seremos deseadas y por tanto perderemos valor social.

Todas y cada una de nosotras vivimos en esa letanía: quisiera estar un poco más flaca, solo unos quilos. Tener menos arrugas, aunque sea retardar un poco el proceso. Quisiera que con la menopausia no se me cayera todo, no quiero secarme. Letanías de la belleza, letanías a la juventud como si pudiéramos detener ese proceso con la Diosa de la Estética, proceso que indefectiblemente nos va restando valor y dejando fuera del mercado o "la gran fiesta de las que están buenas", esas que "aún pueden influir sobre las decisiones de los varones", los que han sido autoproclamados dueños y decisores de este mundo, jurados de lo que importa y vale, según sus propias apetencias.

La muerte de Silvina Luna ha impactado en medios y redes. Más allá de ser conscientes de que muchas mujeres son víctimas hoy de malas praxis por falta de recursos e información, ella nos pone el tema en la mesa por su popularidad y porque muchas mujeres de la clase media se sienten identificadas.

Hace unos días un periodista nos daba un mensaje alentador en su auto proclamada superioridad y calidad de gran hermano y juez de todo el género femenino: "No se preocupen chicas, no sigan haciendo estas cosas que les hacen daño, nosotros las queremos igual, las queremos así" -decía con total confianza en que él era quien debía decidir si éramos válidas y deseables o no, y nosotras debiéramos además tomar su consejo como un consuelo y fuente de tranquilidad para poder sentirnos aceptadas.

He aquí quizás el problema. Preguntarnos ¿quién es tan importante como para definir mi valía en el mundo más que yo misma? ¿Cuál es ese valor tan importante que nuestra sociedad ha atribuido a las mujeres como el único que nos hará suficientes y validas en nuestras vidas? ¿La eterna juventud? ¿La eterna belleza exterior?

Destruir los relatos que nos tienen atrapadas en la alegoría de que existe un juez externo observándonos como en un panóptica, reflejando quienes somos verdaderamente según sus criterios, es uno de nuestros mayores desafíos y está enteramente en nuestras manos. No sólo individualmente, sino de forma colectiva, penetrando los espacios simbólicos culturales (medios, redes, instituciones) que reproducen estas ideas casi macabras que conforman esa cárcel o harén occidental en el que todas, sin ningún tipo de coacción física u obligatoriedad legal -como sucede en algunos países de Oriente- vivimos cada día, cada mañana al levantarnos, al reflejarnos en el espejo y vestirnos para salir a la calle con la conciencia de que nunca seremos suficientemente lindas, flacas, jóvenes y por lo tanto completamente válidas e integras para luchar por nuestros sueños y objetivos en igualdad de condiciones.

La gran filósofa y pensadora del Iluminismo Mary Wollstonecraft, expresó con claridad y extremada vigencia "Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas", y cae de maduro que esto incluye entre otras cosas, el control sobre nuestros cuerpos, decisiones y sobre nuestra propia valía más allá de cualquier mirada u opinión externa.

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